Sueño de amor

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—¿Tienes algún familiar o amigo en el que confíes como para pedirle un gran favor? —me preguntó serio Ermilio en la tarde del sábado.

Yo me encontraba en la sala leyendo el periódico antes de irme a revisar la construcción de mi casa. Lo bajé cuando escuché su voz.

—Tengo varios. ¿Por qué?

Vi que estaba vestido con ropa formal: traje sastre café, zapatos recién pulidos y volvió a peinarse. Batallaba con su corbata mientras se dirigía a mí.

—Debemos traer aquí a la mujer de Florencio y luego lograr que ellos consumen su matrimonio.

Resoplé y después me reí de tremando disparate.

—¿Quieres que Erlinda Bautista venga y luego la llevemos a un lugar poco digno para que tenga intimidad con su esposo?

—Sí, eso quiero —lo dijo con tanta naturalidad que entonces le creí.

—Es una estupidez.

Bien Florencio podría reconocer frente al juez que consumó el matrimonio de manera privada y así arreglar lo de la anulación, pero eso destruiría la honra de su esposa en el pueblo. La señalarían y marcarían como una mujer que no llegó virgen al matrimonio.

Ermilio se puso serio de nuevo, como si cambiara su personalidad con un solo botón que no podía encontrar en mí.

—Pero es la forma en la que el Larrea va a desencapricharse de hacerlo su yerno a la fuerza.

—¿Y luego qué? —Alcé una mano e hice ademanes porque me sentía contrariado—. Lo deja libre de eso, ¿qué va seguir? ¿Que lo maten?

—El abogado hará esa parte. —Creo que lo harté porque sonó irritado—. ¿Vas a entrarle a esto o no?

De todas las personas en las que confiaba, fue un nombre el que se instaló en mi mente.

—Tal vez un amigo pueda ayudar, pero lo veo complicado.

—Bien. —Abotonó su saco y se dispuso a irse—. Manda una carta urgente. —De pronto regresó un paso hacia mí—. ¿Sí llegan allá?

—Sí llegan, pero son caras y la gente no las usa muy seguido.

—No importa. Lo pagaremos. ¿Mitad y mitad?

—Lo pago yo. —Era lo menos que podía hacer—. ¿Qué quieres que le diga?

—Dile que necesitamos que traiga a la señora de Fernández, que el abogado la necesita para tratar asuntos de su esposo. No le des más explicaciones. Roguemos porque funcione. —En el espejo que había en la pared se dio un último vistazo—. Odio que no tengan un maldito teléfono cerca. Sería mucho más fácil así.

—¿A dónde vas? —No resistí más la duda de saber por qué se preparaba con tanto cuidado. Hasta sospeché que tendría un encuentro amoroso o algo así.

Ermilio se paró orgulloso y sonrió.

—Voy a ver al Tilingas. —Me apuntó—. Mientras, tú manda esa carta ya.

—Buen viaje —alcancé a decirle antes de que saliera de la casa.

Ese hombre me tenía preocupado por los arranques de valentía que estaba experimentando. Podía meterse también en problemas grandes si no cuidaba sus pasos.

Obedecí lo que mi amigo pidió y mandé la dichosa carta urgente antes de viajar a la ciudad donde construía mi casa. Por dentro pensaba que su plan era un imposible. De ninguna manera don Evelio accedería. Pero cumplí porque me comprometí a hacerlo.

Cuestión de Perspectiva, Él © (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora