Capítulo 4

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"Serás mi sumisa".

En mi cabeza resonaba esa frase mientras intentaba lentamente levantarme de aquel suelo frío, me dolía todo el cuerpo, mis músculos estaban engarrotados. Poco a poco abrí mis ojos, no sabía dónde me encontraba, todo estaba algo oscuro. Las paredes eran de piedra y tenían moho, creo que me encontraba en las mazmorras del castillo, olía a humedad. La cabeza me daba vueltas, sentía una especie de fatiga y hambre.

- Por fin despertó. - Dijo una voz que me sobresaltó.

Era la Señora Sullivan que estaba sentada en una silla de madera observándome fijamente.

Yo no dije palabra ninguna, lo único que hice fue encogerme para que no viera mi desnudez, no sé por qué, pero me daba vergüenza que ella me viera así.

- Llevo aquí unas horas esperando que se despierte. - Volvió a decir.

Yo seguí en silencio.

- No se tape, en un mes esa va a ser tu nueva forma de estar, no va a tener derecho de llevar ropa, va a estar desnuda y encerrada aquí, eso y otras cosas más. - Dijo con tono severo.

- Encerrada... - Mi voz se fue apagando a medida que mi mirada se clavaba en el suelo. Su mirada era muy dura y yo no era capaz de sostenerla.

- Ahora levántese del suelo, va a bañarte.

Me levante despacio, casi no tenía fuerzas para soportar el peso de mi cuerpo dolorido. La Señora Sullivan sacó de sus bolsillos unas llaves viejas y oxidadas y abrió la celda. Me miró amenazante y me dijo "ni se le ocurra salir corriendo si no me va a conocer de verdad". Yo la seguí y nos paramos en otra celda donde no había nada más que una manguera.

- Métase ahí. - Dijo la directora.

Obedecí inmediatamente.

La señora Sullivan me dijo que me pusiera en medio y abrió la llave que daba paso al agua que estaba helada, mi corazón latía tan deprisa que casi no podía ni respirar.

- ¡Por favor! Señora Sullivan, ¡pare! - Grité desesperada.

- No le di permiso para hablar. - Y dicho eso, abrió más el agua del grifó y salió aún más fuerte azotando mi piel y causando dolor en mis zonas castigadas.

Mis lágrimas salieron con sólo pensar que esto iba a pasar todos los días. Afortunadamente, con el agua la Señora Sullivan no se daría cuenta, no me gusta mostrar debilidad.

Estuvo como diez minutos bañándome con el agua fría. No me dio nada para secarme y luego de eso volvió a llevarme a mi celda. Ya allí empezó a explicarme otros castigos.

- Bien Andrea. Todos los días pasará por este ritual, la bañaré y luego la azotaré. Después, la dejaré toda la tarde sola para que piense y la visitaré en la noche para que hablemos un rato. Ahora venga aquí y colóquese en mis rodillas. - Dijo calmadamente.

"¿Qué? ¿Sus rodillas?" Pero eso era una postura denigrante de niños pequeños, no pienso ponerme así.

- Andrea, ¡obedezca!

- No pienso hacer eso. - No sé cómo me atreví a decirle eso.

- Bien. - Se puso en pie y comenzó a desabrocharse el cinturón.

Yo no sabía a donde meterme, estaba aterrorizada. Lo único que se me ocurría era suplicarle que no me azotara con eso de rodillas y lo hice instintivamente.

- Por favor, Señora Sullivan, no me azote con eso, por favor. - Mis lágrimas ya rodaban por mis mejillas.

- Tarde. Coloque las manos en la silla, ¡ahora!

La disciplina de AndreaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora