Acta de matrimonio

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—Se ve hermosa señorita —dijo con seguridad Samantha quien le acomodó el velo y la cola del vestido de novia de su alumna.

El vestido de novia fue elaborado con tafetán de seda y encaje, tenía bordados hecho a manos, pequeñas perlas que decoraban toda la parte del corpiño y el corset, el vestido era de manga larga con un listón que daba más firmeza a la cintura de la joven y la cola del vestido era de casi tres metros, un vestido hermoso digno de una princesa real, pero muy pesado a opinión de Miss Dardone.

La puerta del salón se abrió dejando ver a Elroy con cara de enojo y seriedad profunda como era de costumbre verla, detrás de ella iban sus tres fieles sirvientas, las cuales eran igual o más venenosas que su ama.

Vio de arriba para abajo a Candice y le dio una señal de aprobación a Miss Dardone para darle a entender que había hecho un buen trabajo al arreglar a la joven.

—General y tradicionalmente se acostumbra dar una plática a la novia en la cual se le da unos consejos para su noche de boda y su matrimonio —expresó Elroy sin atreverse a estar más cerca de la hija adoptiva de su sobrino el cual era escondido como tío abuelo—. Tú ya has tenido esa experiencia así que lo único que te aconsejo y te ordeno es que sigas abriéndole las piernas a tu futuro marido, porque si llegas a dejar de complacerlo y él decide mandarte al demonio, a esta familia no volverás.

Y tras esa severa amenaza, Elroy salió de la habitación para ir a la catedral y terminar con ese teatro de una vez.
Candy empezó a llorar sin importar que el poco maquillaje que tenía en el rostro se le arruinará y incluso el vestido ridículamente caro que estaba usando.

—Por favor, niña tranquilízate —pidió Miss Dardone colocando una mano en el hombro de Candice para demostrarle un poco de cariño, quería hacer más, pero ella no era una persona de demostrar cariño.

—Yo nunca he tenido nada que ver con Terry —aseguró la rubia Miss Dardone se sorprendió.

—¿Qué dices?

—Se lo juro Miss Dardone, Terry y yo nunca hemos hecho de lo que las monjas y nuestros tutores nos acusan —dijo suplicante Candy—. Yo no he abierto las piernas como la tía abuela me acusa.

—¡Eso, ¿quieres decir que el señorito Terrence y tú no ha fornicado? —preguntó la castaña de la manera más formal que su vocabulario le permitía.

—No, se lo juro por lo más importante, que Terrence y yo no hemos tenido ningún tipo de contacto de ese tipo —juro Candice, juramento que hizo preocuparse a Miss Dardone.

Ella sabía o por lo menos en la teoría sabía lo que era el tener contacto intimo con una persona del género masculino, nunca lo había practicado, y por eso estaba nerviosa, ¿qué palabras debía de usar para que hacerle entender a una niña que esa noche un joven año y medio mayor que ella la “desfloraría” y que muy probable ese acto le dolería?

—Mira Candice, es esencial que tú y el joven Grandchester consuman su matrimonio ya que una de las cláusulas del acta de matrimonio es que tú le des un nieto al duque —comunicó Miss Dardone limpiando con un pañuelo los restos de las lágrimas de la niña y luego aplicó más máscara de pestañas, pintalabios en tono pastel y por último el colorete en las mejillas para que la cara tuviera un poco de color.

—¿Qué? —preguntó Candy con cara de espanto.

—Es lo que el señor Villers me ha contado —dijo Samantha guardando el maquillaje en sus respectivos lugares—. Lamentablemente no puedo aconsejarte en como llevar más llevadera esta noche —mencionó con decepción colocando una mano en la mejilla de la rubia—. Yo no lo he experimentado nunca y por eso no puedo ayudarte, lo poco que sé, es que toda mujer que ha experimentado eso llega a dolerle la primera vez, así que no te asustes y deja que el señorito Grandchester te guíe.

Obligados a amarnos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora