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Jiwoong se encontraba en su cama, casi completamente cubierto con una manta, mirando con atención las luces rojas del despertador digital junto a su cama. 

Habían pasado unas cinco horas desde que las falsas grabaciones sobre una pijamada habían finalizado, y unas dos horas desde que había decidido recostarse más temprano de lo habitual. No obstante, a duras penas había logrado dormir unos miserables cuarenta minutos y en aquellos momentos, se encontraba luchando para conciliar el sueño una vez más. 

Jiwoong suponía que descansar un día antes de la final era algo básico y práctico teniendo en cuenta que recibiría el desgaste emocional más dañino y largo de su vida en televisión nacional. Sin embargo, allí estaba: aún despierto en la oscuridad, solo acompañado por el ajeno y extraño silencio, raro de encontrar en el Planet Camp. 

Soltó un largo suspiro y se levantó con cuidado de su cama. Luego, intentando no hacer demasiado ruido para no despertar a su compañero de habitación, comenzó a vestirse lentamente con la ropa de entrenamiento. 

No iba a ganar nada allí acostado, excepto quizás, altos niveles de ansiedad y preocupación. Tal vez, practicando un poco, lograría sentirse un poco más tranquilo, o al lo menos, más cansado. 

Jiwoong abrió y cerró la puerta de la habitación con aún más cuidado del qué el que se había vestido y, con una manta cubriendo sus hombros, caminó por el pasillo que mediaba entre las habitaciones del resto de los aprendices. 

Últimamente, la idea de dejar aquel lugar le resultaba algo agridulce. Por un lado, no extrañaría la intensidad con la que se vivía cada día, ni el estrés por ser eliminado y aún menos las devoluciones de los masters que en ocasiones rozaban lo cruel. Por otro lado, el solo pensar en dejar de ver a sus compañeros, en dejar de actuar en un escenario frente a la mirada y el cariño de los fans, lo hacía sentir miserable. 

El hilo de sus pensamientos se detuvo cuando llegó a la puerta de la sala de entrenamientos y notó, por el suave sonido de unas pisadas, que ya había alguien allí adentro. 

Dudó un poco, pero de todos modos abrió la puerta con cuidado. 

Su corazón dio un vuelco al encontrarse a Seok Matthew de pie en la habitación, repentinamente pálido por el susto que Jiwoong le había dado entrando la habitación en medio de la madrugada. 

—¡Jiwoon-Hyung!—protestó el joven con una mano en el pecho—De verdad, no tenía que entrar así, me asustó mucho. 

Jiwoong esbozó una sonrisa divertida, no solo por la forma incorregible en que el canadiense pronunciaba su nombre (que siendo sincero, siempre lo hacía sonreír), sino por el modo en que este estaba vestido. 

—¿Por qué estás bailando con ropa de dormir?—consultó en medio de una silenciosa risa. 

De repente, Matthew miró su ridículo vestuario y sus mejillas se calentaron. 

El mayor no tuvo demasiado tiempo como para apreciar lo lindo que se veía, pues el joven rápidamente se recompuso sólo para poner los ojos en blanco. 

—Hyung, creo que es usted quien tiene más explicaciones qué dar, porque no soy yo el que acaba de entrar a la sala de prácticas en medio de la noche—protestó intentando desviar el tema. 

Jiwoong sonrió incrédulo. 

—Sin embargo, también estás aquí en medio de la noche, Matthew-ah. 

—¡Pero solo porque tenía que trabajar en algunos detalles!—se apresuró en refutar el menor, con los ojos bien abiertos. 

—Entonces... ¿Quieres que haga un seguimiento de tu baile?—se ofreció Jiwoong, ante la postura desconfiada de su dongsaeng—Al menos, como modo de disculparme por haberte asustado. 

FinaleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora