Tercer día
Lo que parecía un meteorito, no era más que un planeta de una magnitud colosal, que se apresuraba a explosionar con la Tierra. "¡Es la Estrella de la Muerte que se acerca!" decían algunos. A medida que se acercaba, el astro se hacía menos luminoso, y mucho más escalofriante. Con razón se abandonó toda esperanza de supervivencia. Los grandes bunkers subterráneos no serían suficientes para sobrevivir a un impacto de tal magnitud. Ni siquiera a unas cuantas horas de terminarse el mundo, los gobernantes fueron del todo sinceros con sus gobernados. Si es que no lo ven con sus propios ojos, no lo creerían. Algunos, aferrados a una fe muerta, a un Dios soñado, y vendido como un producto de calidad, para un consumidor compulsivo, no aceptaban la realidad en la que estaban, aún se aferraban a la salvación. Que el mismo Dios descendería del cielo y los salvaría antes de la gran colisión planetaria. Esa vana esperanza se difuminaba al transcurrir el tiempo, y no ver señal de ese presagio. La esperanza es lo último que se pierde se decían algunos. A medida que se acercaba la Estrella de la Muerte, la Tierra se doblegaba ante su imponencia. Era cincuenta veces más grande que la Tierra. Ese planeta era de una constitución rocosa mucho más sólida que nuestra Tierra. Su estructura era parecida al cristal. Muchos planetas habían sucumbido ante su impacto, sin ni siquiera inmutarlo. De ahí que le denominaran con ese nombre. Informaciones como esa, es que se mantenía en secreto, con el supuesto de no infundir el pánico entre las masas. Nuestro planeta, siempre estuvo en su órbita, pero nunca se dijo nada al respecto. La tierra comenzó a sumirse en un enorme manto de oscuridad. La Estrella de la Muerte cubrió por completo su astro rey, negándole su gracia, su luz, su esperanza. Una oscuridad perpetua la cubrió por completo. Los generadores de energía eléctrica comenzaron a colapsar, su cercanía producía una especie de fuerza electromagnética sobre la Tierra. Todos los aparatos electrónicos se apagaron súbitamente. Se volvió por un instante a la Edad de Piedra nuevamente, al menos, antes del inminente fin. Millones de personas murieron por esta causa. Muchos se acostumbraron a vivir bajo la dependencia de lo electrónico, nadie se preparó para vivir sin eso. Ya era demasiado tarde. Aunque lo estuvieran, para nada le hubiera servido, si el pozo del abismo reclamaría sus almas. Muchos comenzaron a suicidarse, pues entendían que era mejor morir bajo sus propios términos, y por su propia voluntad, que ser muerto miserablemente, a pesar de la resistencia. La gente suele decir que no importa la manera en que se muere, porque la muerte es una sola, y como quiera es el mismo resultado. Yo en lo personal, no estoy de acuerdo. Creo que existen maneras piadosas de morir, de morir con dignidad, de morir como personas de honor. He visto muertes horrorosas de personas buenas, que, en lo adelante, no se recuerda el cómo esa persona vivió, sino el cómo murió. Alguien bueno, que vivió honradamente toda su vida, no merece terminar el ciclo de la vida tan miserablemente. La forma en que uno muere también forma parte de la vida. La forma en que morimos es la que determina lo que realmente fuimos. Muchas veces no recordamos a la persona por cómo vivió, sino por cómo murió. Quien vive con honradez, merece una muerte que lo dignifique. Algunos de los que se suicidaban optaban por el envenenamiento, otros por el ahorcamiento, otros por cortarse una vena y desangrarse, otros por un disparo a quemarropa, otros por asfixie, otros por ingerir en exceso fármacos, etc. Cuando se pierde la esperanza, no es de extrañar que se tomen esas medidas desesperadas. Ya no había un cielo, tampoco un infierno, ni siquiera un planeta al cual regresar. Se sentía el vacío, la verdadera realidad del ser humano. Muchos no cesaban de maldecir a sus gobernantes, maldecían a todos y a todo, incluso, se maldecían a sí mismos.
Ese día, un grupo de creyentes devotos de la fe cristiana, se movilizaron a la casa del pastor de su congregación, y allí comenzaron a injuriarle y a pedirle respuestas. Le reprochaban insistentemente y sin reparo alguno. Cristina, frente a su puerta se dejó oír diciendo — ¿por qué nos engañaste? No te imaginas las cosas que tuvimos que dejar de hacer por causa de tus enseñanzas religiosas. Yo sacrifiqué a mi familia por una mentira. Ellos no compartían mi fe, por lo que me pusieron a elegir: yo elegí a Jesús. Ahora resulta que todo fue un engaño, una farsa. ¿Qué dices a eso? Fui una fanática religiosa. ¿Y para qué? ¿Dónde está ese cielo del que nos hablabas insistentemente? ¿Dónde está ese paraíso? ¿Dónde está ese Dios, del que tantas veces no parabas de engrandecer? ¿Dónde está mi familia, la cual dejé para seguir a ese falso dios? Tú si tienes a tu familia contigo. Eso no es justo. Ninguna religión tiene el derecho o la potestad de hacernos renunciar a la familia. La familia es primero, lo es todo, y no lo entendí hasta ahora. Fui una ingenua.
Rafael, era el propietario de un bar, el cual, tras su conversión al cristianismo, decidió cerrarlo, y donó el local a la iglesia, para que lo que fuera un antro de perdición, en lo adelante fuera un templo del Señor. Esa era su única fuente de ingresos. Era un negocio muy próspero. Su fe le llevó a renunciar a él para ganar el cielo. Había que dejarlo todo por Jesús. Supuestamente, Dios le proveería a él y a toda su familia, pues harían tesoro en el cielo. Después de eso, a Rafael no le fue bien, que digamos, pues su esposa lo dejó, por cuánto no soportó tanta precariedad. El pastor le aconsejó que lo que no es de Dios, no permanece. Que por causa suya habría disensión en el hogar: padre contra hijo, esposa contra esposo, hermano contra hermano, y así sucesivamente. Rafael, también lo dejó todo por seguir fielmente a Jesús. Sus hijos también se fueron con su madre. Sufrió mucho por causa de esto. Ese era un alto costo por su salvación. Y ahora resulta que todo fue en vano. Sus lágrimas de sangre se transformaron en un deseo de venganza inmensurable. Perdió a su familia, pues murieron trágicamente en estos recientes acontecimientos desmedidos. Él lamentó no haber estado allí. Culpó a la iglesia, responsabilizó al pastor y a la congregación. Su amor hacia el pastor y la iglesia se convirtió en odio.
De igual manera, así como Cristina y Rafael, también había otros afectados con situaciones parecidas. Tal es el caso de Cornelio, que pudo haber sido un jugador profesional de béisbol, pero cómo tenía talento para predicar la palabra, le inculcaron en la mente que ser pelotero no era su llamado, que el Señor lo habría de ungir cómo evangelista, para que sanase a las naciones y glorificara su nombre por todo el mundo, pues quien mucho arriesga, o de algo tan Grande se desprende por seguir a Jesús, sería fuertemente bendecido y puesto en alto. Para convencerlo se refería a su llamado como el que Dios le hizo a Abraham y a Moisés, que tenía grandes posesiones y poder terrenal, pero lo dejaron todo por el llamado del Señor. Debido a eso, sus nombres pasaron a la historia, porque Dios los engrandeció mucho más de lo que antaño fueron. Su familia era muy pobre, con esa firma, que ya estaba garantizada, él y su familia saldrían de la pobreza, lo cual nunca sucedió. Ese joven tronchó su futuro, aniquiló su sueño, que desde pequeño había construido, y todo para qué, si a fin de cuenta, todo resultó ser un engaño. Estaba muy resentido con los líderes de la congregación. Su madre murió a causa de una enfermedad, que por penurias económicas, no pudieron salvarle la vida. Eso, él nunca lo olvidó. Ese rencor le hizo apartar del camino de Dios, mucho antes de los acontecimientos actuales. Pero, ¿qué hacía ahí? Sus intenciones no eran buenas, pues tenía una actitud hostil.
En la casa del pastor, no sólo estaba él y su familia, también estaban algunos de los líderes eclesiásticos, que habían permanecido fieles hasta entonces, pues se negaban a aceptar la verdad. Esperaban la salvación en el Señor. Esa salvación no se hizo esperar, porque en una gran llama de fuego ascendieron al supuesto cielo, dando estrepitosos gritos de agonía y desesperación, por el incendio provocado por esa multitud encolerizada. ¡Cuánta crueldad! No se condolieron, ni siquiera de los niños y mujeres. Ya no había cielo, ya no había infierno, ya no más Dios. Ya no había ley, ni orden, no serían incriminados ni apresados, no serían tachados de mezquinos. Todos iban a morir de esa misma forma, simplemente decidieron adelantar el juicio un poco antes.
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Cuenta regresiva: Siete días para el fin del mundo
Science FictionEs una obra de carácter psicológico. Nos muestra las distintas reacciones de la gente ante la noticia de un fin inminente. Los personajes muestran lo que realmente son; la oscuridad de cada uno queda al descubierto. La mentira que arropa al mundo en...