Capitulo tres: El hijo, las hijas y la muerte.

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- ¿Vas a querer postre?

Isidora niega con la cabeza, y sus rizos oscuros se mueven por inercia. Perfectamente peinada, con el cabello tan brillante que dan ganas de acariciarlo, como a una oveja. Isidora parece una. Tiene la nariz respingona, los pómulos marcados y las cejas finitas. Es como una caricatura, una joven treintañera que aún conserva la apariencia de una niña que vive entre las montañas. 

- Estoy a dieta.

La cara de mamá expresa los comentarios que quisiera decir, pero que por educación se está guardando. Para evitar la conversación gira hacia mí, sonriendo.

- ¿Y tú?

- Yo sí.

Mamá deja la fuente de plástico sobre la mesa. El olor dulce del chocolate inunda la sala. Miro la crema del postre, blanca. Lo mismo que comemos todos los domingos desde que tengo memoria. La única diferencia es que ahora mamá lo sirve en una fuente de plástico. Hasta el día de hoy puedo recordar la expresión de mamá cuando a Isidora se le cayó la fuente de vidrio. El sonido seco, el grito agudo. Su desesperación manchó el piso de sangre cuando intentó agarrar los pedazos y terminó cortándose el dedo. Parpadeo, saliendo de ese recuerdo.

Me sirve en mi plato un trozo del postre. Agarro la crema con la cuchara y la pruebo. Hago una mueca por la acidez.

- ¿Me pasé con el limón, no?

- Está bien, está rico.

- La próxima lo voy a hacer con menos limón.

Mamá vuelve a la cocina, con ese andar ruidoso. El único sonido de la sala es el de mi cuchara contra la porcelana del plato, y el de los pajaritos en el patio trasero. Mamá suele dejarles semillas, así que vienen de tarde. Dice que son una compañía. Que solo hay que estar para que unos pájaros te parezcan compañía.

- ¿No te gusta el postre de mamá o de verdad estás a dieta?

- Estoy a dieta ¿Por qué?

- Solo pregunté - me encojo de hombros - no estés siempre a la defensiva.

Isidora resopla, haciendo ese gesto que tanto me irrita. Si bien somos hermanos, siento que nuestras personalidades son polos opuestos. Si fuéramos colores, ella sería un rojo, un color explosivo, que cansa si lo ves por demasiado tiempo. Y yo sería un celeste. O un rosa pastel. Vibramos en sintonías distintas. Isidora siempre se preocupó por la impresión que causaba en los demás. Gastaba todo su dinero en productos para sus rizos y leía novelas románticas. Su mayor objetivo en la vida es encontrar a su alma gemela. Un joven con sonrisa encantadora, que le recite poemas en alguna playa en Italia. 

- Tus comentarios siempre vienen con doble intención - se defiende, acomodando un mechón de su pelo.

- La que no dice las cosas a la cara eres tú.

Nuestra dinámica se basa en esto. Peleas tontas sin sentido que no llevan a ninguna parte. Critico a su nuevo interés amoroso, ella lo defiende, argumentando que es el "indicado". A la semana sucede algo y se pelean. Ella llega, devastada y tengo que guardarme un "te lo dije" porque es mi trabajo como hermano tener empatía. Y lo mismo es al revés. La diferencia es que yo no suelo contar el día a día de mi vida, así que no se enteran de mis decepciones. De todas formas, Isidora no deja pasar ni una oportunidad para decir "te lo dije".

- No estoy de humor para esta conversación ahora.

Agarro otro trozo del postre, sin crema. Es esponjoso, no demasiado dulce y no llega a ser amargo. Es el balance perfecto. Balance. Siempre me gustó encontrar el balance de las cosas. Cuando era pequeño teníamos una pequeña balanza en la sala de la casa. Un aparatito gris, con pequeños pesos, que aumentaban de tamaño. Uno era pequeño, y el más grande era la mitad de mi dedo anular. Yo pasaba horas simplemente jugando a encontrar un balance. Quería que quedara perfectamente horizontal. Balanceado. Cuando mamá se divorció de papá, tiró todas sus cosas. Y la balanza era de él.

No hablamos sobre cosas muertas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora