un cuatí, enojos y comienzos

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En la castillo Grandchester, más específicamente en la sala se encontraban los duques, y Enzzo acompañado de Samantha y Ginger sentados en un sillón los tres juntos.

Resultaba que la duquesa le había ido con el rumor a su esposo de que su nuera había abandonado a Terrence, como era de esperarse su excelencia se había puesto furioso y mando a todos sus sirvientes a cuidar las entradas del castillo para que cuando volviera Terrence, Candice o cualquiera de los tres lazarillos, los mandarán directamente con él. 

Y los susodichos entraron en escena, los guardias que estaba en las entradas del castillo los trajeron escoltados hasta donde el duque se encontraba. Candice y Terry se miraban… despreocupados, tranquilos, tal parecía que nada había pasado entre ellos y eso dejo sorprendido a la sirvienta, a la institutriz y al asistente, eso y que la muchacha traía un cuatí entre sus brazos y que ambos rebeldes tenían abrigos y gorros idénticos.

—¡Pero que gran recibimiento! —bromeó Terry y Candy creo escuchar al Terry bromista que había conocido en el Mauritania—. ¡Mis sirvientes, mi querido padre y mi amada madre y la fiel sirvienta de esta! —dijo ironizando en las palabras “amada madre”.

—Déjate de chistes Terrence —inquirió el duque caminando hasta su vástago—. Y mejor dime, ¿dónde demonios estuviste?

El castaño acepto para su mismo que el tono de voz que había usado su padre lo había hecho temblar de miedo en el pasado, pero ahora no, ahora él era ya un hombre que iba a ser capaz de defender a él y al mujer que amaba.

—Salí con mi esposa a dar un paseo, ¿por qué lo hice? Porque pude, porque quise y porque se me dio la gana de hacerlo —habló Terry no lazando la voz, pero siendo firme, así mismo atrajo a la pecosa hacia el y la abrazo, esta se sonrojo un poco, pero no puso resistencia—. Ya saben es muy bueno salir de la rutina para que el amor no termine, si no que al contrario el amor sea fortalecido día con día y es justo lo que Candice y yo queremos y vamos a hacer, demostrarle a todo el mundo que todos los matrimonios nobles son por conveniencia.

Esto último Terry lo dijo con toda la intención de dañar a su padre, pero sobre todo dañar la frágil estabilidad de la duquesa.

—¿No es así mi preciosa? —preguntó Terry a Candy dándole un beso en la mejilla.

—Sí —dijo con entusiasmo la rubia. No sabía que juego se traía Terry, pero le iba a seguir el juego.

«Que buen actor eres muchacho» pensó Enzzo ya que él más que nadie sabía que todo esté shows era parte de algún plan que su muchacho se traía. «Eres igual de buen artista que lo es tu única y verdadera madre»

—¿Y se pueden saber en qué lugar estaban? —cuestionó la duocerda muy furiosa de que el bastardo le había echado en cara el infierno que era su matrimonio dónde había de todo un poco, pero menos amor.

—En la feria en honor a Santa Sixburga, ¿o era San Elpegio o san Sigfrido? —se preguntó el castaño burlándose de los nombres de sus medios hermanos—. ¡Da igual! El santoral de la iglesia anglicana es igual de largo o peor que de la iglesia Católica.

—Pues que raro, porque los guardias de tu padre se fueran a buscarlos y  juraran que ustedes ahí no estaban —señaló Beatriz con toda la intención de que callera el teatro del bastardo y que su marido enviará a los dos lejos de ahí.

—Precisamente pensando en que a mi padre no le gustaría que dos nobles fueran a divertirse a la feria decidí en que Candice y yo fuéramos disfrazados para que nadie nos reconociera —explicó Terry mientras que él y la pecosa señalaban sus gabardinas y gorros.

El castaño ya tenía su cuartada hecha, ya que intuía que iba a ver un interrogatorio, después de todo en ese maldito castillo nadie guardaba un secreto y todos eran unos chismosos y metiches.

Obligados a amarnos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora