Rubius levantó una ceja al ver la reacción de Quackity.
El pelinegro se encontraba arrodillado en el suelo, todo su cuerpo tenso, con una expresión que jamás había visto poner al menor. ¿Terror? ¿Miedo? Era como una alimaña atrapada contra un muro, desesperada y sin muchas opciones.
Pero una vez que éste lo miró directamente a la cara y se dio cuenta de quien era, soltó un suspiro que relajó visiblemente todo su ser. No pasó por alto la espada de diamante que sostenía entre sus manos, y que dejó caer rápidamente al piso.
Vaya.
El beta supo que algo no andaba del todo bien apenas colocó un pie en la sala de Luzu. No. No era cierto. Se dio cuenta incluso desde el momento en el que el alfa le había abierto la puerta.
Sabía bien que no le agradaba mucho al castaño. Desde siempre le había dedicado miradas recelosas y cínicas, dejando de manera clara y transparente que simplemente no confiaba en él. Era justo, no iba a decir que no comprendía su actuar ni sus razones. Digamos que él no era un beta muy convencional que digamos.
La expresión que Luzu le había dedicado en la entrada a su cabaña había sido mortal. Sus pupilas rojo sangre parecían brillar inquietantemente; observándolo desde lo alto, y haciendo un contraste enorme con la sombra que proyectaba la capucha negra que siempre vestía.
Si las miradas mataran...
Pero por supuesto, Rubius ignoró sus advertencias tajantemente.
Sí, sí, muy terrorífico el alfa y todo eso; pero cuando ya sabes de memoria cómo funcionan, te das cuenta de que la mayoría solo es parte de un colorido espectáculo teatral. Gruñidos, mordidas al aire y bufidos que ningún efecto tienen si eres capaz de ocupar el cerebro y descubrir el límite real que posee cada alfa.
Y estaba perfectamente seguro de que no había manera en que el castaño le hiciera daño. Medio Karmaland estaba enterado de que contaba con la protección de Vegetta, y nadie se atrevería a insultarlo (y soportar sus represalias). Luzu era un alfa inteligente y más templado que el promedio, no crearía problemas solo por herir su ego. Además de que era un buen amigo del brujo, así que toleraba a Rubius más de lo que normalmente permitiría.
Y pues claro que le sacaría provecho a eso.
La verdad era muy simple. Los alfas eran seres idiotas.
Físicamente, sus segundas naturalezas eran de temer. Ni de coña comenzaría una pelea de puños contra uno de ellos, lo mandarían al cielo de un solo arañazo. Pero oh, sus mentes eran tan, pero tan unidireccionales que le resultaba hasta cómico.
Quizás era culpa de estar atados a sus cuerpos predominantemente hormonales, pero obtener favores de ellos y empujar la balanza hacia su lado eran actos muy fáciles de conseguir.
Así lo estaba haciendo con cierto druida nuevo en el pueblo. ¡Y como no, si estaba lleno de pasta!
Libros raros, encantamientos, artefactos ilegales, todo eso y mucho más lo había conseguido con únicamente una pizca de ingenio (y montones de bailes privados).
La primera vez que visitó la fábrica de Sapo Peta no había podido evitar abrir la boca con una expresión de asombro. Si creía que la mansión de Vegetta era lujosa y derrochadora, el lecho del trigueño era una construcción digna de una entidad celestial.
Bueno, él se trataba de un semidios, así que suponía que era adecuada.
Cualquiera pensaría que un alfa así de poderoso y con un aspecto tan imponente tendría una personalidad dominante y contaría con un alma dura y fuerte, pero en contra de todas sus suposiciones, el druida había resultado ser inesperadamente sentimental y algo (bastante) sensible.
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The Mask | Luckity, Omegaverse, Slow Burn
FanfictionQuackity era mucho más bajo que sus compañeros de Karmaland. Tenía una contextura más delgada, dueño de una personalidad aireada, algo sarcástica y altanera. Sinceramente, era un contraste bastante marcado con respecto a sus camaradas, quienes en su...