Despertar

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El departamento nada modesto de Altagracia, iluminado por una tenue luz, revela una sala ordenada. Altagracia, una mujer de mirada determinada pero vulnerable, revisa meticulosamente, junto a su hermana, Nohelia y la madre de ésta, sus archivos de investigación. Sus rostros reflejan el dolor y la sed de justicia.

Habían pasado toda la tarde y parte de la noche averiguando la ubicación de Lucho. Todas querían hundirlo, pero hundirlo tres metros bajo tierra, así como él lo hizo con sus amadas hijas, hermana y sobrina.

Aunque en un principio la rubia había pedido que no se le mencionara a León nada de lo que estaban haciendo, en algún momento de la tarde el subconsciente le hizo escribirle para citarlo en su departamento y contarle lo averiguado. En el fondo Altagracia sabía que era lo correcto, que él como policía y como padre de una de las víctimas de Lucho merecía saber. Porque, aunque no confiaba en las autoridades, confiaba en él y él confiaba en ella; además estaban comenzando a construir algo juntos, que todavía le causaba miedo, pero que no podía y no quería seguir negando y evitando; a su lado se sentía segura y amada.

–Escuche tu mensaje. -Dijo después de darle un corto beso a la ojiverde. Su rostro reflejaba preocupación.

–Qué bueno que viniste. ¿Te pasa algo? -preguntó al percatarse de su semblante. Seguían frente a la puerta de entrada, fuera de las miradas de las demás mujeres.

–Se va a resolver. -se limitó a decir.

–Acompáñame. -Caminaron a la par hasta el comedor, en donde se encontraban sentadas las mujeres.

–Nohelia, ¿Que hacen aquí? -Lo tomó por sorpresa encontrarlas justamente ahí.

–Por eso te cite, -contestó la rubia- ya tenemos una pista sobre lucho que nos puede servir. 

La sorpresa de todas, sobre todo de Nohelia, por la presencia de León ahí era más que evidente; Aun así, las mujeres le pasaron un puñado de hojas con lo averiguado para que le diera un vistazo.

–A ver, yo entiendo que todas quieren joder a Lucho, pero en serio ¿Una reunión clandestina? -reclamó desconcertado y un poco molesto.

–No, es que no es clandestina. Te llame para que vinieras. -explicó.

–Si, después de investigar los números de Navarrete y sus matones. 

–Bueno, al menos ya tenemos algo. -comentó Nohelia un tanto incomoda por la presencia del policía.

–Tal vez fue lucho el que llamó al chofer de Navarrete. -agregó Regina.

–Ese teléfono público es un punto de partida.

–Así puedes ir con tus agentes y empezar a buscar a lucho desde ahí, ¿no?

–Como puedes ver, nadie se está saltando tu autoridad. -aseguró la rubia, para apaciguar las malas ideas que se estaba haciendo el ojiverde.

–Está bien, perdón. Reconozco que esta vez sí me avisaste. -dijo más calmado y regalándole una tierna sonrisa a la rubia la cual le sonrió de vuelta.

La joven pelinegra sabia la conexión especial que ambos tenían y ahora verlos así, tan cómplices la descolocaba. Estaba llena de celos y se le notaba a leguas.

–Pues bueno, nosotras ya nos tenemos que ir. -dijo la mayor de las mujeres al notar los celos de su hija- Ven hija. -Se puso de pie.

–Creo que yo aprovecho para irme con ellas. -dijo la hermana, haciendo lo mismo que las otras mujeres.

–¿Y tú? -preguntó Nohelia, en tono celosa, a León.

–Me voy a quedar un rato más a ver si reviso bien esto. -respondió sin voltear a verla.

OS | agua, chile, mole y pozoleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora