Capítulo 21: El auto y la magnetita.

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Lee Ye-jun 

De reojo noto como mi madre acompaña a Isabella a la puerta, Hyori por su lado obtiene otra dona de la caja y a la par de su mastique se burla sin remordimiento de las películas que la castaña a traído.

—¿En qué siglo vive esta niñita? ¿"Los chicos de mi vida"? ¿"El objeto de mi afecto"? Es un asco. —Su altivez es tan molesta hasta para mí, así que no lo pienso dos veces.

Debe irse.

Le arrebato los DVDS de las manos. —Bien Hyori, debes irte. —Sentencio. Mi madre se acerca tras mi comentario y me mira arrugando las cejas «no le gusta que sea tan descortés» y ya ha de sospechar que algo estoy tramando.

—¿Que? Pero y ¿Porque? —pregunta la pelinegra.

—Saldré con los chicos.

—De eso nada, debes descansar, además dije que yo te cuidaría. —Aprieta mi brazo mientras me hace pucheros. —Así que... aquí nos quedamos.

—¿Cómo que saldrás? —Mi madre se une a la confusión de Hyori.

—Iré a la casa de Han, me comeré esto con él. —Tomo las bolsas, las películas y camino hacia la puerta. —Le diré a nuestro chofer que te lleve. —Le menciono a mi "amiga" para luego salir en dirección a mi auto. Dejo las bolsas en el asiento trasero y me quedo viendo un momento las caratulas de las películas. —¿Que es esto, castaña? —Me pregunto a mi mismo ya rendido, creo que le he dejado bastante claro con mis actitudes que odio este tipo de mierdas emocionales. 

A través del espejo retrovisor veo a Hyori subir en nuestra carrocería familiar. Mientras espero a que se vaya, mi mente de forma involuntaria comienza a reconsiderar la idea de si realmente mi deseo es ver a mi amigo. Vuelvo a mirar los DVDS y.... —Si no me gustan, debería entregárselos cuanto antes.... de esta forma no tendré que hablarle en la escuela. 

Avanzo tras una fila de autos con el fin de hacer cambio de dirección. —¡Ash! esta calle es un puto caos. —Digo y toco la bocina molesto, acomodo el codo en la puerta, doy uno que otro vistazo a mi alrededor... y ahí está. Arriba del bus en la calle de al frente de mi villa, su cabeza va apegada a la ventana media abierta provocando que el viento haga flotar sus cortas y castañas hebras. Puedo jurar que si no fuera por el desplazamiento del transporte, ella no se movería.  

Después de un rato siguiendo el acero con ruedas que hoy lleva a mi tutora, noto que desciende del bus devolviéndose un par de pasos, deteniendo su marcha justo frente al ventanal de la tienda de pollos. Se queda ahí un largo minuto hasta que la veo entrar. —¿Que hace, comerá sola?

Decido aparcar mi auto al costado del restaurante, tomo las películas y la bolsa de pollo «supongo que si entró a este lugar es para comer, debería dejarle al menos este balde de frituras para que no gaste demás...». Pienso una vez más si debería bajarme y entrar. —A la mierda, le dejaré sus cosas y me voy. 

La cantidad de gente a estas horas es considerable, marcho más hacia el fondo del local y me quedo quieto un momento buscando su aporcelanado rostro, hasta que finalmente puedo visualizarla gracias a la nube gris arriba de su cabeza. —¿Porque tan cabizbaja, castaña?. —Suelto en un bisbiseo. Está en la última fila de mesas justo al lado de la ventana.

—¿Te comerás todo eso sola?. —Pregunto. 

—¿Eh? ¿Q-qué haces aquí? D-dime... ¿Hay algún p-problema con la c-comida? —Fija su vista en mí y sus párpados rebeldes insisten en permanecer pintados con ese rojo revolucionario que solo es consecuencia... de un tonto llanto.

El frenesí de Isabella [Saga: Amor y Aflicción]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora