Prólogo: El creador de juguetes

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(Monologo de Kiyo)
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"La igualdad es un espejismo que nos promete unidad, pero en el fondo solo revela la profunda soledad de cada individuo."

Autor: Ayanokouji Kiyotaka.
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En este momento, estoy sentado en el autobús que me llevará a mi nueva escuela. La mayoría de los pasajeros llevan el mismo uniforme que yo, una extraña marea de azul marino que parece absorber la individualidad de cada uno. Frente a mí, una anciana se aferra al asiento con manos temblorosas, su rostro arrugado muestra una mezcla de miedo y determinación, como si cada bache del camino pudiera lanzarla al suelo en cualquier momento. Pero, sinceramente, eso no me importa.

Mientras me relajo en mi asiento, observando el paisaje que se desliza por la ventana, varias preguntas comienzan a agolparse en mi mente. La monotonía del viaje contrasta con el torbellino de mis pensamientos.

"¿Las personas son iguales?" Esa pregunta resuena en mi mente, acompañada de ecos de conversaciones pasadas.

La igualdad es un tema recurrente en nuestra sociedad. A lo largo de la historia, millones han sido excluidos y discriminados, limitando su desarrollo y participación. Se dice que es vital educar desde temprana edad sobre la igualdad, fomentando valores como el respeto, la tolerancia y la equidad.

En teoría, la igualdad es un ideal que todos desean alcanzar. Solo a través del reconocimiento y el respeto mutuo podemos construir una sociedad justa, donde todos tengan las mismas oportunidades. Pero esas son palabras de quienes dedican su vida a la búsqueda de la igualdad. Palabras que, en el fondo, suenan vacías.

Pero...

"¿Y si miramos la realidad?"

La verdad es que las personas no somos iguales; la palabra "igualdad" no es más que una ilusión. Cada uno tiene sus habilidades y defectos, y son estas diferencias las que realmente nos definen. Fortalezas y debilidades; eso es lo que significa ser humano.

"¿Y si existiera alguien sin debilidades? ¿Alguien que solo tuviera fortalezas?"

Parece una idea descabellada, pero hay un camino para lograrlo: apartar al hombre de la sociedad, aislándolo para que solo aprenda y mejore a sí mismo. Entonces, ¿dejaría de ser humano?

"Fuera de la sociedad, el hombre puede ser un dios o una bestia."

Esa es la esencia de las palabras de Aristóteles. Si una persona busca la soledad para reflexionar y meditar, puede alcanzar un crecimiento personal extraordinario. Pero si vive en soledad de manera constante, corre el riesgo de caer en un estado de brutalidad, perdiendo sus cualidades humanas y racionales.

Esa reflexión resuena en mi mente como un eco persistente. ¿La razón de todo esto?

Solo una pregunta:

"¿Qué soy yo?"

La respuesta es que soy un demonio.

En el lugar donde crecí, no existen las palabras "debilidad", "amistad", "ayuda", "piedad" o "confianza". Todos allí escalaban hacia su futuro en soledad. En ese lugar, el ganador vive y el perdedor muere. Así de efímera es la vida. Y en este mundo loco, yo era el rey.

En mi mundo de locura, soy la oscuridad más profunda, el mejor entre los mejores, el demonio entre los campeones. Destruía la esperanza de los demás y luego...

"¿No crees que deberías ceder tu asiento?" Una voz enojada interrumpe mis pensamientos, rompiendo la burbuja de introspección.

"Jeje, parece que tu monólogo fue interrumpido en la parte más importante, sempai," dice Ichika, apoyando su cabeza en mi hombro con una sonrisa burlona.

Classroom Of The Elite: Kiyotaka the toymakerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora