11. Autodestrucción (Parte 1)

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Quackity era un misterio para Luzu.

El hecho de que había caído rendido por él fue algo que le costó bastante tiempo aceptar. La negación es algo grande, especialmente cuando la persona fuente de estos sentimientos siempre se mostró tan aversivo a… bueno, cualquier muestra de afecto común entre amigos, entre un alfa y un beta.

Aunque el dolor del rechazo hubiera nublado el juicio del castaño por un tiempo, todo este embrollo que salió a la luz (un aparente problema entre un semidios y el joven pelinegro, algo que había dejado al último con una clara crisis emocional y psicológica, pero que el alfa aún no podía descubrir exactamente de qué trataba), sirvió como una herramienta improvisada para solucionar algo muy importante entre ambos:

Al fin habían comenzado a confiar de verdad en el otro.

El que Quackity se refugiara bajo su techo durante una semana, inmediatamente luego de haberlo encontrado en medio un colapso mental había marcado el comienzo de un camino. Al menos así se sentía para Luzu. Y creía (esta vez estaba casi seguro), que el menor también compartía esa sensación, otorgándole pequeñas puertas y señales de cooperación y cariño.

No lo empujaría ni exigiría antes de tiempo. Ser paciente era una de sus cualidades de las que estaba orgulloso.

Lo había visto en su día a día. Estas diminutas “puertas” que significaban un paso a un territorio nuevo para ambos. Entre sus discusiones tontas y bromas de mal gusto, había veces en las que Quackity colocaba una expresión pensativa y distante, y otros momentos donde miraba al castaño de reojo, con un semblante que transmitía entre nerviosismo y afección.

Luzu simplemente actuaba como si no se diera cuenta de esto. Lo ignoraba, bailaba en torno al avance lento del menor. Esas veces en las que el pelinegro se había sentado en el mismo sillón que él mientras leía en la calma del atardecer; o cuando simplemente lo observaba cocinar, limpiar o alimentar a sus mascotas en un silencio cálido.

En esas ocasiones, su rostro se transformaba.

Muchas veces Quackity no se daba cuenta que dejaba entrever mucho más de lo que pensaba.

Tal vez era eso, o simplemente Luzu lo conocía demasiado. ¿Alguien más sabría interpretarlo tan bien como él lo hacía?

Era increíble (y un poco triste) como gravitaban constantemente entre ellos, como dos imanes con polos gemelos imposibles de conectar. Una danza eterna que últimamente se hacía más y más íntima. Luzu no esperaba que el pelinegro lo reciprocara con romanticismo e interés de ese tipo, él simplemente estaba feliz con ser importante para el otro. Con sentirse cercano, necesitado.

Sabía que al pelinegro le causaba rechazo el crear una conexión verdadera con la gente. Hundido en chistes, carcajadas y comentarios jocosos, se encontraba una inseguridad que calaba hasta lo más profundo. Y no lo juzgaba, claro. ¿Qué sabía Luzu de lo que él había vivido en su pasado?

Todos tenemos experiencias que preferiríamos enterrar y olvidar. Pero que en realidad siempre están ahí, como una espina clavada en la piel, diminuta e imposible de sacar.

Y, aun así, aunque su lado racional entendía la necesidad de ser sereno y esperar con paciencia al menor; el corazón de Luzu suplicaba por sentir el tacto del otro; un roce accidental entre ambos, o el calor que emanaba desde su piel al olfatear su cuello. Algo que se salía de esta caja nombrada “amistad” y que añoraba convertirse en algo más significativo.

The Mask  |  Luckity, Omegaverse, Slow BurnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora