1 - El cumpleaños de Anelisse

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—¿Te da miedo? —preguntó Bárbara con la mirada, mientras sacaba la basura.

Ludmila observó a su vecina, Georgina Asdrúbal, caminando por el camino de baldosas crema hacia el gran contenedor verde.

 Bárbara se tapó la boca con asco al vaciar la bolsa negra llena de desperdicios, lo que hizo que Ludmila arqueara las cejas, divertida por la expresión de su amiga.

—¿Qué? ¿La señorita Asdrúbal? —respondió Ludmila con incertidumbre.

—¡Sí! Mírala, es vieja, arrugada, sola y aun así invita comida a los chicos del barrio. ¿No te parece extraño? —dijo Bárbara con recelo.

[Risa nerviosa]

—Bárbara, no es una señora mala. Es solo tímida y solitaria. Le gusta la compañía y creo que eso siempre es bueno para todos —respondió Ludmila.

—¿Compañía? —preguntó Bárbara, con su mirada perdida, manteniendo siempre esa seriedad que la caracterizaba.

—¡Sí! Le regaló un carrito de juguete a mi hermano y se puso a jugar con Julio, su nieto. Ella solo quiere convivir con los vecinos. Puede que se descuide un poco y dé mala impresión, pero es buena persona —explicó Ludmila.

—¡Estás loca, Ludmila! No hay nada más terrorífico en Little Woods que Georgina Asdrúbal y su gato cochino que merodea en las macetas del vecindario —respondió Bárbara con recelo.

Ludmila se balanceaba en el columpio, su cabello rubio revoloteaba al viento, desbordándose sobre su suéter blanco esponjado.

Volteó de reojo y vio a la señora Asdrúbal sonriéndoles por detrás de la valla vecinal, saludándolas de lado a lado. Ludmila le devolvió el gesto, mientras Georgina se acercaba lentamente hacia su casa.

—¡Hola, Ludmila! ¿Cómo han estado? —mencionó Georgina, con sus ojos apenas levantándose con el viento.

—Hola, señorita Asdrúbal. Muy bien, aunque hace mucho frío porque se acerca el invierno —respondió Ludmila, tiritando.

Ludmila juntó sus manos, frotándolas por encima de su pantalón. Sus guantes de felpa rosados le proporcionaban más calor que a Bárbara, quien se balanceaba entre las cadenas frías del columpio.

Ludmila sentía cierta vergüenza cada vez que su vecina las observaba. Su jardín siempre estaba sucio, lleno de tierra y lodo, con pasto crecido y telarañas en las esquinas de su casa.

Un sauce llorón en la esquina del patio llegaba hasta el jardín de Georgina. Cada vez que las hojas caían, Ludmila las devolvía en una bolsa.

Su mamá opinaba que era mejor quitar el árbol antes de que trajera más animales y basura de la que pudieran hacerse cargo.

Georgina, al ser mayor, no se molestaba en atender el jardín. Su hijo Larsson siempre la acompañaba y recogía cada hoja con el rastrillo que tenía en la cochera.

A veces ayudaba con la podadora e incluso se había ofrecido un par de veces para hacer las tareas domésticas en el jardín de Ludmila y de algunos vecinos.

Larsson era robusto, con barba candado y siempre vestía con playeras blancas de manga corta. Aunque siempre lucía sucio, tenía una sonrisa agradable.

—¡Ay, niña! Necesitas un abrigo como tu amiga. El cielo se está nublando y no tardará en llover —señaló Georgina, arropándose con su bata azul y su suéter negro.

—Sí, creo que será mejor volver adentro. Está haciendo mucho viento y la brisa del mar se resiente en nuestras caras —respondió Ludmila.

A pesar de estar en otoño, las lluvias en Little Woods convertían el lugar en un humedal. Siempre sacaba su impermeable blanco cuando los ventarrones azotaban el pueblo. No todo era gris, Ludmila recordaba los momentos divertidos y las cosas baratas que su mamá le compraba en el centro del pueblo.

Ahora era extraño, esos momentos jamás se repitieron y se arrepentía de no haberlos disfrutado más. Desde los seis años, siempre se quedaba sola gran parte del tiempo, y en la actualidad, eso no había cambiado. Danika Kohl, la típica abogada de 45 años, solo estaba en la alcaldía atendiendo y recibiendo órdenes judiciales y veredictos.

Oliver Procopio de 48 años, es un oficinista en NuevaOrleans, que termina cansado hasta el final de sus jornadas, siendo la mismarutina día tras día.  

Logan Kohl, el típico niño de 12 años, siempre estaba encerrado en su habitación, escuchando música y evitando a las chicas que intentaban chatear con él. Siempre se molestaba cuando Ludmila intentaba compartir sus experiencias amorosas.

Bárbara Annelise Hiley, en cambio, era su mejor amiga. Ese día cumplía 23 años y era su compañera inseparable. Juntas hacían la tarea por las mañanas antes de ir a la escuela, mientras la madre de Ludmila les preparaba el desayuno.

Después de la escuela, solían ir al bar de su mejor amigo Tommy. Hoy no sería la excepción; planificaban tomar algunas bebidas y bailar hasta la madrugada, para luego ser recogidas por el padre de Bárbara en su Porsche.

Bárbara vivía a solo un par de calles detrás de la casa de Ludmila. Ambas asistían juntas a la universidad de Lakeshore, compartían casilleros cercanos y todas sus clases, excepto educación física, donde Ludmila siempre se quedaba dormida y la profesora Thompson las separaba.

Durante los últimos 15 años, Ludmila y Bárbara se habían convertido en almas gemelas. Compartían secretos, sus familias se llevaban bien y Ludmila había estado presente en todos los eventos importantes de la familia de Bárbara.

Después de despedirse de la señora Asdrúbal, Ludmila y Bárbara regresaron a casa. Bárbara cerró la puerta de cristal detrás de Ludmila y subieron juntas a su habitación para prepararse para la fiesta de cumpleaños de Bárbara.

Ludmila tenía una sorpresa preparada, pero no estaba segura de sí dársela en ese momento o esperar hasta llegar al bar de Tommy, donde la esperaba una sorpresa aún mayor.

Mientras Ludmila se sentaba frente al tocador para retocarse el maquillaje, Bárbara se quitaba la coleta y empezaba a hacerse trenzas. De repente, un sonido inesperado interrumpió su rutina.

¡RAAAWR!

—¡Estúpido enano! ¡Casi me matas del susto! —exclamó Ludmila, sobresaltada, mientras su delineado de labios quedaba arruinado. Bárbara y el intruso se rieron mientras Ludmila intentaba arreglar el desastre.

—¡Qué graciosa te ves, pareces una bruja! —dijo Logan, limpiándose las lágrimas de la risa y acercándose al tocador.

—¡Cállate! ¡Yo me veo más guapa que tú en cualquier momento! —respondió Ludmila, tomando un pañuelo para limpiarse.

—¿Ah, sí, bruja? —replicó el intruso, sacando la lengua mientras se pintaba los labios con el lápiz labial de Ludmila.

—¡Qué tonto eres! —rió Ludmila, acercándose a Bárbara mientras esta se quitaba el suéter blanco que le había prestado.

—¿Dónde está tu mamá, mocoso? ¿No fuiste al centro comercial con ella? —preguntó Bárbara mientras se maquillaba.

—Ya volvimos. Nos están esperando abajo con papá —confirmó Logan, limpiándose la boca con el pañuelo de Ludmila y provocando más risas.

—¡Vámonos! Nos están esperando —dijo Ludmila, tomando un par de abrigos y prestándole su favorito a Bárbara.

En la sala, los padres de Ludmila las despidieron con cariño, recordándoles que no se quedaran fuera hasta muy tarde. Ludmila recibió algo de dinero de su madre antes de salir, lo suficiente para pasar una buena noche.

Se despidió de su madre con un beso en la mejilla y un gesto de mano desde el patio antes de subirse al carro con Bárbara y su padre.

Mientras se dirigían al centro de la ciudad, Ludmila se emocionaba por la fiesta de cumpleaños de Bárbara. La música y las conversaciones en el carro la llenaban de anticipación y emoción. Sabía que sería una noche inolvidable junto a su mejor amiga.

La Habitación del EcoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora