Isla Esmeralda es el edén de los perdidos, la cuna del libertinaje y la piratería. El verdor de su flora, mayormente compuesta por cocoteros, ipomeas y árboles de copa baja, se empeñaba en desparejar las calles que ramificaban las favelas. Mas la danza de aromas que se intensificaba a medida que los visitantes se adentraban en el paraíso de la delincuencia, no coincidía con la desolación a la que se sumía el ambiente durante el día.
Isla Esmeralda despierta cuando se pone el sol.
Telmond Ingwhell y otros diez piratas, entre ellos La Torre, Fideo y el novato, presididos por el capitán Thomas Kastler, no suponían un interés para los pocos ciudadanos con los que cruzaban miradas. Los más espabilados eran los vendedores de puestos ambulantes, que hacían esfuerzos mínimos por ofrecer sus productos.
- ¿Un pescadito, amigo? -Intentó gritar un hombre acalorado detrás de su puesto- Los pescaron un atardecer atrás. Más tarde me traeran la pesca del día. Estos te los dejo a dos monedas menos.
- Torre -Fue lo único que dijo el capitán.
La Torre se abrió paso entre todos y se plantó frente al puesto del vendedor deambulante, tapándole el sol a este. El hombre, arrugando la nariz por tener que levantar la vista para hacer contacto visual o quizás por el olor de sus propios productos, pegó un largo bostezo.
- Deme los más frescos -Concluyó La Torre, después le cedió la compra a otro de los piratas del grupo para que lo llevara hasta Santa Lucía, todavía no estaban muy lejos de la costa y era mejor almacenar los pescados para que se conservaran más tiempo. Entre mejor fuera el estado de estos, menos quejas tendrían que soportar de Guz, el cocinero.
Por otro lado, oportunidades como kilos de pescados a dos monedas menos eran poco comunes, los vendedores tendían a ofrecer todo más caro durante el día.
Como solo habían descendido a reponer recursos, armas y a pisar tierra firme una última vez antes de partir, el grupo no tardó en dispersarse, quedando el contralmirante, el novato y Telmond junto al capitán. Luego los alcanzaría un segundo grupo dirigido por uno de los ayudantes de cocina, también con la tarea de llenar las bodegas.
Los cuatro hombres continuaron avanzando hasta el barrio más céntrico de la isla, donde la vista del cielo era entorpecida por cadenetas y cables decorativos. De noche, aquel era el corazón de Esmeralda.
Telmond vio que iban a entrar a una cantina y se preguntó qué tipo de olores descubriría allí dentro. Estaba cansado de caminar por calles llenas de arena sucia, aunque la curiosidad y su incapacidad para permanecer otra hora en el barco sin vomitar habían impulsado su decisión de acompañar al capitán. Hasta aquel momento Esmeralda no le había traído mayor sorpresa que alguna ya inventada para alguno de sus libros.
Nunca lee lo que escribe, pero el deseo creciente de quejarse, le hizo recordar que pudiera leer sobre una situación parecida a la que se encontraba sin tener que vivirla, sentado en cualquier lugar ausente de calor, ni dolor en las articulaciones; otra vez, la realidad resultaba sosa y cansina.
El novato se adelantó unos cuantos pasos delante de ellos para ser el primero en empujar las bisagras de vaivén hacia el interior del negocio, igual de animado que el resto de la isla. El bartender les dedicó una corta mirada ojerosa y continuó organizando objetos debajo de la barra.
Telmond distinguió un hombre con el torso completamente apoyado sobre una mesita circular, pero tenía la cara cubierta con los brazos. Otros dos hombres estaban acostados en un sofá al fondo de la cantina, cerca de una escalera que guiaba a un segundo piso. Los tres parecían encontrase bajo el ataque de un sueño profundo.
Thomas ignoró el estado de los hombres y fue directo a ocupar un asiento en la barra, provocando que al bartender dejara de lado sus tareas para clavarle una mirada de reproche al capitán.
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Thomas Kastler
MaceraTelmond Ingwhell es un viejo contador que dedica sus horas libres a escribir novelas irreales. Su vida parece llegar a su fin cuando choca con el joven soñador Thomas Kastler, pero no hará más que comenzar, dándose a la tarea de redactar la biografí...