Perdido

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¿Dónde está? No lo encuentro, no se me pudo perder algo tan importante. Realmente necesito encontrarlo. Debo hacerlo rápidamente, no está en el cajón, el armario, la chaqueta, el pantalón, en el suelo, bajo la mesa, entre las sábanas, debajo del colchón, entre los zapatos o las medias, entre las botellas, ni siquiera en el baño.

Será posible que lo haya dejado caer al inodoro, de ser necesario revisaré las tuberías de todo el edificio. Me niego a que la borrachera de la noche anterior me quite mi más valioso tesoro, no puedo perder lo que es mío. Me costó mucho conseguirlo, poder acariciarlo, tenerlo en mis manos al dormir, repetirle lo hermoso que es, como para dejarlo ir tan pronto, siendo nuestro amor tan joven y puro. Este maldito dolor de cabeza que me trae el exceso de alcohol no me deja pensar dónde está mi otra mitad, el bullicio de ayer resuena aún en mi interior y lo único que deseo es volver a tenerte en mis manos.

Creo que ya sé quién me robó, nos desean la infelicidad, ellos que proclaman ser tus dueños te apartaron de mí, te han llevado lejos de mí. Ellos llegaron anoche, con la noticia de que aquel hombre que también te deseaba había muerto, yo no pude esconder mi alegría, inmediatamente les ofrecí vino, pero no contaba con que ellos venían para robarte. Me alentaban a consumir más alcohol, seguro esperando a que cayera dormido. Sin que pudiera defenderte, ellos te entregaron a ese hombre del cual yo te rescaté, entré a su casa y en su habitación te tomé entre mis manos, guardándote delicadamente en el bolsillo de mi abrigo con la promesa de no dejarte nunca más.

Seguro te entregaron, quien ahora te esconde en una caja, te pone junto a él, muy cerquita de su corazón, para que yo no pueda alcanzarte, pero me niego a dejarte ir. Iré a rescatarte.

Al esconderse el sol, no dudo en caminar con todo lo necesario para arrancarte de su pecho, atravieso las rejas de metal y con fuerza empiezo a buscarte entre la tierra, hasta que doy con la prisión eterna del cuerpo que creyó ser tu dueño. Sus putrefactas manos resaltan lo maravilloso que estás, como el día que te rescaté. Es el anillo más hermoso que jamás había tenido, ese fulgor fucsia tan distintivo con su perla rota manchada por el paso del tiempo, como los buenos vinos, demasiado grande para usarlo en mis dedos. Ahora serás mío por toda la eternidad.

Café y Mil EstrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora