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A Namoo le había comenzado a sangrar la nariz, otra vez. Con un dolor punzante en la cabeza, se movilizó por la casa hasta llegar al cuarto de baño. La luz le irritó en los ojos al encenderla, veía destellos claros a pesar de que cerró los párpados tras apoyarse en el lavamanos. Tenía ganas de vomitar con la misma intensidad con la que se concentraba para no desmayarse.

Casi todas sus mañanas eran así.

Debería ya haberse acostumbrado a esa rutina que llevaba consigo una vida entera, pero el malestar nunca se iba.

Estuvo en esa posición hasta que las náuseas se marcharon y la pastilla le hizo efecto anestesiando su cerebro. Regresó a la cama y agarró el cubo de Rubik que tenía en la mesita de noche. Antes, nunca le había interesado, aunque sus sueños tendían a tener ese efecto en él: a que le gustase algo que nunca llamó su atención.

No solo le sucedía con cosas, también con personas.

¿Se podía estar enamorado de alguien que no se conocía en la realidad? Eso era algo que hace tiempo se había dejado de cuestionar.

Porque Namoo estaba enamorado.

Llevaba años enamorado de alguien que algunas veces se veía diferente, aunque siempre seguía siendo el mismo.

En algunas vidas se llamaba Minsi.

En otras, Minwoo.

Pero realmente solo le conocía en dos de ellas.

Tres, si contaba la actual.

Aunque esa no era una casualidad del destino. Como le explicó el mismo Minwoo, nada de lo que había ocurrido entre ellos era determinista, sino más bien una probabilidad tan remota que parecía escrita desde antes. Solo que Namoo había forzado las cosas, porque se le hacía inconcebible que en su mundo no lograra conocerlo. No podía dejarlo ir cuando no hacía más que soñar con él. Y todavía lo pudo menos cuando entendió que, una de sus vidas juntos, comenzaba a llegar a su fin.

No lo pudo soltar.

No pudo.

Pero cuando decidió buscarlo y hacer que dos destinos se encontraran, no pensó que uno de ellos ya estaba trazado.

Que Minwoo tenía una vida donde él no era parte de ella.

Por eso, no supo cómo reaccionar cuando Gallina ingresó por la ventana de su hogar y se apoyó en ella esperando recibir semillas como cada mañana.

Comida, comida, quiero comida —cantaba feliz mientras movía las alas.

A lo lejos podía divisar la casa café.

Y la ventana de la oficina abierta.

Así que intentó no asustarse cuando se puso semillas en el hombro para que Gallina volara y se posara en él. Todavía no se acostumbraba a esa nueva mascota de Minwoo, ¿no podían gustarle los gatos? Pero entre el hurón come cabellos y la rata con corbatas, prefería a Gallina. Al menos esta hablaba.

Decidido, se dirigió hacia la casa. Sus pasos tambaleantes y pocos seguros al acercarse. Era diferente soñar con alguien cada noche, que verle en persona y sentir cosas que los sueños le eran incapaces de transmitir. Como lo cálida que era su piel, sus dedos suaves al rozar su mano para entregarle sus compras, el aroma de su cuerpo y cabello, el sonido claro y profundo de su voz.

Y sus ojos.

Y su sonrisa que dejaba al descubierto sus dientes superiores.

¿Se podía estar enamorado de alguien con quien soñabas hace años?

Sin llamar a la puerta para alertar su presencia, ingresó a la casa.

Y en la cocina, estaba Kim Minwoo sentado en la encimera.

—Minwoo, tu mascota...

No estaba solo.

Había un chico entre sus piernas abiertas, era la misma persona con la que Minwoo había compartido varias vidas.

Y ambos se besaban.

¿Se podía estar enamorado de alguien con quien soñabas hace años? Sí, y también podía romper un corazón que no sabía que le pertenecía en ese mundo y en otros más.

¿Se podía estar enamorado de alguien con quien soñabas hace años? Sí, y también podía romper un corazón que no sabía que le pertenecía en ese mundo y en otros más

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El gato de SchrödingerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora