Capitulo siete: Aquellas plantas de flores suicidas

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 Me arden los ojos como si hubiera hundido mi cabeza en un balde de cloro puro. Me recuerda a mi niñez y a las piscinas del club, cuando me negaba a usar esos lentes para proteger la vista, argumentando que eran demasiado antiestéticos.

No soy alguien a quien le guste romantizar el pasado, especialmente porque no soy de aferrarme a las cosas ni a las personas. Pero algunas veces siento nostalgia recordando mi infancia. No fui más feliz o menos feliz que ahora, pero a veces me miro al espejo y puedo ver, si entrecierro los ojos, el rostro infantil que alguna vez tuve. Quisiera darle un abrazo.

En frente hay bosque. A la derecha bosque y a la izquierda más bosque. Es difícil ubicarse en un lugar como este, que es idéntico en todos lados. Si, quizás un experto podría reconocer la diferencia entre los árboles, basándose en el patrón que tienen los troncos o algo así. Pero para mi todo se ve igual. Me levanto de a poco, intentando enfocar la vista, cosa que es difícil, ya que mis ojos luchan por cerrarse.

Entonces, me doy cuenta que me falta mi remera. Intento ver alrededor pero aparentemente no está. Además la oscuridad de la noche no ayuda. Toco mi propio torso, pero no se siente mojado. Al contrario, está bastante tibio. Muevo los dedos de los pies dándome cuenta que, también estoy descalzo. El pasto me hace cosquillas, pero no me molesta.

Y no estoy cerca del arroyo. Eso me hace pensar que el último recuerdo que se me viene a la mente es la sensación de mi cuerpo chocando contra el agua. Después de eso nada. Solo algunas imágenes casi como si se tratase de un montaje cinematográfico

El rostro de Jaden, la sonrisa de Clara, ellos besándose. La mano del rapado, de dedos largos, sosteniendo mi muñeca mientras me tira más abajo en el agua. Las estrellas reflejadas en la superficie y muchas risas de fondo. Todo esto pasa por mi mente de un golpe, pero no logro ponerlas en un orden cronológico.

Por un lado quiero buscar mi remera, y por el otro me aterra adentrarme al bosque. No creo que haya un animal salvaje dispuesto a atacarme, pero la simple oscuridad me da escalofríos. La incertidumbre de no saber que hay a la distancia. De dar pasos sin saber a donde voy.

"La curiosidad mató al gato" dicen. Y a veces me siento como un gato. Porque por más miedo que habite en mí mis ganas de saber suelen llevarme a cometer estupideces.


Como, por ejemplo, caminar dentro de un bosque oscuro.

Si tuviera que hacer una lista de cosas que hice guiado por la curiosidad probablemente escribiría algo que supere con creces la biblia. Yo no creo que la curiosidad sea mala, pero no puedo negar que sea peligrosa.

"El gato murió, pero murió sabiendo" es una frase típica para refutar el argumento conservador en contra de la curiosidad. Tampoco estoy cien por ciento de acuerdo con eso. No creo estar cien por ciento de acuerdo con nada. Ni siquiera con las cosas que yo mismo pienso.

"¿Qué harías con tal de saber, Greg?"

"Todo."

"¿Incluso morir?"

"Si muero tendría entonces la única respuesta que necesito."

"¿Cual es esa respuesta?"

"Qué pasa luego de la muerte."

Sigo caminando, intentando ignorar aquella voz, susurrándome en el odio. La siento lejana pero al mismo tiempo junto a mi, como un murmuro que lleva el viento.

"Una persona triste. Te volviste una persona triste, Greg."

Muevo algunas ramas bajas, haciéndome camino. La madera se rompe, haciendo un ruido que me alarma, aun sabiendo que soy yo quien lo provoca. Miro atrás cada paso que doy, queriendo encontrarme con Jaden, Clara o Alien. Con algún rostro entre tantas plantas. Pero lo único que escucho son mis propios pasos y las hojas rompiéndose bajo mis pies, causándome escalofríos.

No hablamos sobre cosas muertas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora