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"Mi iglesia no ofrece ningún perdón, él dice que lo venere en el dormitorio"

JiMin despertó temprano como ya estaba acostumbrado, se arregló con su traje negro de vestir y se colocó su cuello clerical, la vestimenta que usaba diariamente por su cargo de diácono. En algún momento, cuando consiguiera más experiencia y obtuviera el cargo de sacerdote, podría utilizar la indumentaria de túnica que tanto le llamaba la atención.

Al finalizar se dirigió al cajón en el que anoche había guardado su biblia y su collar, pero el sonido de la puerta detuvo sus acciones y únicamente tomó lo primero para poder ir a abrir.

—Buenos días.— dijo JungKook, sonriéndole amablemente —El sacerdote Min lo está esperando en su oficina, lo llevaré con él.

JiMin asintió, dio las gracias y miró hacia dentro de su cuarto en un amague de ir por el llama ángeles, sin embargo, creyó que no era necesario y podría colocárselo después. Ahora era mucho más importante hablar con el encargado de la iglesia para cumplir con su misión en Daegu, así que siguió a JungKook por los pasillos mientras hablaban un poco sobre la biblia.

Cuando ambos se encontraron delante de la oficina, JungKook se retiró porque tenía que ir al pueblo para conseguir alimento y algunas cosas necesarias para el día a día. JiMin se despidió de él y tocó tres veces la puerta de madera suavemente, escuchó un "pasen" proviniendo del interior y abrió diciendo "con permiso".

Dentro de la oficina había múltiples imágenes religiosas que iban desde santos, vírgenes hasta cristos, JiMin reconocía cada uno de ellos a la perfección. Su mirada grisácea viajó hacia la silla frente al escritorio que se encontraba vacío, no había nadie, pero estaba seguro de haber escuchado que le dijeron que entrara. Algo desconcertado decidió buscar con la mirada nuevamente y justo cuando se iba a girar para ver a sus espaldas, se topó con el sacerdote Min, quien había estado mirándole en silencio ese tiempo, acechándolo tal como si fuese su presa.

—Buen día, diácono Park.— dijo como si nada el mayor.

JiMin se quedó mudo durante unos instantes en los que se reponía del susto que recibió, su pequeña y regordeta mano se encontraba sobre su pecho en un intento de calmar su acelerado corazón.

—Buen día, sacerdote Min.— correspondió por lo bajo a la vez que le detallaba.

El sacerdote Min llevaba la misma vestimenta que él, un traje negro de vestir y el cuello clerical, lo cual hizo que frunciera el ceño, pues no era lo que dictaban las reglas del ministerio que tenía. Aun así, prefirió no decir nada, guardó silencio y mantuvo sus pensamientos en sus adentros porque debía respetar a los rangos superiores y obviamente a sus mayores.

—No son necesarios los modales, dime YoonGi.— pidió cortésmente, dirigiéndose a su asiento.

JiMin apretó sus pomposos labios hasta formar una línea recta, no quería tutear al sacerdote, pero si era una orden debía acatarla. Intento no mirarlo demasiado, lo cual fue en vano porque apenas se percató de que iba hacia el escritorio, aprovecho para escanearlo.

El sacerdote Min YoonGi era un hombre quizás de la misma edad que el obispo NamJoon, tenía piel tan blanca y pálida como la porcelana misma, cabello negro con detalles grises y ojos de un extraño color café rojizo. También fue consciente de que tenían la misma estatura, aunque el contrario poseía un cuerpo más ancho y grueso a diferencia del suyo, que era delgado y bastante delicado.

—Está bien, YoonGi.

—Recibí la carta que le comentaste a mi monaguillo JungKook, no te preocupes demasiado por llegar sin previo aviso, yo ya sabía de tu visita.— informó tranquilamente, alzando un papel doblado para que lo viera y guardándolo rápidamente en uno de los cajones del mueble para despistar que era falso —Supongo que debes estar enterado de por qué estás aquí, toma asiento, por favor.— señaló la silla frente a él.

𝓑𝓲𝓫𝓵𝓲𝓪 𝓷𝓮𝓰𝓻𝓪Donde viven las historias. Descúbrelo ahora