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Cuando me despierto Jungkook no está en la cama. Aguzo el oído para adivinar si hay ruidos en el cuarto de baño, pero llego a la conclusión de que tampoco está allí.

Solo entonces me permito sentarme sobre las sábanas e intentar comprender qué sucedió anoche, porque he dormido tan profundamente como no recordaba desde hacía tiempo.

El semen seco acartona mi pecho y me causa tirantez. Esta mancha serpenteante, la que tengo debajo del pezón, no es mía. La acaricio, la superficie rugosa y cristalizada, y la imagen de Jungkook, corriéndose mientras se aprieta los testículos, me llena la cabeza.

La agito para despejarme y me doy una ducha.

Sí, vuelvo a hacerlo, y cuando el esperma es arrastrado por el agua tibia, al fin me siento con fuerzas de bajar a desayunar.

Me pongo la misma ropa de ayer, porque no sé qué debo hacer. La camisa me queda un tanto holgada y tengo que apretar el cinturón al máximo para que no se caigan los pantalones. Bajo las escaleras con temor. ¿Qué me dirá Jungkook? ¿Qué explicación tendrá para lo que sucedió anoche?

Cuando llego a la planta baja, el aroma a café y tocino frito me hace darme cuenta del hambre que arrastro.

—Así que tú eres el pequeño Jimin.

Cuando me giro veo a una chica preciosa inclinada sobre el fogón. Bueno... una mujer en toda regla, de luminosos ojos azules y radiante cabellera rubia. Lleva un vestido veraniego, de tirantas y abrochado delante, de un color rojo intenso, a juego con el lápiz de labios. Está apartando huevos revueltos en un plato, donde ya hay un trozo de pan, beicon y alubias.

—He escuchado la ducha —señala el techo con la paleta—. Sabía que estabas a punto de bajar y he decidido hacerte el desayuno.

Me sonrojo. Si ha escuchado el sonido del agua en la cañería, ¿me habrá escuchado gemir mientras me masturbaba?

—Gra-Gracias.

No hay rastro del amigo de papá alrededor. Tampoco de los chicos. ¿Quién es ella? ¿La criada? Me siento a la mesa y supongo que el té humeante que hay junto al plato también es mío.

—Jungkook me ha hablado de ti esta mañana. De hecho, no ha hablado de otra cosa.

Está apoyada en la encimera, lo que vuelve aún más sensuales las líneas curvas de su cuerpo. El vestido está ligeramente abierto en el escote y la profundidad de la canal me lleva los ojos hacia allí. Noto que se me seca la boca. Espero que este calentón constante se me vaya pasando con los años, porque no me imagino formando una familia si solo tengo ganas de follar.

—¿Eres amiga de Jungkook? —No sé cómo me sale algo tan estúpido.

—Algo más, espero —tiene una risa deliciosa—. ¿Ves?

Me enseña su dedo anular, donde luce un bonito anillo con una piedra azul.

Así que es su prometida. Eso me deja aún más contrariado, porque anoche Jungkook y yo... pero supongo que hacerse unas pajas será cosa de hombres, aunque si yo tuviera acceso a una mujer así ni tendría la necesidad de masturbarme, porque no la dejaría abandonar el dormitorio.

Noto que me excito de nuevo, y aprieto las rodillas.

—¿Tú hiciste la cena de anoche? —me atrevo a preguntar.

—¿Te gustó?

—Cocinas muy bien.

Tiene una sonrisa preciosa y seductora, que luce con descaro. Es risueña y debe saber el poder seductor que tiene sobre los hombres, porque su forma de mirarme es poco inocente, de los ojos a la boca, como si paladeara mi rostro. He de evitar meterme en un lío porque esta es tierra de rifles y pistolas.

—Sabía que vendrías, así que me esmeré con la cena —se sienta a mi lado. Su rodilla roza la mía—. De los hijos de sus amigos eres el preferido de Jungkook.

—¿Seguro? —Se me nota la sorpresa.

—Desde que le conozco lleva una foto tuya en la cartera.

Aquello me desconcierta. Antes de venir aquí lo único que sabía de Jungkook era que vivía en medio de la nada, que trabajaba mucho y no tenía tiempo de visitarnos. Si mi padre no hubiera insistido en esta mierda de hacerme un hombre supongo que jamás habría vuelto a ver a su antiguo amigo después de aquella vez, cuando niño. Sin embargo, según dice esta belleza, él tiene cierto recuerdo afectivo del único hijo varón de su buen amigo. Es un poco raro.

Tomo un trozo de beicon mientras mi mente intenta ordenarse, y me lo trago con un sorbo de té.

—¿No vas a desayunar con los chicos?

La observo sin comprenderla. Había supuesto que ya estarían trabajando.

Ella me mira con cierta diversión. Al parecer soy todo un acontecimiento para esta gente.

—Sal al porche. —Suena condescendiente—. Y no te preocupes sí parecen demasiado duros. Son buena gente.

Me siento estúpido, y sé que de nuevo mis mejillas estarán encendidas. Me molesta profundamente que ella se esté llevando la impresión de que soy un adolescente muy crecido.

Cojo el planto y la taza y voy en dirección a donde me indica, atravesando una puerta que da al exterior y que me había pasado desapercibida.

Al otro lado están los muchachos, los mismos de ayer, sentados alrededor de una mesa larga, a la sombra de la techumbre de madera, con unas impresionantes vistas del valle y la montaña.

—¡Pequeño Jimin! —exclama Minho, el canoso, nada más verme.

Pero yo solo busco los ojos de Jungkook. Necesito saber qué ha pasado entre nosotros y a qué consecuencias debo atenerme.

La chica preciosa me sigue, y solo entonces me doy cuenta de que no sé su nombre. Hay dos sillas vacías, una al lado de mi Jungkook y la otro al otro extremo de la mesa. Tomo la más alejada, junto a Taehyung, el más joven.

Me saludan y saludo. Que si has dormido bien y si te han picado las cucarachas. Sé que son maneras de burlase cariñosamente de mí, así que les sigo el juego.

Cuando al fin me atrevo a mirar a Jungkook, veo que charla cariñosamente con la muchacha, y ella le da un beso en los labios. Eso me provoca una sensación confusa, un tanto inexplicable, pero que no me agrada.

—¿Cómo está el huevo? —me pregunta ella desde el otro lado.

Me atraganto. Los otros se ríen. No sé. Una imagen de los sólidos testículos de Jungkook me ha venido a la cabeza.

—Muy ricos —¿Por qué contesto en plural? Toso de nuevo. Debo tener las mejillas más rojas que un rábano.

Cuando me restablezco, el amigo de papá me está observando, con un palillo sujeto entre los labios. Me pongo nervioso de inmediato, pero consigo mantenerle la mirada.

Un escalofrío me recorre la espalda. Tenemos un secreto y, por alguna razón, me arranca un pellizco de deseo entre las piernas.

—Ya has conocido a Mae —me dice con su voz profunda, gutural.

Se refiere a ella, Mae es su nombre, y le sienta bien. Me gusta.

Cuando vuelvo a mirar a Jungkook, lo descubro lamiéndose la comisura de los labios, justo donde estaba el palillo, mientras me analiza muy lentamente.

—Atrabajar —se pone de pie cuando se siente descubierto—. Hay mucho por hacer.

Un amigo de la familia |KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora