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Envidiaba sus alas, su valor para saltar de un nido sin saber aún si podría volar.
THE DARKEST TEMPTATION. Danielle Lori
El peso del libro en mis manos me hace sentir seguro incluso cuando su presencia trae temblores a mis labios qué no puedo controlar. Sus ojos agudos y oscuros observan mi rostro en busca de una reacción, pero la única que obtiene de mi es mi ignorancia, puesto que el temblor en mis labios los controlo mordiéndolos hasta casi hacerlos sangrar.
-Hoy no es necesario que asistas. Solo te pido que no salgas de aquí hasta que lleguemos.
Es muy curioso que la voz de mis pesadillas suene como un hombre educado al qué la alta sociedad ha tachado últimamente en el Bild* como uno de los hombres con mayor compasión por el ser humano sin perder su humanidad frente al dinero. Un dinero tan sucio como toda su alma.
-¿Escuchaste, Kind*? -Pregunta con un deje de irritación ante mi silencio.
Odio que me diga niño, como si fuera un mocoso insolente al qué él a malcriado mucho.
La presión de mis dientes se acentúa y comienzo a sentir la sangre salir de las pequeñas grietas.
-Si señor.
El silencio corre entre el espacio de mi asiento junto a la estúpida peinadora y su lugar en la puerta de mi habitación. Y cuando creo que se girará y me dejará en paz, murmura con una ronquera qué me eriza como a los gatos cuando sienten el peligro muy cerca.
-Esa actitud tuya solo incita, Kind. No lograrás mucho más que eso.
Levanto la mirada. Siento la sangre comenzar a entrar en mi boca una vez dejo de morderme los labios.
-Uno de los tendrá que ser visto ante la luz como verdaderamente es un día de estos. Estoy rogando porque se sepa mi historia.
La negrura envuelta en advertencia brilla en sus ojos azul hielo. Y pese al miedo, me mantengo firme.
-Joder, papá. Mamá está qué comienza a escalar las paredes si no nos vamos. ¿Dónde coño estás?
La voz de Anton aclara sus ojos y a mi me devuelve el aire qué estaba conteniendo. Para cuando su cabeza se asoma desde un costado de su cuerpo, yo ya he vuelto a la lectura y froto distraídamente las gotas de sangre que salpiqué en una esquina de la página.
-¿Aramides no viene?
Que no me pregunte directamente me hace tomar una respiración temblorosa y dolida. Desde que llegué a este infierno, Adolf Barkov a hecho que sus hijos biológicos creen una línea invisible entre nosotros, casi al punto de que para dirigirse a mí primero tienen que pasar por él.
"Mi propio carcelero sin cadenas"
Me desconecto de ambos una vez cierran la puerta de mi habitación. Cierro la tapa dura de mi libro con brusquedad y me llevo una mano a la boca. Sin embargo, dos segundos después vuelve a abrirse con suavidad y la figura elegante e imponente del primogénito de los Barkov la atraviesa.