Hasta que el tempano de hielo se desmorone.

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El palacio de LanLing Jin era inmenso e incomparable.

Sí eras bendecido con la gracia a visitar el lugar, primero, los enormes muros que servían para delimitar su extensión te harían tragar fuerte. Al estar ante las puertas rojas, un gran número de cultivadores te darían la bienvenida y una vez cruzaras los filtros de seguridad con éxito, la gran explanada imperial te saludaría.

Ya sea que recorrieras la plaza en un palanquin o a pie, el trayecto sería perfecto para apreciar la exquisita arquitectura en tonos cinabrio y dorado de los edificios residenciales exclusivos para servidores imperiales y las piezas talladas en piedra por artesanos que han servido a la familia real generación tras generaciones te robarían más que un suspiro.

Transcurrido los minutos, pasarías el palacio externo e ingresarías al palacio interno, hogar de los monarcas.

No obstante y para llegar a él, primero te enfrentarías a las diez mil escalinatas celestiales.

Mismas escaleras que por tradición, debían ser escaladas por los herederos tras su coronación, ya que de no hacerlo, significaría a que la persona no haría su mayor esfuerzo para salvaguardar su imperio.

Una tarea sencilla si se ignoraba la existencia de ciertas cláusulas reales.

En cuanto a las diez mil escalinatas, los visitantes tenían la opción —u obligación— de tomar una plataforma a los costados que levitaría por si sola hasta parar frente al pórtico de torre Koi.

Torre Koi... era por mucho, el santo grial para los externos. Ya que no era nada más y nada menos que el sitio en donde su majestad dirigía a su nación.

Sentado sobre el trono de la casa Jin, su majestad se tomaría la molestia a mirarte con unos fanales dorados únicos por unos valiosos instantes para escucharte. A su costado, una dulce emperatriz te sonreiría.

Todo esto hacia que el palacio de LanLing Jin fuera irrepetible. Cada factor en él te deleitaría, cada aspecto físico sería de tu agrado. No tendrías un mal sabor de boca tras dejar atrás la casa del estandarte dorado.

Si bien, y como Lan SiZhui descubrió tras su visita a las catacumbas, poco se sabe lo que mitigaba esa fachada perfecta.

Enfermedad, muerte, médicos que estaban en su límite.

LanLing Jin se esforzaba por no seguir alimentando el pánico en sus ciudadanos, se esforzaba por salvar el mayor de vidas posibles en un anexo confinado, se esforzaba por convencerse a que las muertes que flotaban en las catacumbas valdrían la pena.

Se esforzaba por reflejar solo la exquisitez de la monarquía.

Pero la realidad era que ellos, junto a sus aliados, ya estaban colapsando.

Nada puede justificar el descenso de los seres queridos de sus ciudadanos, nada compensaría lo suficiente al personal de salud que no podía dormir más de una hora sin que se presentara una urgencia medica.

Y por supuesto, nada de lo que hiciera la misma monarquía, parecía servir para terminar con esa guerra.

—Cariño, ¿no probarás la sopa?— susurrando delicadamente, la Jiang se dirigió a su hijo— es tú favorita.

Tras las palabras de su madre, el principe heredero Jin salió de sus pensamientos y la miró perdido.

En uno de los extremos superiores de la mesa, Jiang YanLi señaló su propio tazón de sopa con los palillos y solo entonces, Jin Ling se motivó a probar un sorbo del caldo lechoso.

Dinastía [Zhuiling]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora