Chaeyoung.

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El día estaba nublado, sombrío y triste. Los días siempre parecían ser iguales, desde hacía demasiado tiempo. Sus botas dejaban marcas en el césped mojado por las lluvias de días anteriores. Estaba silencioso, como siempre, y no había mucha gente como en otros momentos. Era sábado, no le gustaba mucho ese día de la semana.

Su mano sostenía con fuerza el bolso donde guardaba demasiadas cosas, muy importantes, y eso se había vuelto una manía hace ya unos años. Repasó con sus ojos todos esos borrones grises que podía ver, cuando lo encontró sonrió a penas. Se encaminó con rapidez y llegó a su destino, lo observó y tragó duro el nudo en su garganta.

Sentía que no podía estar ahí, no se merecía ni siquiera pisar esos lares, lo sabía.

Se sentó, sin importarle el césped mojado debajo de sus jeans, puso su bolso en su regazo, y jugueteó con sus manos. Había estado en este lugar hacía ya ocho años atrás, no volvió y no se sentía capaz de hacerlo, pero necesitaba hablar.

Necesitaba hablar con la única persona que realmente la escucho, en algún momento.

Cuando leyó en su mente ese nombre, muchos recuerdos golpearon su memoria, uno tras otro. No quería recordar, no quería siquiera pensar en ella... no merecía ese privilegio. Habían pasado tantos años, tantos años y seguía sin perdonarse, dudaba que en algún momento lo hiciera.

Minutos después, despertó de su aturdimiento, y se aclaró la garganta. Sus manos temblaban y no hallaba su voz, era el momento que tanto había esperado. Ya era una adulta, no podía seguir escapando de la realidad como una adolescente.

— Hola, Chae... — Mina murmuró, con lentitud y titubeando un poco.

Sus ojos se enfocaron en la vista que tenía frente suyo, una que había intentado ignorar todo el tiempo. Era gris, una placa gris con su nombre y apellido, con una frase que le calaba el alma y un pequeño marco con una foto dentro suyo. Chaeyoung se veía joven, se veía como cuando se había ido, como una adolescente de diecisiete años, sonriendo al lado de un estanque de patos. Se notaba que la foto la había tomado ella, era obvio, nadie le sacaba fotos a Chaeyoung.

Había flores, sabía que siempre había flores a su alrededor, también unos cuantos peluches que le pertenecían a Chaeyoung.

Leyó la frase, esa frase que la madre de Chaeyoung había elegido para plasmar por siempre, era una frase hermosa pero quien la había elegido hacía hervir la sangre de Mina en enojo. Era la menos indicada para molestarse pero eso no quitaba que lo hacía.

"El recuerdo indeleble de tu sonrisa y serenidad permanecerá en nosotros para siempre."

Y era cierto, había pasado ya ocho años y la sonrisa de Chaeyoung no se borraba de su cabeza. Siempre sentía un toque fantasma en donde esos dedos habían estado, sentía a veces como su cabello negro era acariciado o suspiros acariciando sus facciones. Sabía que eso no era bueno para su salud mental, pero le gustaba imaginar.

— No he venido aquí desde el momento que te dejaron en este lugar, hace ocho años no pongo un pie en donde estas. Sé que no lo merezco... pero decidí venir, tengo demasiado que contarte — la voz de Mina había cambiado con los años, ya no era una adolescente de 18 años, tenía veintiséis y su voz había adquirido un timbre lento y ronco, quizá desgastado.

Con lentitud sacó cosas de su bolso, las llevaba a todos lados y hoy no era la excepción. Poco a poco se dejó ver su monedero, un grueso cuaderno de cuero (que se notaba desgastado), una muestra de perfume, un pañuelo y un pequeño peluche de pingüino. Acomodó cada objeto cerca suyo, las manos de Mina temblaban en un tic nervioso que tenía, y el collar plateado en forma de corazón brillaba en su cuello. Estuvo más de seis minutos tratando que todo estuviese en perfecto orden.

Chaeyoung, no me gusta Donde viven las historias. Descúbrelo ahora