Capitulo 1

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"Me apagué un poco, pero me volví a encender, porque yo siempre puedo, siempre pude y siempre podré"

· Mario Benedetti

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Septiembre 18 del 2021

En algún lugar de Alemania...

Greta

Odio los sitios públicos.

Me irritan.

El sonido constante de los cubiertos chillando me están causando cierto repelús, sin contar que tengo a un niño haciendo berrinche en la mesa de al lado, me pica la cabeza y hace un frio que tiene a mis pequeñas tetas congeladas bajo el ridículo vestido rosa que me cargo. Aunque eso no quita que me vea perfecta, una personita dio un estúpido aporte comentando que tenía cierto parecido a una de las amigas de Barbie y no sé si tomarlo como un cumplido o una ofensa.

Como sea.

Quiero asesinar a alguien.

En cambio, en vez de hacer eso, porque es malo y me traería una buena regañina por parte de mi jefe, además de muchos problemas de los que no tengo las ganas de lidiar, mantengo un mechón rojo de mi cabello enrollado en un dedo y sonrío a mi acompañante como si fuera la mujer más feliz y enamorada del mundo, cuando lo que realmente quiero es apuñalearlos a todos.

Con un cuchillo de mantequilla, por amor a dios.

Mi tacón de aguja suena contra el suelo como un tic ansioso que cada vez se vuelve más rápido e igual de irritante que el resto del ambiente que me rodea. El niño grita y llora, la gente habla sin parar, escucho los platos y cubiertos chocar tan cerca como si los tuviera pegados a los oídos, mis sentidos siempre sensibles están sufriendo ahora con el aroma a café y pan combinado con el desagradable olor a calle. En momentos como estos, es que necesito aplicar la poca paciencia que poseo, pero no es que me importe mucho la situación cuando lo único que tengo que hacer es sentarme y mirar sin tener nada de acción. Es simplemente aburrido.

El tacto de la mano de mi acompañante por poco me hace sobresaltar y lo disimulo con una media sonrisa antes de tomar un poco de vino, deseando que este sea vodka para beberlo todo de un solo golpe. En menos de un segundo me repongo e inclino mi cuerpo sobre la mesa para darle un beso al hombre, aprovecho para bajar la mirada por un instante al reloj en su muñeca y suelto risitas antes de susurrarle al oído.

—Ya es la hora.

Ellos ya deben estar aquí.

Respira profundo, me mira a la cara con expresión de enamorado cuando en sus ojos veo la verdadera determinación y decisión al saber que no habrá vuelta atrás.

—Estoy listo.

Dejo un beso pausado en su mejilla.

Khoroshiy.

Me acomodo en mi sitio cuando le hace una seña al mesero más cercano y pide la cuenta, doy otro trago a mi copa de vino y por encima hago una rápida repasada al lugar. Mis uñas cortadas y pintadas de negro repiquetean en la superficie de la mesa de metal, como el tic tac de un reloj que me prepara para lo próximo a suceder en los siguientes segundos y el mesero con la cuenta llega, dejando una nota sobre nuestra mesa antes de retirarse que no necesito leer para saber lo que dice.

Es justo lo que esperábamos.

A cuatro mesas de nosotros. Dos hombres. No precisamente buenos. Nos han estado vigilando desde que llegaron, tres minutos después que nosotros. Son discretos y al ojos inexperto e ignorante no son más que personas ordinarias.

Rojo Sangre [#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora