RIVER, AGOSTO DE 1998

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                     (Lo que olvidamos)

-Toma, ve a llenar el cubo de agua.
-¿Por qué siempre me toca a mí? -protesté
-Porque es la tarea más sencilla contestó ella.
Decidí dejarlo estar porque Nicki podía debatir durante horas si lo consideraba oportuno y darme otras veinte respuestas. Era cosa de fami-lia. Los Aldrich lo analizaban todo. Podrían haber formado parte de un experimento científico que consistiese en encerrarlos en una habitación blanca con tan solo una piedra y ellos habrían hablado sin cesar de la textura y la porosidad, la densidad y la tonalidad grisácea que, a su vez, habría derivado en la geología y la existencia de la humanidad.
Así que me acerqué hasta la orilla y llené el cubo de agua.
La playa estaba casi vacía. Unos metros más allá, nuestras madres estaban sentadas en sendas sillas plegables y bebían té casero de un termo mientras charlaban. Junto a ellas, Maddox leía un cómic con aire ausente.
-¿Y qué hago ahora?
-Coge una pala y excava un foso.
Hacer agujeros en la arena siempre me había gustado. Cuando éramos más pequeños, Nicki aseguraba que, si cavaba muy muy hondo, podríamos llegar a Australia y yo me lo creía y ponía todo mi empeño en ello; al menos, hasta que un día mi hermano me dijo que era idiota.
-La torre está curvada - le dije señalando el castillo de arena.
-Claro. Es porque un dragón le ha lanzado una bola de fuego.
La observé mientras ella hundía piedrecitas alrededor de las ventanas del castillo. El sol se reflejaba en su cabello pelirrojo y enredado. Tenía la piel frágil, así que Vivien la embadurnaba con crema solar cada hora, sobre todo en las mejillas y la nariz, justo el punto en el que un puñado de pecas intentaban abrirse paso como estrellas en las noches despejadas. Sus cejas y pestañas eran rubias, algo que odiaría años más tarde, y poseía una belleza extraña porque tenía los ojos demasiado separados. En realidad, toda ella era rara. O eso decían nuestros compañeros de clase. Quizá fuese debido a su aspecto, aunque la extravagancia que rodeaba a los Aldrich ayudaba tan poco como la fascinación que Nicki sentía por la magia, las brujas y los mundos de fantasía.

-Estoy cansado
-dije al cabo de cinco
minutos-. ¿Nos bañamos?
-No. El agua está muy fría.
-Vale, pues tú te lo pierdes.
Lancé la pala al suelo y me encaminé hacia la orilla. El mar estaba en calma cuando me metí en el agua helada. Hundi la cabeza de golpe y, tras salir a la superficie, me quedé mirando las gavio tas que sobrevolaban el cielo. Semanas atrás, mi padre me había contado que, como los pingüinos, pueden beber agua del océano porque poseen una glándula de sal. Y luego lloran, literalmente. Las gaviotas expulsan lágrimas lechosas para eliminar el exceso salino. Sus glándulas tienen más potencia que un riñón.
Di unas cuantas brazadas hasta que me aburrí y regresé sobre mis pasos. Todo era mucho menos divertido sin Nicki. A medio camino, vi un trozo rojizo de vidrio marino.
-Mira lo que acabo de encontrar.
-¡Es precioso! ¿Dónde estaba?
-Cerca de la orilla. Te lo regalo.
-Lo guardaré en mi caja de los tesoros que brillan. -Me miró con seriedad mientras me daba el rastrillo. Venga, te dejo hacer el camino del castillo. Es un honor.
«Desde luego», quise replicar en tono burlón, pero no lo hice. Aunque el resto del mundo lo ignorase, a mí me parecía que Nicki tenía algo magnético, una fuerza que irradiaba de dentro hacia afuera y que me invitaba a seguirla a ciegas.

Entonces todavía no era consciente de que aquello era recíproco y, con el paso del tiempo, nos uniría tanto como nos separaría, porque ella siempre se dejaría arrastrar por mis locuras y yo estaría constantemente rendido a cada una de sus fantasías

DONDE TODO BRILLAWhere stories live. Discover now