VEINTE

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Hunter y yo tenemos las llaves de nuestras respectivas casas desde... siempre, prácticamente. Por eso, a Erika Brooks no le extraña verme aparecer.

—¡Ivory! —saluda. Se acerca a mí y me da un fuerte abrazo con olor a canela—. Hace mucho que no te veo. ¿Qué tal todo?

—Bien —digo, sin entrar en muchos detalles. Amo a la madre de Hunter, pero no quiero contarle mis problemas con su hijo. La agobiaría, porque Erika es la clase de personas que se preocupan mucho y que son un poco sobreprotectoras con sus polluelos. Y eso me incluye a mí, claro. Me ha visto crecer y para ella soy como una hija. Estoy segura de que, si me pongo a llorar delante de ella, no me dejará salir de aquí hasta que me haya dado de comer y me haya agendado una cita con un psicólogo—. ¿Está Mia en casa?

—¿Mia?

—Sí. Tengo que, eh, consultarle algo.

Erika me escruta el rostro durante unos segundos que se me hacen eternos y, al final, asiente.

—Ha subido a toda prisa a su habitación —dice, y frunce el ceño con preocupación—. ¿Ha pasado algo? Hunter no está en casa y...

—No —interrumpo a toda prisa. No quiero que me diga dónde está Hunter, porque sé que la respuesta no me gustará—. De verdad, es solo una consulta para un trabajo de clase. Necesito ayuda con... algo relacionado con la cultura pop y Mia es una experta en ese tema. Bueno... —Camino hasta las escaleras mientras hablo y voy subiendo los peldaños—, ¡luego bajo!

—Está bi...

No me quedo a escuchar el resto de la frase. Puede que Hunter no esté ahora en casa, pero no sé cuándo volverá y, después de la fiesta, me imagino que no le hará gracia encontrarme dentro de su casa.

Llamo a la puerta de Mia y espero. No recibo ninguna respuesta —debe haberse convertido en una costumbre de los Brooks, esto de ignorar a la gente—, así que abro y asomo la cabeza.

—¿Mia? —susurro. La habitación está a oscuras y apenas entra claridad, pero distingo una montañita en la cama—. ¿Puedo pasar?

—¡Lárgate! —me ladra.

Guau. Empezamos bien.

Tomo aire y me recuerdo que todos hemos sido preadolescentes en algún momento de nuestra vida.

—He visto —carraspeo, incómoda—... te he visto salir del coche de tu novio y...

Mia se alza sobre la cama y me lanza una mirada indignada. Tiene todo el maquillaje corrido por las mejillas, el pelo despeinado y los ojos rojos.

—¿Me estabas espiando?

—¿Qué? ¡No! Ha sido casualidad.

—Ya, claro. Seguro que te ha mandado Hunter a seguirme. ¿Crees que no me doy cuenta? ¡Es superpesado!

—Es tu hermano mayor —digo, intentando sonar conciliadora. Echo un vistazo tras de mí y me armo de valor. No quiero que Erika escuche nuestra conversación, así que entro en la habitación de Mia y cierro la puerta. Por suerte, la preadolescente no me echa, aunque supongo que es cuestión de tiempo—. Se preocupa por ti.

—Ya, claro —bufa ella—. ¡Quiere tenerme controlada! Odia a mis amigos, odia a los chicos que me gustan, me odia a mí.

—¿Qué? Eso no es verdad. No te odia. Espera un momento... —Enciendo la luz de la habitación y Mia entrecierra los ojos—. Perdón. Lo que quiero decirte es que... ¿Cómo puedes creer que Hunter te odia, si eres la persona más importante para él?

Nunca digas nuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora