10. Supresores

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Quackity cerró la puerta detrás de sí mismo y suspiró, apoyando su espalda contra ésta.

Desde hace una semana entera que no había vuelto a su isla. Su estadía en el hogar de Luzu se había extendido más de lo que esperaba y de lo que consideraba sensato. No era que el alfa le hubiera obligado a convivir junto a él; pero la protección que le ofrecía su amigo, combinado con el miedo y la inseguridad que lo acechaban, habían convertido toda la situación en una tentación muy difícil de rechazar.

Solo era eso, por cierto. La necesidad de la protección. Nada más.

Pero cuando Rubius llegó a la casa de Luzu, fue como una sacudida que lo despertó de su ensueño. Ya llevaba demasiado tiempo aislado junto al castaño, jugando a… a ser una especie de familia feliz. Los dos se habían encerrado en una especie de burbuja ilusoria, rechazando cualquier influencia externa. No iba a culpar a Luzu y su obsesión con resguardarlo, sabía que el instinto incontrolable de un alfa lo empujaba a querer proteger a un miembro de su círculo en apuros.

Se preguntó si tal vez el castaño lo consideraba un miembro no-oficial de su manada.

Algo que notó la primera vez que llegó a estas tierras, fue la poca cantidad de manadas lideradas por alfas y la ausencia de omegas. En Karmaland, la mayoría de los individuos con segunda naturaleza dominante preferían vivir solos, patrullando sus territorios y construyendo casas enormemente vacías. Una gran diferencia a su lugar de origen, donde si eres un alfa, esperan a que conformes un grupo apenas toques la adultez.

En una ocasión le preguntó por ello a Merlón, y así se enteró que desde hace un par de décadas no nacía nadie de su mismo género.

¡Es mejor así! Una bendición. Así podemos mantener la paz. Los alfas ya no son un problema sin los omegas que los tienten, ya no molestan a los demás, se ocupan de sí mismos. — Había dicho, con un semblante sabio.

Al escuchar esa afirmación, un sentimiento de culpabilidad y suciedad se había arremolinado en su garganta.

Si tan solo pudiera arrancar esa parte de él.

Cerró los ojos, cansado. Ojalá Luzu estuviera a su lado en ese mismo instante. Se había acostumbrado a tener al castaño en su órbita la mayor parte del día. Desde que empezó a dejar que lo olfateara de vez en cuando se había comportado de forma más afectuosa y su aroma cambió a algo más empalagoso.

Había disfrutado la atención. Lo admitía.

Verga. ¿Qué no era solo por protección?

Ya no podía autoconvencerse de no sentir cariño por él. Se había convertido en su hogar, cuando ya desde hace años que no había utilizado ese término para referirse a nada ni nadie. Palabras cálidas con un significado que su cuerpo y mente aún no sabían cómo procesar completamente, optando por entrar en negación.

Y mientras su consciente batallaba con esa realización, dentro de sí mismo, en lo profundo de sus entrañas; sentía tirar a su instinto, indicándole que regresara al lecho del alfa.

Pero él no era así.

No podía esconderse indefinidamente en la casa del castaño, con la cola entre las piernas, esperando a que una catástrofe ocurriera en cualquier segundo.

Ahora iba a enfrentar sus problemas. Sin que el mayor interfiriera.

Luzu ya había hecho mucho por él. Ya lo había incordiado demasiado. Últimamente estaba dependiendo demasiado de su presencia e instintos de cuidador. ¿Qué le estaba pasando? Actuaba como si antes de llegar a Karmaland no hubiera tenido que acampar en decenas de pueblos extraños, como si no hubiera tenido que cruzar incontables biomas totalmente solo.

The Mask  |  Luckity, Omegaverse, Slow BurnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora