Obligados a amarnos

Conspiraciones

—¿Me concederías esta pieza? —Preguntó Terry sin poder resistirse a bailar con su esposa la misma melodía con la que habían bailado por primera vez en el colegio San Pablo para el festival.

—El honor es mío —contesto la pecosa agarrando la mano de su esposo y caminando hacia la pista de baile, dónde empezaron a bailar.

La recepción de la boda de Sixburga y Charles había sido planeada por Beatriz y por supuesto debía de ser en los hermosos jardines que el castillo Grandchester tenía. Donde la mayoría de primogénitos y herederos Grandchester había celebrado su boda.

La recepción era simplemente espectacular, con la que cualquier jovencita hubiera deseado para ella misma. Las falsas amistades de Sixburga empezaban a envidiarla por su ostentosa boda y por su galante esposo. Pero la envidia no era total ya que no deseaban ni por un solo segundo estar en la piel de Sixburga esto era porque todos sabían que la única razón por la que Charles Milford desposaba a Sixburga Grandchester era por conveniencia.

Si aquellas muchachitas envidiaban a alguien por completo esa era a la marquesa Candice. Aparte de ser hermosa físicamente, poseía el don de la carisma y a pesar de que casi toda la corte sabía de su origen, nadie se atrevía a despreciarla ya que la marquesa era la protegida de los reyes y la mano derecha de Alejandra de Dinamarca, pero también era la esposa de Terrence Grandchester, un hombre el cual estaba dispuesto a todo contal de defender a su esposa.

«Otra cosa más que envidiarle» pensaban las muchachitas amigas de Sixburga mientras veían bailar a los marqueses. Ser bonita y tener un esposo igual de guapo que mirarán por donde mirarán ese esposo amaba y adoraba a su esposa. Aunque la única que no veía ese amor era la marquesa. Pero según  esas amistades lo único para que la felicidad y la suerte de Candice estuviera completa era que por fin quedará en cinta y trajera al mundo al tan ansiado y esperado heredero Grandchester. 

—¿Quién crees que sea el que no puede tener hijos? —Pregunto una de las amigas de Sixburga a otra que estaba a la izquierda de la novia.

—La suerte de las mujeres es tener siempre la culpa de todo lo que suceda —respondió ella—. Así que sin duda alguna es la marquesa la que no puede tener bebés.

—¿Crees que tú hermano ya tenga a su propio hijo bastardo por algún lugar de Inglaterra? —Preguntó a Sixburga otra de las muchachitas quienes estaban haciéndole compañía a la novia, su deber era felicitar a la novia y decirle lo muy hermosa que se miraba, pero habían fracasado al poner toda su atención al baile de los marqueses.

—¿Se imaginan a ese muchachito? ¿Cómo será de joven? —inquirió otra—. ¡Igual de hermoso que el padre! Dado que los genes Grandchester predominan.

—Tienes razón querida, si no para muestra el marqués es igual al duque cuando él era joven —comentó la más grande del grupo—. Y es de esperarse que el marqués va a ser igual de guapo cuando tenga la edad de su padre.

—Con todo respeto, mi querida Sixburga, pero si en los planes de Dios está llevarse a tu madre, yo me postularía para ser tu madrasta —dijo la más imprudente del grupo. Todas exclamaron al imaginar a su compañera siendo la nueva y joven duquesa de Grandchester y madrastra de los hermanos—. ¿No creen que sería una duquesa muy hermosa?

—Más que la actual evidentemente —mencionó Hannah Baxter, hija del embajador Estadounidense. Hannah era la que más le gustaba molestar  y sacar de sus casillas a Sixburga—. Por cierto querida, discrepo totalmente —dijo a quien se refería de los genes Grandchester—. Estarán todas de acuerdo que los genes Grandchester no predominaron con Sixburga Sigfrido y Elpegio.

Nadie pudo evitar reír por el comentario lleno de maldad  de Hannah con el respecto del aspecto físico de los hijos de la duquesa Beatriz.

—¡Sinceramente nada de lo que han dicho me ha dado gracia alguna! —Comentó Sixburga, levantó su pomposo vestido para salir de aquel circulo—. ¡Y ahora tiene que referirse a mí como “milady”