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La oscuridad de la noche envolvía todo el paisaje mientras una furgoneta avanzaba por un camino sinuoso a través de los campos de trigo. El viento helado soplaba con fuerza, y el vehículo se desplazaba con rapidez mientras el rugido del motor se intensificaba bajo la luna llena. Los árboles se agitaban con violencia cuando el conductor decidió bajar la ventanilla de la furgoneta para tirar una colilla, acto que el gélido viento aprovechó para introducirse en el interior del vehículo y advertirle de que la cerrara de nuevo si no quería pasar un mal rato, y eso hizo. En la parte trasera, varios niños se encontraban acurrucados y temblando de frío en un espacio estrecho y oscuro. Varios de ellos no sabían ni cómo habían llegado allí ni adónde se dirigían, pero recordaban haber escuchado explosiones y disparos. Algunos lloraban sin cesar, mientras que otros permanecían en un angustioso silencio. De repente, la furgoneta pasó por un bache a una velocidad excesiva, sacudiéndose con brusquedad y haciendo que algunos niños salieran disparados de sus asientos. El llanto común se hizo más fuerte que nunca.

—¡Sei doch einmal still! ¡Verdammte Kinder! —gritó el copiloto, y aunque los niños no entendieron ni una palabra de lo que dijo, captaron su tono amenazante y se apresuraron a callar.

No todos se conocían, lo que empeoraba la situación. Algunos provenían de pueblos distintos al de los demás, mientras que otros tenían la "suerte" de poder tener a algún conocido a su lado, como era el caso de Georges, quien compartía asiento con su compañero de escuela, Olivier. Georges, a diferencia de los que no sabían por qué estaban allí, se acordaba de cada detalle de lo ocurrido.

Todo comenzó cuando Lucie le ordenó entrar en casa tras ver el humo en el cielo. Incluso estando en el salón, pudo escuchar los gritos de los vecinos. Su madre estaba hablando con varios de ellos, y pudo escuchar algo sobre los alemanes y un ataque. Georges era pequeño, pero no estúpido, sabía lo que estaba pasando, y por eso el pánico se apoderó de él. Lucie volvió a por él y le dijo que tenían que irse rápido, lo que lo dejó algo confuso. ¿No estarían más seguro en su propia casa? Podrían ir al sótano, allí no los descubrirían. Pero antes de que pudiese siquiera sugerirlo, Lucie lo agarró de la mano y se lo llevó con ella y los demás vecinos.

—¿A dónde podemos ir? ¡Tienen el pueblo rodeado! —exclamó Doris.

—Al bosque, es nuestra única opción —propuso el viejo Yves, el primo de Winston—. Tendremos que escondernos allí y rezar porque no nos encuentren. Una de las vallas de mi casa tiene un agujero, escaparemos por allí.

Los vecinos, aterrorizados, asintieron al no tener otra opción. Los disparos se escuchaban cada vez más cerca, tenían que darse prisa. Lucie sujetó los hombros de Georges con fuerza y le dijo:

—No te separes de mí por nada del mundo, ¿me oyes? A no ser que te lo diga yo, no lo hagas. —Notó el miedo en la mirada de su hijo. Ella también estaba asustada, y mucho, pero no permitiría bajo ningún concepto que le hicieran daño a su hijo.

—Mamá... —susurró Georges—. ¿Dónde está papa? ¿Por qué no ha llegado aún? No le habrán hecho daño, ¿verdad?

Lucie no supo que contestar. Esperaba con todas sus fuerzas que Arthur estuviese bien, que no se hubiese topado con los alemanes. Lo necesitaba allí, con ellos, pero no podía permitirse el tiempo de buscarlo en aquel momento. No con la vida de Georges en juego. Tenían que escapar cuanto antes.

—Seguro que está bien, cariño, no te preocupes. Tu padre es un hombre fuerte —dijo para tranquilizarlo—. Ahora tenemos que irnos.

La carrera hacia el bosque fue caótica y frenética. El sonido de los gritos de los que estaban siendo atacados se escuchaba como si los estuviesen matando a pocos metros de ellos. La casa de Yves no estaba muy lejos de allí, pero tenían que ir lo más rápido posible si querían seguir viviendo. Lucie no soltó la mano de su hijo en todo el trayecto, y este lo agradeció. Aquel ritmo hizo que el frío disminuyera, pero ¿qué harían en el bosque? El frío sería aún más intenso en aquel lugar y no habían tenido tiempo de llevar ropa de abrigo ni provisiones consigo. No era momento de pensar en ello, ya se preocuparían cuando llegaran. Al fin consiguieron llegar a la casa de Yves y cruzar hasta la parte trasera. Lo que este dijo era cierto, la cerca estaba en mal estado y un agujero permitía el paso hacia el bosque. Sin embargo, tenían que pasar de uno en uno, pues no era lo suficiente grande para que pasasen todos al mismo tiempo.

—¡Rápido, pasad! —ordenó Yves señalando al agujero—. Los niños primero.

Georges, Olivier (el hijo de Doris) y Chloé (la nieta de Yves) hicieron caso a este y cruzaron los primeros. El bosque se encontraba a unos doscientos metros de allí en línea recta, no tenían tiempo que perder.

—¡Vamos, corred! —les dijo Doris—. Os alcanzaremos ahora. —Los niños hicieron caso y comenzaron a correr.

—¡Vamos, vamos! —apresuró Yves.

Georges y los demás corrían sin mirar atrás en dirección al bosque. Pronto se les unió Doris y, más tarde, las señoras Isabelle y Colette, quienes comenzaron a tener dificultades para mantener el ritmo debido al flato. Pasaron los minutos sin que Lucie ni Yves los alcanzaron, lo que preocupó a Georges y Olivier.

—¿Dónde están? —preguntó Georges alarmado.

Nadie contestó. Doris miró hacia atrás, pero la oscuridad de la noche no le dejaba ver nada que no estuviese a menos de cinco metros de ella. George, sabiendo que algo iba mal, dio media vuelta y se marchó a buscar a su madre. Olivier fue tras él en busca de su abuelo.

—¡Niños! ¡Venid aquí ahora mismo! —les ordenó Doris, quien intentó agarrar a George por la camiseta, pero falló—. ¡George, Olivier!

Ninguno de los dos hizo caso a su orden, no podían dejar a sus seres queridos atrás. Tenían que llegar a tiempo. Recorrieron el mismo camino que a la ida en dirección contraria. No podían ver mucho por la falta de luz, pero como era un camino en línea recta consiguieron llegar sin mucha dificultad, aunque quizás desearían no haberlo hecho por lo que vieron. Olivier lanzó un grito desgarrador cuando vio lo que había delante suya. Un cadáver, y muy conocido, se encontraba a varios metros de la vaya. Era Yves, su abuelo. Había conseguido cruzar, pero alguien le impidió avanzar en el último momento, y ese alguien estaba sujetando a Lucie del cuello en ese preciso instante. Georges no podía creerlo, la persona que sujetaba a su madre era...

De repente, la furgoneta frenó en seco haciendo que todos los niños que había en su interior se tambalearan y se golpearan entre ellos. Se había detenido en un cruce de caminos. Los soldados alemanes que la custodiaban bajaron y se acercaron a un pequeño grupo de personas que estaban esperando allí. Se intercambiaron algunas palabras en alemán y luego uno de ellos abrió la puerta trasera del vehículo, donde se encontraban los menores.

—Es hora de bajar, críos —dijo el soldado con acento alemán.

Los niños fueron sacados a empujones y obligados a caminar hacia un edificio cercano. Todos temblaban de miedo, y George no era la excepción. De algo estaba seguro, y es que, pasara lo que pasara, no sería nada bueno.

Contra el destino (En proceso)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora