Los Jin no aceptan una negativa como respuesta.

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Dentro del salón dorado, una madre observaba la vajilla de oro con cierta incertidumbre.

Las puertas de acceso se mantenían abiertas de par en par para un público que no estaba destinado a llegar, los enormes estandartes festivos que colgaban de las vigas en el techo ondeaban con las ráfagas de aire que circulaban, los lotos que estaban dentro del estanque artificial que rodeaba la habitación se mantenían estáticos en el líquido cristalino.

Jiang YanLi admiró estos detalles en silencio.

Los guardias que se mantenían en las sombras, no lograban ignorar las punzadas de su corazón que se producían al ver las expresiones tristes en su reina.

Ellos, como todos los ciudadanos en LanLing Jin, entendían y simpatizaban con su nostalgía.

Si había que mencionar a alguien que en todo el reino no lograra conciliar el sueño tras días de no recibir noticias del principe heredero, sería a esa mujer vestida en ropas sencillas: Jiang YanLi.

La primogénita de los antiguos reyes de Yunmeng, Jiang YanLi, se había sumergido en un mar de ansiedad y desesperación en la última semana.

La siempre sonriente reina se convirtió en un fantasma de si misma. Vagando silenciosamente por el palacio interno, corriendo a la torre Koi cada vez que el mensajero traía noticias, teniendo su mirada perdida en el jardín de lotos que su marido construyó para ella. Jiang YanLi se agrietó hasta mostrar la vulnerabilidad de su corazón y su reino la acompañó en su desconcierto.

Todos en LanLing Jin se enfrentaron a la inquietud, y con esto, ni la caída de la frontera norte lograría a que los ciudadanos dudaran de sus monarcas.

Muerte, guerra, caída. La capital se preparó para todo tipo de destino.

Aún si su principe heredero estaba ausente, su ejército vulnerable y un rival indestructible marchara a la capital, los habitantes no dejarían de luchar por su reino.

LanLing Jin había cambiado tanto desde la última generación. Las disputas internas y rivalidades se convirtieron en cosa del pasado con Jin ZiXuan llegando al trono, LanLing Jin fue bendecido por el buen mandato de su rey y como compensación, un reino unido se levantó.

—Mi reina. Los ancianos han seguido su consejo y la barrera ha sido fortalecida.

Cuando el mensajero llegó, Jiang YanLi ya estaba por apagar la ultima linterna del salón. Lo único que logró hacer tras las palabras, fue asentir y soplar. De la luz, el espacio pasó a la obscuridad.

Afuera, la noche aún era larga. Las estrellas se alineaban en lo alto del firmamento y la llegada de la madrugada fue anunciada con toques de tambores en la explanada.

Las puertas del pabellón en el que se habría celebrado la mayoría de edad de Jin Ling se cerraron tras la salida de su majestad.

Jiang YanLi se envolvió aún más en su delgado hanfú y caminó bajo el alero curveado.

Los bongs se detuvieron y solo lograba escucharse ligeras pisadas de la mujer de fanales miel que era acompañado de su dama de compañía. O solo, hasta que la carrera de un hombre logró alcanzarlas.

—¡A-Li!

El hombre en cuestión, era nada más y nada menos que Jin ZiXuan.

La sirvienta inclinó su cabeza al reconocerle, mientras que Jiang YanLi olvidó las formalidades y corrió despavorida al encuentro con su esposo. Su atención específicamente fijada por la insignia imperial que apretaba en sus dedos.

—E-es... SuiHua— la mujer confirmó con la distancia al mínimo y rió feliz. Su carcajada hizo que los corazones inquietos de los presentes respiraran una vez más.

Dinastía [Zhuiling]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora