Epílogo: Después de ti.

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—Abre los ojos, mi niño.

Third Reich despegó lentamente los párpados, viendo el preciso cielo azul sobre de él, la brisa fresca con un delicioso olor que le hizo suspirar. Jazmín, recién florecido, como capullo abierto bajo el rocío. Su mente estaba en blanco como una hoja de papel, pero era mejor apreciar las nubes redondas que se movían lentamente a buscar una respuesta a sus preguntas de aquellos momentos.

Sabía que estaba muerto.

De pronto, el tacto del pasto suave, verde y frondoso acarició su espalda, notó estar acostado bajo la sombra de un árbol enorme, en su totalidad lleno de vida. Su cabeza estaba apoyada en el regazo de alguien, sus funciones neuronales tardaron un poco en procesar la idea: No estaba solo en aquel lugar.

—¿Como te sientes, mi niño? —susurró aquella dulce voz.

Alzó lentamente sus ojos rubí, abriendo los labios con incredulidad cuando se encontró con el rostro angelical de su madre. Aquel imperio le sonrió sin separar los labios, bajando su quijada para ver a su amado hijo menor. Se quedaron estáticos, hasta que él alemán reaccionó, mostrando pequeñas lagrimas formarse en sus cuencas.

—¿M-Mamá..? —murmuró quebrado.

—Si, Third. Soy yo, soy mamá. —respondió mientras le acariciaba el cabello— te extrañe tanto, mi pequeño bebé.

Se levantó con dificultad, asombrado. Pero no pudo resistirse más, rompiendo en llanto escandaloso, dejándose caer en sus brazos. En busca de sentir su calor, ese amor que tanto le hizo falta. Enterró sus mejillas rojas en el pecho plano, restregándose, con mucho miedo a que fuese solo un juego de su mente atrapada en el limbo.

—Mamá... mamá... si rezaron por mi, si lo hicieron. —balbuceó entre sollozos, aferrando sus manos a su bata blanca— ... si pude volver a encontrarme contigo... mamá.

El húngaro se rió con ternura, posó sus palmas en las mejillas empapadas de su retoño, lo separó de el y secó sus lagrimas con los pulgares. Despejó su frente de los mechones negros de su cabello hasta darle un beso sobre la cíen.

—Yo siempre estuve aquí, contigo. —frotó sus narices en un beso esquimal.

—¿P-Puedo irme contigo..? —cuestionó casi suplicando.

Pero no obtuvo respuesta.

—¿Sabes, mi niño..? —amplió su sonrisa— hay alguien que también quiere verte.

—¿H-Hermanito..? —Third se congeló al escucharlo.

—¿W-Weimar..? —giró a sus espaldas.

Y ahí lo encontró, a su hermano mayor. República de Weimar, doce tiernos años. Era mayor que él por cuatro años, ahora, verlo en su forma infantil, congelado en el tiempo... era algo que su corazón no pudo soportar. Se tenían frente a frente.

—Mamá y papá tenían razón, eres un señor ahora... —sonrió con lagrimas — ... te extrañe mucho, hermanito.

El exdictador se levantó como pudo, con las rodillas temblorosas, casi se arrastró hasta él y lo abrazó. Sollozando también sobre su pequeño hombro, el cabello rubio de Weimar le cosquillas en los pómulos. Las pequeñas manos se sujetaron de su espalda, no podía evitar reír al escuchar también la risa del infantil tricolor.

—Como siempre Reichy, llorón. —se burló y el germánico sonrió de nuevo— ¿me extrañaste?

—Te extrañe, mucho, Weimar. Mucho.

—Me encontrase, hermanito.

—Te... encontré. —lo recordaba, eso decían cuando jugaban a las escondidas. —Te encontré, hermano. Te encontré.

Mi esvástica: [LIBRO #1- TERMINADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora