(VI) Corazón Roto

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Muy bien. Un poco de discreción con este capítulo. Digamos que no será muy agradable para los de corazón débil.

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Una vez Ramón se aseguró que el resto estuviese a salvo, volvió al interior del palacio con cuidado para no despertar a la berteno. Ya había pasado un tiempo, y es probable que el cloroformo estuviese dejando de hacer efecto.

Si los otros trolls tenían razón, Poppy, Arroyín y el Sr. Peluche debían estar retenidos tras la enormes puertas de donde salieron cuando estaban encerrados en la jaula. Regresar no era difícil, pues Ramón ya sabía el camino. El verdadero problema era atravesar las enormes puertas sin ser detectado. Pero no tuvo que pensar mucho, pues la solución a su problema llegó con prisa.

Justo del otro lado del corredor, un enorme berteno venía a la carrera. Portaba un uniforme rojo y una afilada lanza en su mano derecha. Sin duda alguna, se trataba de uno de los enormes guardias de las puertas del castillo. Sea lo que sea, parecía estar apurado, incluso tropezando con algunos de los bertenos sirvientes por el camino. "Acaso ¿Descubrieron a los otros?" Ramón pensó.

Sin tiempo suficiente para pensar en una solución, y con la preocupación que hubiesen descubierto su plan de escape, Ramón no tuvo más remedio que saltar y agarrarse del uniforme del guardia mientras este abría las puertas con fuerza. Sólo para saltar de nuevo y esconderse tras una decoración una vez hubiesen en el interior. Una decisión fatal.

Justo después que Ramón se escondiera, el enorme guardia se dió la vuelta y comenzó a revisar su uniforme. Sin calcularlo correctamente, el peso de Ramón fue algo que el guardia sintió, sumado a los muy leves pasos que pudieron sentirse. Eso sin contar las pequeñas gotas de un líquido rojo que iban en esa dirección, pues el troll no se había percatado que su herida seguía abierta, y ocasionalmente dejaba caer algunas gotas tras un movimiento demasiado brusco. El imponente berteno se dió la vuelta, y comenzó a caminar hacia el adorno dónde Ramón estaba escondido, siendo este el único elemento de la zona.

Ramón podía sentir sus enormes pasos acercarse mientras el miedo comenzaba a controlar su cuerpo. Sin moverse demasiado brusco, acercó su mano lentamente hacia su navaja, para intentar blandirla si las cosas se salían de control. Aún así, Ramón sabía perfectamente que no tenía ninguna posibilidad. Los pasos se hacían cada vez más fuertes, y la respiración del troll comenzó a descontrolarse. El sudor comenzó a brotar sin control, y su pulso ya no era tan estable. El berteno se acercó hasta que finalmente se detuvo y se arrodilló frente al adorno. Estiró su enorme mano para revisar por detrás y Ramón lo sabía. Solo era cuestión de tiempo para:

????: - ¡Eh! ¡Tu! ¿¡Qué haces ahí!? - Gritó una fuerte voz femenina.

Guardia berteno: - Lo... Lo siento Chef. - Se levantó y se dió la vuelta, ignorando la presencia de Ramón.

Chef: - ¿¡Por qué no estás en tu puesto!? -

Guardia Berteno: - Lo siento Chef. Pero los aldeano Se preguntan cuando será el trollsticio... Muchos están intranquilos. -

Chef: - Diles que esperen. Han esperado años para este día... Pueden esperar un par de días más. Ahora vete. -

Guardia Berteno: - Si... Chef. -

El enorme berteno se retiró por donde mismo había llegado, olvidando por completo la cuestión que estaba escondida tras la decoración. Pero su temor por Chef era mucho peor que la simple curiosidad. Aún así, logró mirar de reojo antes de abandonar la sala, pero no había nada tras el adorno. Pues con esa pequeña distracción, Ramón tuvo el tiempo suficiente para trepar hacia uno de los candelabros que colgaban de las paredes y contemplar todo el panorama desde ahí.

La distribución de la sala era sencilla pero elegante; a su manera. Una enorme mesa con capacidad suficiente para apenas veinte comensales, o más, con forma de herradura abarcaba la enorme habitación. Sólo dos sirvientes permanecían revisando los últimos detalles; cómo revisar la perfecta posición de los cubiertos y las copas, o retocando la posición de los cuadros. Por último, habían dos bertenos más en la sala.

Sentado justo en medio de la mesa, se encontraba un niño berteno portando una brillante corona dorada. Sin duda alguna se trataba del rey, complementado con la enorme capa roja que portaba a sus espaldas, la cual era claramente más grande que lo que él podía cargar. Estaba sentado tranquilamente sobre una silla con varios cojines, aunque claramente se sentía nervioso. Al parecer, algo lo estaba incomodando. Justo a su derecha, de pie y un poco atrás, una berteno de avanzada edad, con rostro malhumorado y un enorme sombrero de chef. Sin lugar a duda, ella era la que dió la orden al guardia.

Rey Gristle: - ¿Estás segura que esto es lo correcto? - Preguntó con una voz ingenua e infantil.

Chef: - ¿A que se refiere? -

Rey Gristle: - Quiero decir... No hay suficientes trolls para todos... ¿No crees que sería injusto para los demás? -

Chef: - No se preocupe, mi Rey. Mañana temprano saldremos para capturar al resto de los trolls. Recuerdo muy bien dónde esas ratas se esconden. - Dijo con una cínica sonrisa sobre su rostro.

En esos momentos, Ramón se sintió bastante afortunado por decirle al rey Peppy que se trasladaran a otro sitio. Lo único que podía esperar, era que el rey hiciera caso a sus palabras.

Chef: - Sin embargo. Lo de hoy será sólo una formalidad. Para aquellos nobles y... por supuesto, para su alteza. -

Tras concluir de hablar, Chef hizo una señal levantando la mano e inmediatamente, un elegante berteno vestido de cocinero irrumpió en la habitación arrastrando un carrito de servicio. Sobre el carrito, una elegante bandeja de plata, tapada con un cubreplatos, levantaba la curiosidad de los presentes.

El berteno se acercó y colocó la bandeja aún tapada justo frente al Rey, y tras otra seña de Chef, todos los bertenos restantes abandonaron la sala. Una vez sólo, Chef dió la vuelta tras el Rey, y desde su izquierda removió el cubreplatos mostrando una escena que a Ramón le pareció salida del mismísimo infierno.

El plato mostraba una masa de harina con forma de canasta y a su alrededor, vegetales diversos cortados en rodajas cómo si fuese un ratatouille. Una extraña salsa amarilla formaba un patrón espiral por los alrededores del plato, decorando con gracia los elementos. Finalmente, la escalofriante vista mostraba un troll sobre la canasta de harina.

Ramón pudo reconocerlo en la distancia. Se trataba de Arroyín, envuelto en masa de espagueti, lo que amarraba sus piernas y sus manos, y amordazaba su boca. Pero lo más aterrador, era que el troll aún estaba vivo.

Arroyín entró en pánico al ver al Rey. Comenzaba a retorcerse y a gritar, pero la masa de espagueti impedía sus movimientos y aplacaba su voz. Aún así, Ramón no podía hacer más que mirar aterrado desde la distancia.

Rey Gristle: - Espera. ¿Aún está vivo? -

Chef: - Por supuesto, mi rey. Así es cómo mejor se siente la felicidad. - Dijo con un siniestro rostro.

El Rey dudaba al principio, pero con la ayuda de Chef, logró tomar al troll con sus manos mientras este se retorcía para intentar liberarse. Sus gritos podrían desgarrar el alma de cualquier joven, pero la mordaza de harina consumía cualquier intento de Arroyín de suplicar por su vida. Mientras más se acercaba a la boca, más se retorcía, pero escapar de las enormes garras del berteno era simplemente imposible. Cuando ya estaba dentro de la boca del Rey, Arroyín no pudo hacer más que mirar por última vez la luz del sol mientras las lágrimas corrían por su rostro. Entonces, el Rey mordió con fuerza.

La imagen dejó a Ramón en shock, quien no podía si quiera mover un músculo. La impresión de ver a Arroyín siendo devorado vivo desgarraba su corazón mucho más fuerte que un cuchillo. Para empeorar las cosas, cada vez que el Rey masticaba para saborear su presa, se podían escuchar los diminutos huesos ser triturados en un terrorífico patrón que sacudían el cuerpo de Ramón al compás.

Ramón ni siquiera pudo seguir mirando. No tuvo más remedio que darse vuelta y cubrir sus largas orejas para evitar escuchar el crujir de los huesos. Su cuerpo temblaba, sus manos temblaban, sus piernas temblaban. Su rostro sudaba, pero sentía escalofríos en todo su cuerpo. Su respiración estaba descontrolada, sus pupilas dilatadas y su pelo estaba de puntas. Ramón no había sentido tanto miedo en su vida, desde el día que vió cómo devoraban a su abuela aún con vida justo frente a sus ojos.

Trolls Fanfic - Ramón al RescateDonde viven las historias. Descúbrelo ahora