—¿Quieres que te preste ropa?
Mark me observa, sentado sobre mi cama, con ambas manos sobre sus piernas.
Voy a ir a una fiesta, o algo así. Vermú dijo que es en mi honor. Pero es extraño pensar que celebran mi muerte. Eso me pone a pensar ¿tendré un entierro? ¿Quiénes irán? espero que no lloren. No me gusta la gente llorando en los entierros. Mi abuela tenía razón.
—¿Ustedes tienen... ¿más ropa?
—¡Claro! ¿No sería extraño usar siempre la misma ropa del día en el que moriste? —bromea Mark, con una pequeña sonrisa.
Yo me dejo caer junto a él, haciendo que los resortes de la cama chillen. Pongo ambos brazos debajo de mi cabeza, observando el techo. Mark juega con sus dedos.
—Hay una zona a la que le decimos "zona comercial". Queda cerca de aquí y está llena de cosas. Está abandonada, pero siempre aparecen cosas nuevas. Ropa, muebles, de todo. —comienza a contar, con una sonrisa pequeña— Vermú y Clara siempre van, alguna vez podrías ir con ellos.
Miro mi ropa. La ropa con la que morí. Una corriente eléctrica me recorre desde los talones hasta mi nuca. Cierro los ojos.
—¡Vamos! Voy a mostrarte la ropa que tengo.
La última vez que me prestaron ropa tenía como trece años y me había ensuciado con helado. Prefiero no recordar eso. No es como si revivir mis momentos humillantes fuera mi pasatiempo favorito. A mi mente le encanta hacerlo pero yo lo odio.
Si, mi mente y yo somos cosas distintas.
Yo soy yo, mi mente es mi mente.
Ella toma sus decisiones independientemente de mí. Aunque no sé qué o quién soy, puesto que mi mente me maneja, pero algo maneja a mi mente y ese algo soy yo. Si a mi me maneja mi mente pero al mismo tiempo la manejo yo entonces ¿Qué soy exactamente? ¿Quién es Gregorio y dónde está? ¿Quién controla al cerebro? La mente. Porque mente y cerebro además son cosas distintas.
El cerebro controla el brazo, la mente controla el cerebro y yo controlo mi mente, pero ¿Que soy...?—¿Greg? ¿Estás bien?
Lo volví a hacer.
—Si, solo me desconcentre.
¿Quién soy?
—Te estaba diciendo que si quieres puedes ir a mi cuarto. Agarra lo que quieras. Queda tres puertas a la derecha. Yo voy a bajar porque en un rato nos vamos ¿Si?
—Gracias.
Mark se levanta y sale de mi cuarto, cerrando la puerta tras él. Me siento otra vez así. Vacío. Hace un rato en el lago me sentía bien. Es como un placebo. La sensación momentánea de estar bien para luego volver a hundirme en el vacío. No es tristeza, es peor. Es nada. Es un dolor en el pecho que me hace pensar ¿Para qué estoy aquí?
Viví gran parte de mi vida sintiéndome así. Cuando era un adolescente, durante las tardes salía con mis amigos. Me emborrachaba o hacía las tonterías que ellos proponían. A veces entrábamos a casas, subiendo por la reja y llegando al patio. Nos metíamos en las piscinas y escapábamos corriendo. Otras veces solo nos sentábamos a fumar o hacer algo así, observando el cielo nocturno. Yo estaba feliz.
Luego volvía a casa y al acostarme no sentía esa felicidad.
Una montaña rusa tiene esa adrenalina de estar en el punto más alto y bajar a toda velocidad. Una vez abajo la adrenalina se acaba y tu corazón vuelve a la normalidad. Bajas del vagón, observas las vías y te das cuenta de que en realidad no estabas tan alto, solo lo sentías así.Toco mi pecho y cierro los ojos imaginando que la mano pertenece a otra persona. Respiro por la boca, soltando el aire por la nariz.
Al final decido ir al cuarto de Mark. Él no está aquí, así que me siento un intruso pese a tener su permiso. Es pequeño, tiene una ventana que da al acantilado. Me acerco, asomando mi cabeza. Está oscuro y no se puede ver el fondo. Y el horizonte está nublado, así que tampoco se puede distinguir nada. Es el fin del mundo.
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No hablamos sobre cosas muertas.
Teen FictionA Gregorio no le pasaban cosas extrañas. Seguía hablándose con los mismos amigos de secundaria e iba a comer los domingos de su madre. Tenia un trabajo, una vida rutinaria. Ah, Gregorio esta muerto. Murió una noche, de la forma más patética que algu...