Capítulo 9

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Sirius se despertó con la deliciosa sensación del cálido cuerpo de Elizabeth pegado al suyo. El aroma a vainilla, el calor de la piel y su bonito trasero pegado a su erección mañanera. Cuando cayó en cuenta de esto último y su cerebro se despertó lo suficiente para procesarlo maldijo en un susurro, no quería asustarla.

—Tranquilo, estoy despierta— la pequeña mano de Elizabeth comenzó a acariciar la suya que descansaba en su vientre. —Solo es tu cuerpo y el mio ¿Verdad?— Sirius hundió su nariz en el cabello rubio, aspirando su perfume.

—Diría que lo siento pero demonios, te sientes maravillosa contra mi— Sirius se curvó un poco más sobre su cuerpo menudo, para abrazarla más si era posible. Se quedaron así, perdidos en la sensación de cercanía.

—Sirius ¿Qué haces cuándo te sucede eso?— sonrió ante el atrevimiento de la pregunta y la timidez de su voz. Sabía que debajo de todo ese miedo comprensible por su pasado, existía en Elizabeth la mejor amante que el mundo haya conocido. Lo sentía en el roce de su piel, en su mirada pícara y en cada uno de sus movimientos.

—Depende el tiempo, el lugar y si está en todo su esplendor — estaban tan juntos que el temblor de su risa se sintió en ambos cuerpos. —A veces trato de distraerme lo suficiente. Funciona si estoy a mitad de camino.

—Pero y si ya estás completamente duro— la palabra brotó de sus labios y no necesitó verla para saber que estaba sonrojada pero maravillada consigo misma de haberse atrevido a preguntar lo que pasaba por su cabeza.

—El agua fría ayuda en ocasiones, pero hay veces que solo sirve...Ya sabes— Todo hombre necesita sacarle lustre a su varita, Corni. Había dicho veinte años atrás.

—¿Sucede a menudo?— Aquella muchacha lo estaba interrogando sobre sus hábitos de masturbación y estaba sumamente feliz con el tema.

—Desde que estás aquí, una vez al día mínimo. Especialmente con esos pijamas que usas. —La mano pequeña entrelazó los dedos con los suyos, podía sentir la piel suave de su vientre, sabía que estaba prácticamente en bragas porque la camisa que le había prestado se había levantado durante la noche.

Se hizo el silencio y tuvo miedo de haberla incomodado, pero ella fue la siguiente en hablar.

—Había abrazado la idea de que era asexual, cuando era adolescente y todos hablaban de eso y yo no era capaz de sentir nada. Pero la otra noche cuando me besaste... Sentía como si todo el calor de mi cuerpo se fuese a un mismo lugar —Sirius era un perro simple, solo hacía falta que aquella mujer hablara así para hacerlo salivar.

—¿Qué hiciste esa noche, Lizzie? — Su voz salió ronca, el apodo los tomó por sorpresa.

—Me toque pensando en ti, Sirius. Lo intente al menos. No lo hice bien, no logré acabar tampoco. Incluso fue algo doloroso.

—¿Doloroso?— a pesar del deseo que sentía la palabra inundó su mente de una alarma de protección que nunca había sentido por una mujer.

—Si, intenté poner mis dedos dentro pero...— Sirius la besó en el hombro.

—Si no estabas lo suficientemente húmeda, cualquier cosa puede hacerte daño, especialmente si eres virgen.

Lo siguiente que escuchó casi lo hace correrse en sus calzoncillos como si fuese un muchachito.

—Estoy húmeda ahora, haz algo.

Sirius sonrió, a pesar de la sexualidad del pedido había una inocencia implícita en su pedido tan poco específico. Volvió a besar su hombro y su nuca.

—Te diré que hacer, pero debes hacerlo tú.

—Pero tú ya sabes que hacer.

—Preciosa, debes saber darte placer. No le des a ningún hombre el poder de saber mas de tu cuerpo que tú, ni siquiera a mi. Ahora ¿Confías en mí?

—Si— Sirius sentía que aquello era quizás una de las cosas más eróticas que había hecho en su vida.

—Pon tu mano sobre las bragas, acariciate.

Podía sentir su brazo moverse y la simple idea de pensar lo que estaba haciendo lo endurecía más de lo que creía posible.

—Hay un punto que se sentirá muy bien, ¿Verdad? Aprovecha la fricción en ese punto. Eso es, cariño. Arriba y abajo despacio. Mete tu mano dentro de tus bragas ¿Cómo se siente?

—Húmedo...caliente—Sirius lamió su piel y apretó su erección contra ella,esta vez Elizabeth gimió.

—Encuentra a tu pequeño amigo, se sentirá muy bien cuando lo toques— un gemido ahogado —Sh... deja que te escuche. ¿Lo encontraste, cariño? Eso es, tratalo muy bien por mi. Dibuja círculos sobre él.

Empezaron a brotar suaves gemidos que lo recorrían como si fuese él quien se estuviera masturbando.

—¿Estás muy húmeda?— Asintió— Humedece bien tus dedos y prueba, solo uno y muy despacio.

Ah por Merlín, definitivamente enseñarle a la mujer que anhelaba a masturbarse era lo más erótico que había hecho en su vida. El movimiento de su brazo le indicó que ella estaba penetrándose poco a poco con su dedo y que había comenzado a moverse en su interior.

—Se siente muy bien, cariño ¿Verdad? Usa tu otra mano, no te olvides de tu mejor amigo.

Soltó el agarre de su mano y tan pronto como tocó su clítoris al mismo tiempo que comenzaba a introducirse su dedo, la sintió temblar contra él y apretar más su trasero contra su erección. El maravilloso movimiento de su cadera.

—Eso es Lizzie, ¿Por qué no te vienes para que pueda escucharte? ¿Harías eso por mi, cariño? — Su voz era ronca y grave, mordió su cuello pálido al mismo tiempo que Elizabeth estiraba la cabeza hacia atrás y, para su extremo placer, no dejaba de decir su nombre.

—Sirius creo... Sirius...— y entonces el sublime gemido de aquella mujer al llegar al clímax lo atravesó. Presionó su erección con fuerza contra ella y acabó también.

* * *

Habían pasado tantos minutos que podrían ser una hora, Elizabeth sentía que podría ronronear en cualquier momento. Estaba escondida en el pecho de Sirius, él le besaba la frente y masajeaba su cabello. Sus piernas parecían haberse derretido y todo en cuanto podía pensar era él. Parecía haber invadido todo en su mente.

Las manos grandes. La voz ronca. Los ojos grises. La sutil dominación que ejercía sobre ella. Sintió calor en las mejillas y entre sus piernas.

—¿Es normal querer hacerlo todo el rato? Pienso en ti y quiero volver a hacerlo— sintió a Sirius sonreír.

—¿Quieres volver a hacerlo?— Asintió— ¿Quieres que haga algo mientras lo haces?

—Háblame. Tu voz me gusta. También cuando mordiste mi piel.

Podía sentir poco a poco la erección de Sirius volver a punzar contra su muslo. Pero ya no le molestaba ni le asustaba. De alguna manera, se sentía poderosa. Deseaba a ese hombre con toda fuerza y aquello solo le demostraba que era mutuo.

—Ah Lizzie, acabas de pedirle a un perro que ladre y muerda, eres toda una fantasía.

* * *

Era casi el mediodía cuando finalmente salieron de la cama. Sirius había podido, en la segunda ocasión, verla frente a frente mientras llegaba al orgasmo y estaría grabado en su retina a fuego. Acarició su cintura antes de dejarla en la puerta del baño para darse una ducha mientras él buscaba a Kreacher.

—Traidores e impuros, copulando bajo el techo de mi ama, si ella supiera— Sirius rodó los ojos, nada podía arruinarle el día.

—Kreacher cocina algo, tiene que saber bien y tienes prohibido echar cualquier cosa que no sean los ingredientes— Escuchó al elfo mascullar sobre cómo debería echarle veneno para traidores, pero lo ignoro.

Estaba demasiado perdido entre los valles de la renacida sexualidad y descubierto romance. Repetía una y otra vez la sensación del carnoso labio inferior de Elizabeth atrapado entre los suyos, tomando de ella su último gemido antes de correrse. Nunca había sido un moralista, nunca había creído que había algo especial en la virginidad o la fidelidad, pero lo invadía una tibieza extraña al pensar que ella había conocido el placer dos veces en su vida y ambas habían sido entre sus brazos.

Quería proteger aquel placer incluso más que el propio. Y también, se dio cuenta, quería abrazarla de nuevo. 

Domando a CanutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora