Acto 3: El trapecista

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En la calle 11 de Philadephia, en The Dutch, Amelia y Alexander se sentaban en una mesa junto a la ventana, que volvía a empaparse por la lluvia.

—Espero que el clima mejore.— Dijo Alexander quien hojeaba el menú del restaurante.

—En general me gusta la lluvia, es un buen clima para leer.— Amelia se veía relajada. ¿Quién no? Después de lograr su meta anual. —Mencionaste que no eres de por aquí.—

—Correcto.— Alexander tomó una taza de café, y le sopló antes de llevarsela a la boca.

—Y bien... ¿De dónde eres?— La espera del trago de café parecía eterna, pero era Alexander quien de hecho estaba callado.

—Bueno, no soy de ningún lugar en partícular supongo.— Comentó entre sorbos.

—¿Cómo puede ser? Todos somos de un lugar.— Mientras Amelia bebía jugo de naranja, Alexander saboreó el café, haciendo muecas graciosas para que Amelia escupiese su jugo.

—Nací y crecí en el circo, siempre nos estamos moviendo, pero supongo que nací en Nueva Jersey.—

—¿En el circo? Eso es fascinante.— Ella se mostraba interesada, pero Alexander no pudo evitar pensar que lo veía como ratón de laboratorio.

—Sí, soy trapecista, pero tengo un acto con mis primos en el globo de la muerte, de ahí la moto.— Comentó echando un vistazo a su motocicleta por la ventana.

—¿Trapecista? ¿Globo de la muerte? Disculpa, no sé que es eso.—

—¿La gran Amelia Lancaster no sabe que es un trapecio? Disculpa pero ¿Alguna vez fuiste al circo?— Rió por lo bajo.

—No.—

—¿No? Me vas a decir que jamás fuiste a un circo. Jamás te reíste con un payaso ni viste domadores o... trapecistas volando.— Su tono de voz pasó de consternado a ofendido.

—De acuerdo, primero; no, nunca he ido a un circo y dos; los hombres no vuelan.— La incredulidad de Amelia empezaba a desesperar a Alexander.

—Señorita Lancaster ¿Quiere someter sus acusasiones a prueba?— Preguntó picaramente Alexander mientras comía.

El brunch había sido una acalorada discusión sobre las "infancias normales de niños felices"; él la llevó al estacionamiento del Office Depot y con un gancho abrió la puerta de su auto.

—¿Debo preocuparme de que supieras abrir la puerta sin llave?— Preguntó Amelia intimidada.

—Oye, esto le pasa a cualquiera, hay que saber hacerlo, como cambiar una llanta.— Los hoyuelos marcados en las mejillas de Alexander se difuminaron al igual que su sonrisa.

—Bueno... supongo que...—

—¿Qué vas a hacer ahora? ¿Y mañana?— La interrumpió.

—¿Yo? Pues... no tengo mucho que hacer hasta dentro de una semana.— Dijo expectante, sosteniendo abierta la puerta de su coche. —¿Por qué preguntas?—

—¿Te gustaría verme entrenar? Así sabrás lo que es un trapecista.—

Coquetamente, Alexander entró a la tienda y sacó un paquete de más de 100 afiches que decían "Espectacular circo Ferretti" en ellos.

Amelia se ofreció a llevarlos en su auto, y siguió al motociclista hasta una carpa recién montada un empedrado cercano al parque Hunting.

—¡Alex! ¿Quién es la bella dama?— Preguntó un hombre robusto el cual le quitaba al joven los afiches de los brazos.

—La señorita Amelia Lancaster es una importante académica local, viene a ver cómo entreno.— Le dijo con aire de superioridad al hombre.

—¡Universitaria! ¡Marie! ¡El muchacho se buscó una fina!— Gritó el hombre dando un codazo a una mujer que pasaba de lado de ellos.

—¡Cierra la boca Artemius! La chica está aquí de frente, no es una cualquiera como las que tú buscas.— La mujer dejó caer una caja en el suelo y se dirigió a Amelia.— Marie Walters, hermana de este payaso, encantada.—

—Mucho gusto Marie, ¿Él es un payaso de verdad?— Interrigó con curiosidad Amelia observando al hombre.

—Y franelero, y taquillero, y cocinero...— Contestó él con su voz aguardiente.

—En una hora podemos instalar el trapecio si gustas.— Mencionó Marie.

Alexander y Amelia buscaron unos asientos de las gradas mientras veían a otros instalar las últimas cosas de la carpa. Amelia no pudo evitar notar que muchas personas se hablaban con familiaridad, una la cual ella no tenía ni si quiera con sus padres.

—Dijiste que naciste en el circo... ¿Tus padres viven aquí también?—

—Sí, pero deben estar en su casa rodante.— Alexander se recargó en sus brazos y su rostro mostraba señas de estar pensando demasiado.

Sus ojos se encontraron con los de Amelia, ambos se dedicaron una sonrisa. Alexander se levantó y tomó la mano de Amelia. —Ven, quiero mostrarte algo.— Alexander la dirigió a la parte trasera del circo, atravesando la pista, detrás del telón.

Amelia se sobresaltó por ver a los tigres sueltos en un corral de no más de dos metros de altura y sin techo alguno que abarcaba gran parte del circo. Inmediatamente se puso detrás de Alexander, el cual solo sujetó la mano de Amelia. —Están entrenados, no te preocupes.— El comentario no pareció tranquilizarla.

—Pero están sueltos.— Tartamudeó ella aferrándose a la espalda de Alexander.

Él se alejó de ella y se echó al suelo con los tigres. —En este corral descansan de las jaulas de viaje, no te gustaría vivir en una jaula siempre ¿O sí?—

—Pero... ¿Y su entrenador?— Preguntó aún con miedo.

—Mi padre no debe estar lejos. ¿Quieres tocarlos?— Amelia se aferró a sí misma y solo atravesó el telón, como si algunos metros de terciopelo la fueran a proteger de una mordida.

—¿Te asustaste?—

—Naturalmente, a parte, es cruel.— Dijo disgustada sin mirar a Alexander.

—No, oye, no les pegamos a los tigres; eso ya no se hace...— Trató de buscar a Amelia con los ojos. —Aparte, ellos nacieron en el circo, como yo, no podrían sobrevivir en otro lugar. Y cuando cumplen cierta edad se... jubilan.—

—¿Se jubilan?— La intriga sobre lo que eso podría significar la asustaba.

—Los tigres que cumplen 10 años son enviados a un santuario, por ley, se jubilan.— La pícara sonrisa volvió a su rostro al ver que Amelia dejó su postura tensa.— Oye ¿Me vas a obligar a decirte los secretos del show? No les pegan, de hecho comen muy bien y lo que ve la gente en el acto es una cuerda la cual tiene colgando una bolsa con gatera y un tubo relleno de pollo. Las leyes han cambiado y nosotros con ellas. No te molestes por favor.—

—Está bien.— Lo que dijo Alexander la tranquilizó realmente, pero no el hecho de que los tigres estuviesen en un corral sin techo. "Eso seguro viola una ley" pensó.

—Bueno, ahora vas a ver a un hombre volar.—

El espectacular circo FerrettiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora