Capítulo 1

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Cuando mis padres murieron, yo tenía quince años y mis tíos paternos decidieron cuidar de mí puesto que ellos no podían tener hijos y yo me había quedado huérfana...

La estancia en casa de mis tíos no duro mucho tiempo, pues de ser una niña buena pasé a ser una niñata que iba atemorizando a todo el que me diera la gana junto con un grupo de "amiguitos" y amigas a las que yo manejaba, me sentía la reina por tener dinero siempre en mis bolsillos. Era fácil dirigir y mandar a mi antojo, aunque siempre sentía un vacío muy grande en el pecho.

A mí no se me negaba nada y si alguien lo hacía... ¡Ja! Pobre de aquel que lo hiciera... No me negaron nunca nada mis padres menos lo iban a hacer mis tíos que no tenían ninguna autoridad sobre mí, ni ellos, ni mis profesores. Así que, para mi mala suerte, mis tíos decidieron meterme en un internado hasta mi mayoría de edad. En la última noche que pasé en casa de mis tíos, decidí irme con mis amigas a hacer un botellón, era la última vez que las iba a ver y necesitaba compañía. Lo que parecía ser una fiesta de despedida, al final resultó ser mi más amargo adiós. Me sentí muy mal con la compañía de mis supuestos amigos, ya que parecía que se alegraban de mi marcha. Creo que a ellos siempre los traté bien, aunque a veces con la punta del pie, según como me encontraba ese día. Necesitaba mucho ánimo y mimos, sobre todo, por parte de mis amigas, pero ninguna me lo dio. En ese momento, me di cuenta de que sólo les interesaba mi dinero y las fiestas que yo pagaba con él. Así que decidí emborracharme todo lo máximo que podía y me permitía mi cuerpo, hasta que me mareé y perdí el sentido.

Cuando me desperté, estaba tumbada en mi cama, pálida y todo me daba vueltas, tenía muchas ganas de vomitar y, al final, lo hice, acompañada todo el rato de mi tía, que estaba muy preocupada y no se despegaba en todo momento de mí. Me ayudó a ducharme y a vestirme pues estaba floja y debilitada.

Después de la ducha me encontraba algo mejor.

Mis maletas ya estaban preparadas y cargadas en el maletero del coche. Ya íbamos a partir hacia aquella horrible idea que tuvo el gilipollas de mi tío. Al menos no iba a ser un internado de estos públicos donde van todos los adolescentes pobres, era remunerado, así que sería la reina de nuevo, pero sin tanta libertad. "Pobres profesores o monjas o lo que fuese que hubiera allí" -pensaba- "no van a pasar tres días cuando me pondrán de patitas en la calle".

El viaje fue largo y pesado, y el paisaje era demasiado natural, no había ni rastro de urbanización, "¿dónde me estarán llevando? ¿Creen que porque me alejen de la ciudad no me voy a escapar? Están muy equivocados si piensan eso, desde luego".

Cuando llegamos al internado, no pude dejar de abrir los ojos como platos. Tenía la estructura de un castillo antiguo y parecía dividirse en dos áreas. Todo el internado estaba rodeado por una extensa muralla que por encima tenía alambres para todo aquel que quisiera escaparse. Pero no me iba a dejar amedrentar por una simple imagen. A nosotros se acercó una señora muy alta y delgada, de complexión normal, cabello negro liso y ojos marrones con un matiz claro, vestía con un pantalón negro y ceñido, una chaqueta negra también ceñida por la cintura, camisa blanca muy bien planchada y unos tacones negros con los que caminaba como si de una modelo se tratase. Tenía un andar firme y su mirada era profunda y penetrante, casi, por un momento, me dejo asustar, pero fui más lista y dejé escapar una sonrisita desafiante a lo cual, ella me respondió igual.

- Buenas tardes, ¿son ustedes el señor y la señora Harris? - preguntó la mujer.

- Sí, somos nosotros - contestó mi tío con seguridad.

- Bien, yo soy la directora Sullivan, Helen Sullivan. Síganme, por favor, les enseñaré las instalaciones. - dijo volviéndome a mirar, pero esta vez de arriba a abajo.

La disciplina de AndreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora