NUEVE

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Encontramos a Nil un par de minutos después.

—Había una pareja enrollándose en el baño —se excusa—. Y me he perdido tratando de encontrar el otro.

Me lo creo. Nil tiene un sentido de la orientación pésimo.

—La verdad es que esto está saliéndose de madre —dice Hunter—. Paris tiene que estar al borde del colapso nervioso.

—Sí, yo también lo creo —digo al ver cómo una chica vomita en el interior de un jarrón. No puedo evitar arrugar la nariz.

—Encantador —masculla Nil. Y luego mira a Hunter—. Por cierto, ¿desde cuándo estás aquí? No te hemos visto por la casa.

—Desde antes de que llegaran los universitarios.

—¿Hay universitarios?

—Algunos —dejo caer, recordando lo que ha dicho Miguel—. Hay personas que escuchan las palabras «cerveza gratis» y les hace los ojos chiribitas. Deberíamos ir a buscar a Willow. No creo que resista mucho tiempo más a solas con Violet sin que intente matarla.

—¿Violet? —pregunta Hunter—. ¿Violet la animadora que siempre viste de rosa y parece un algodón de azúcar?

—La misma. —Nil sonríe con diversión—. No me digas que no sabes que está coladita por Willow.

—No. —Hunter abre la boca con sorpresa. En parte, sé que le está siguiendo el juego a Nil porque es una reacción exagerada, al igual que sé que también quiere enterarse del cotilleo. Sí, Hunter se lleva bien con todo el mundo, pero agradezco que se esfuerce en llevarse aún mejor con mis amigos porque sabe que son importantes para mí—. Cuéntame más.

Los ojos de Nil brillan como si mi mejor amigo le acabara de regalar el boleto para un día entero en DisneyLand. Entrelaza el brazo con el de Hunter y los tres caminamos rumbo al comedor. Espero que Willow siga ahí, porque cada vez hay más gente y, lo que es peor, más gente borracha.

Tenemos suerte. Willow no se ha movido y Violet mantiene todos los miembros en su sitio. No hay ni una gotita de sangre en la moqueta. A mi parecer, una victoria en toda regla.

—Por fin —susurra Willow cuando nos ve aparecer. La conozco lo suficiente como para saber que esa mueca de hastío que le adorna el rostro es fingida. Algo me dice que Violet y ella han mantenido una conversación mucho más entretenida de lo que nos va a admitir jamás—. Pensé que me habíais dejado tirada.

—¿Nosotros? Nunca —miente Nil, que sería capaz de vender hasta a su madre con tal de conseguir algo de salseo.

—Ya, se ha complicado un poco eso del baño —digo—. Esto se ha... descontrolado.

—Pobre Paris. —Violet parece afectada de verdad—. Con lo que odia él romper las normas.

—Hombre, si no quieres arriesgarte a que tu casa se convierta en un picadero quizás lo mejor es no organizar ninguna fies... —masculla Hunter. Le doy un codazo para que se calle.

—En fin —corto—, nosotros deberíamos buscar a Hazel. Si no estoy en casa a las doce mis padres se convierten en una hidra.

Willow se aferra a mi capote como si fuera la última Pepsi del desierto. Asiente con efusividad, repite varias veces «tenemos que irnos, sí, una pena» y se despide de Violet. No dice «hasta luego» o «¡ya nos veremos!», sino que se limita a hacer un simple movimiento de cabeza.

Muy ilustrativo, sí señor.

Willow abre la marcha. Se aleja del salón a paso casi militar y a los demás no nos queda más remedio que apurarnos para no perderla de vista. Sin embargo, no podemos ir muy lejos.

Nunca digas nuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora