Erwin Smith

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Me despedí de Hange con aún abrazo antes de que saliera de la habitación, no sin antes pedirle que se cuidara

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Me despedí de Hange con aún abrazo antes de que saliera de la habitación, no sin antes pedirle que se cuidara.

Cuando se fue, miré al hombre que se encontraba en la habitación viendo por la ventana, ahora estábamos solos, pero en una hora se lo llevarían para un juicio con el rey y aún así Erwin estaba tranquilo.

     No sé si era porque yo estaba ahí y no me quería poner más nerviosa o si de verdad no estaba preocupado...

— General ¿E... Está seguro?  — pregunté.

— Claro que sí, todo estará bien. Y deja de llamarme general, no hay nadie cerca.

— Erwin — dije con más calma — Si esto llega a salir mal tu...

Erwin se acercó lentamente a mí — No me pasará nada, te lo prometo.

— Eso mismo me dijiste cuando rescatamos a Eren y persiste un brazo...

— Era parte del plan — dijo riendo mientras me rodeaba por la cintura y me pegaba a el.

— Erwin, no bromees con eso — traté de empujarlo, pero su fuerza era innegable.

Pegó su frente a la mía — Cuando te pedí que no me dijeras general no me refería a que me llamas por mi nombre...

— ¿Y entonces? — Yo claramente sabía a lo que se refería, pero quería que el lo dijera primero.

— Quería que me llamaras por uno de esos apodos que usas cuando estamos solos: Amor, Cariño... — bajó su boca a mi oído y habló en un susurro — Papi...

Me sonroje al instante e intenté empujarlo nuevamente — Tch... yo... Sabes que te... — me callé al instante porque subió su mano a mi nuca y nos juntó en un beso algo demandante.

Por más que quisiera, me era imposible alejarme de el. Había tratado de hacerlo desde que entré a la legión, pero me fué imposible y de un momento a otro ya éramos algo así como una pareja, a él nunca le importó que los demás se enteraran ya que de todas formas era el general.

Rápidamente hice que volviera a bajar su mano a mi cintura y yo rodeé su cuello con mis brazos.

— Erwin... Alguien... Podría... Entrar... Y vernos... — dije entre besos.
Me mordió — Pues que entren — siguió con el beso y lentamente nos movió a la cama en la cual se sentó en la orilla, y me hizo sentar a horcajadas sobre el.

El beso se había vuelto húmedo y más rudo y necesitado.

— Carajo Erwin... Si no nos detenemos ahora...

— Tendré que ir al juicio con una erección entre las piernas...
Me reí — Pues... No necesariamente — lo miré con picardía antes de bajar de el e incarme entre sus piernas.

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