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"Mi amante tiene gracia, hace reír en los funerales "

Park JiMin era un diácono graduado de la parroquia todos los santos, un chico que decidió entregarle a Dios su vida desde la adolescencia. Con tan solo veinte años resaltaba entre los demás por su pureza e inocencia.

Muchas veces JiMin era comparado con un ángel por su bondad y amabilidad, un chico caritativo y amigable que siempre intentaba dar lo mejor de sí para ayudar a todos. Poseedor de un rostro hermoso, aura que transmitía paz y que sin duda alguna se mostraba capaz de enseñar sobre el bien y el mal.

Todo mundo creía que tendría un futuro prometedor en la iglesia y claro que lo tendría. La parroquia apenas se graduó, lo envió a visitar distintos pueblos marginados para que llevara suministros y obviamente la palabra de Jesucristo. Esto le servía para hacer méritos y en un futuro pudiera convertirse en sacerdote. Una vez que cumpliera con los requisitos sería colocado en una iglesia y nombrado el encargado de ella y su pueblo.

JiMin llevaba tres años distanciado de su ciudad natal, viajaba por todo el país y nunca se quedaba más de dos meses en un solo lugar a menos que lo ameriten. Normalmente, recibía las órdenes de su ministerio por cartas y así se daba cuenta de cuando debía irse a otro sitio para continuar con su cometido.

Esa tarde se encontraba en Pohang y el mensaje de su mayor, el obispo NamJoon, le dirigía a Daegu por situaciones conflictivas con la iglesia. Según la carta, el sacerdote de la iglesia en la ciudad estaba teniendo encuentros no deseados con seres demoníacos.

JiMin conocía sobre los seres malignos que acechaban desde las sombras e intentaban inducir a las almas puras hacia el pecado, no por nada había sido el mejor de su clase en teología. Al ver el caso tan relevante decidió preparar sus maletas cuanto antes y viajar a Daegu, no demoraría más de cinco horas en llegar, pero probablemente lo hiciera por la noche.

El diácono Park se despidió del pueblo de Dios en Pohang, el sacerdote HoSeok, quien se encargaba de la iglesia en esa ciudad, lo acompañó hasta el tren. Se despidió de él, encomendándolo a la sabiduría y protección de su señor Jesucristo.

Durante el trayecto, JiMin leía la biblia para encontrar la fuerza necesaria, en sus años de servicio activo no se había encontrado con casos demoníacos y creía que necesitaba estar preparado para lo que fuera a presentársele. Algo aturdido dirigió su mirada hacia la ventana a su lado, el paisaje estaba oscureciéndose y las estrellas estaban en el cielo iluminando, la luna se encontraba roja y sintió escalofríos de solamente verla.

—Tú crees que Dios es uno. Haces bien; también los demonios creen, y tiemblan... Santiago 2:19.— leyó JiMin en cuanto regresó su mirada a la biblia en sus manos.

Sonrió extensamente, tomó su maletín y guardó sus cosas, pues podía distinguir que se acercaban a la parada que le correspondía. El tren se detuvo, bajó buscando con la mirada al sacerdote de la ciudad de Daegu, pero no había nadie de la iglesia allí, estaba completamente solo.

—Que extraño, quizás no recibieron mi carta.— comentó para sí mismo, imaginándose que debió haber algún problema con el envío.

En esta ocasión tendría que llegar de sorpresa, eso no le agradaba porque sentía que se entrometía en la iglesia de un superior sin su permiso y se cohibía de pensar que no sería bien recibido.

NamJoon, el obispo a cargo de su ministerio, le había inculcado ciertos modales como diácono, ya que era apenas considerado el primer nivel de la iglesia. Le seguían los sacerdotes, luego los obispos y los cardenales, y en la punta de la jerarquía obviamente se encontraba el papa.

𝓑𝓲𝓫𝓵𝓲𝓪 𝓷𝓮𝓰𝓻𝓪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora