Caruso

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Catherine.

Los gritos ensordecen mis oídos y agrandan más la opresión en mi pecho. Podría escapar de toda esta gente importante noble que finge sentir dolor, sé cuáles son los que se sienten mal, puedo detectar los que muestran respeto, puedo sentir los que se apenan por la situación, pero si supieran lo que sentimos nosotros los hijos de las dos mujeres en esos ataúdes la muerte huiría a deshacer la tragedia.

No quiero desarrollar odio y rencor en mi corazón, me pidieron eso y yo lo respeto, pero la persona que se atrevió a tentar la vida de mi madre y de la reina se arrepentirá de alguna forma. Lo logró, Versovia está de luto nueva vez.

Veo como el sacerdote termina de rezar por sus almas sin poder evitar mirar al cielo gracias al recuerdo de lo innecesario que era hacer la misma oración cada que sucedía una muerte. Según mi madre cada alma tiene la oportunidad de arrepentirse en vida o incluso en el último minuto, solo es tener fé. Para ella era un fastidio que el padre pidiera perdón solo por trabajo, que no lo hiciera creyendo que así será.

—¡Dios tenga a la reina en gloria! —se voltea y exclama fuerte, asustándome. —Guarda el alma de la Duquesa Margaret de Marion, amén.

Se escucha un gran “Amén” en conjunto y los cuerpos son bajados hasta un gran agujero en su última carroza.
Mi hermana pequeña sigue llorando abrazada por mi, en mi costado. Suspira con el aire limitado gracias a horas y horas de llanto, luego de una siesta breve para recuperar energía. Finalmente dejo de ver las sogas que servían de soporte para bajar tres metros bajo tierra el cuerpo de las dos dirigentes del reino. Las flores caen hasta el fondo mientras la gente se retira, toda la gente local ha venido a despedirse y luego de muestras de respeto se marchan de un lugar tan sinuoso y sombrío para algunos.

¿Ahora quién tomará el control de esta carroza?

Camino por los prados que colindan con el cementerio me he escapado otra vez a visitar la tumba de mi madre le traigo sus flores favoritas, las margaritas. Doy vueltas leyendo los nombres inscritos en las rocas <<Andrew Jeffrard I>> mi bisabuelo el octavo rey que ha tenido Versovia; <<James Charles II>> mi abuelo, <<Jeffrard Jacob II>> último rey de Versovia hasta ahora.

Camino dejando el panteón para los reyes y encuentro el de los Duques y sus esposas las Duquesas encontrando una adornada piedra blanca bien pulida con letras oro y unos lirios morados resaltan dándole vida, todavía no se han marchito desde ayer.

Leo el nombre.

—Andrew Oliver, Duque de Marion. Siglo XIX—. Ahí está mi lugar de paz, con mi padre. Ha sido difícil como dijo mamá hace 4 días y tres noches, pero he aprendido a vivir con ello y ya puedo hablar con la persona la cual le tuve más confianza que a nadie en el mundo. Me apoyó en todas mis travesuras de pequeña, me defendió del mundo con los argumentos poéticos y también me enseñó cómo pelear con espada y armadura cosa que pocas de nosotras sabemos. —Papá no te sientas mal si te estoy visitando más ahora que mamá no está, más bien me ha influenciado a venir con todo esto de su partida. Espero y puedas reprochárselo ahora que estáis en la misma dimensión.
—Me río con lirios azul marino en mi mano. —Te he traído lirios azules pero no sé si quieras que los traiga mañana. Los pondré junto a los de anteayer para que se vea más colorido, en cambio vengo a contarte otro fragmento del día en que tuve paz y tristeza al mismo tiempo. —Antes no podía visitar a papá porque me era imposible los recuerdos me atacaban la visión de inmediato, ahora es todo lo contrario, debo desahogarme con Andrew sobre mi reciente pérdida. —Como contabais cuando éramos niños, le dedicabas la melodía Caruso a mi madre cuando se iba a recoger margaritas en los prados del castillo; me imaginé que eso es justo lo que sucedió. Se fue a los prados con un vestido blanco a recoger margaritas a la espera de escuchar tan bella melodía. Pedí que entonces se le dedicara esa pieza en el salón del trono, como hicisteis cuando se casaron y me sentí tan plena, me dejé llevar por la flauta creo que me perdí. —Le conté el momento donde pudimos estar una hora en el salón del trono desde el amanecer hasta media mañana. Fue relajante, me dejé llevar hasta el punto que todo lo que era real desapareció dejando un lugar que me inspiró tranquilidad.

Detrás del Espejo.©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora