Capítulo 5: Cinderella

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El infierno me había traído aquí

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El infierno me había traído aquí.
Y el infierno me sacaría.
THE DARKEST TEMPTATION.
Danielle Lori


Curiosamente, recuerdo leer un libro cuyo tema central era la venganza de unos niños, ya en su etapa adulta, contra los monstruos que jugaron con su inocencia años atrás. Sin embargo, la frase de uno de sus personajes secundarios quedó prendada en mi mente incluso al pasar de los años: “Desata el enojo solo en aquellos que lo merecen. Deja que crezca en tu corazón como un pozo llenándose de agua… luego desata el infierno en aquellos que te privaron de tu libertad”*. Esta frase sacudió muy bien a mi versión escuálida de dieciséis años cuya gran parte de su vida había sido en las calles.

Recuerdo que robé el libro en una librería dedicada a vender tomos mayormente extranjeros. Alonso, el dueño, un norteamericano de estatura media con una frondosa y larga barba pelirroja que lo hacía parecerse más a un irlandés, me atrapó en el apto. Pero en vez de castigarme o llamar a la poli, me acogió, me dio de comer, se ganó mi confianza y me enseñó inglés. El hombre era más bueno que el pan y que todas las golosinas del mundo que, pese a mis dieciséis años, aun me obsesionaban como a una niña de seis. Gracias a Alonso pude leerme el libro del cual saqué la frase y también, llegué al mundo al que hoy pertenezco. Alonso tenía problemas con la  L´Ndragueta, así que lo asesinaron y decidieron quedarse conmigo como “un método de pago tardío”.

La ‘ndrine Morello-Vottari hizo de mi una mercenaria. Y, pese a que mis encargos no eran los sujetos que acabaron con el único ser humano que alguna vez me mostró misericordia —puesto que mi vida ahora les pertenecía—, decidí aplicar mi mayor ira, en referencia a aquella frase, solo en los malditos que se lo merecían verdaderamente.

Como mercenaria, mi lugar en la ‘ndrine es mayormente separada. Me pagan por mis servicios y a cambio yo no puedo delatarnos jamás. Esto gracias a Paolo Vottari, el hermano menor del capo de los Vottari; otro hombre que me enseñó que, después de todo, los humanos no somos simples bestias plenamente conscientes de sus actos atroces. Un hombre al que, lejos de tenerle cariño como a Alonso, le debo respeto y, al qué también, temo enfadar por primera vez al decirle que me retiraré de todo lazo con la mafia calabresa. A él le debo mi vida y lealtad. Y pese a ser un hombre conocido por ser paciente y carecer de malos temperamentos, algo me dice que plantarle cara, a la vez de fallarle —también por primera vez— en un encargo, puesto que no mataré al pequeño Barkov, me tiene con el estómago hecho nudos.

Él es el único que en realidad puede retenerme en contra de mi voluntad, si quisiera. Luego de todos estos años, ahora sí tendría un motivo para querer

No sé por qué en su momento me gané su respeto y su favor hacia contra todos —era otra alma más atormentada que hizo lo impensable para destacar, sobresalir y más importante, sobrevivir—, no obstante, dentro de poco todo eso arderá hasta volverse ceniza.

La muerte seduce ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora