Capítulo 10 - James Zag(er)

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10 | James Zag(er)

Daphne Barlow

Al salir de la enfermería voy a la biblioteca del instituto. No es un secreto que la bibliotecaria, la señora Pritchett, da bastante libertad a los alumnos para esconderse entre los pasillos si queremos tomar un respiro o intentar esquivar algún examen. Mientras no hagamos demasiado ruido, ella finge que no sabe que estamos aquí.

Por eso, cuando entro, ella apenas levanta la mirada del libro que está leyendo antes de girar más su silla para no poder verme por completo y seguir leyendo. Si el director sabe algo de esto, nunca le ha puesto voz.

Evito los pasillos que están mejor iluminados y aquellos que pueden verse a través de las ventanas. Lo que menos quiero es que un profesor me sorprenda, de nuevo, solo porque está andando por el pasillo y ha decidido mirar en esta dirección.

Aprendí mi lección el curso pasado.

Voy hacia el fondo y me escondo entre la sección de libros de química. Sin mucho que hacer, saco uno de los libros más gruesos que encuentro para ojear sus páginas. Nunca me ha gustado demasiado la asignatura de Química y la solté en cuanto pude, pero, ahora, paso la mirada entre imágenes de enlaces químicos como si tuvieran todo el sentido del mundo para mí.

Pierdo la cuenta del tiempo que pasa, pero aún no ha sonado el timbre cuando oigo pasos acercarse hacia este pasillo. Sea quien sea, llega en mal momento. Estoy estirándome sobre mis pies para intentar leer el título de un libro en los estantes más altos cuando pasa cerca y, en un torpe intento de mirar en esa dirección, el libro que estaba ojeando cae a mis pies.

La señora Pritchett va a echarme.

Me aseguro de que el libro de arriba no vaya a caerse antes de agacharme, pero, antes de poder recogerlo, otra persona lo hace por mí.

Esos vaqueros y la forma de agacharse le delatan antes de que levante la mirada. La manga, blanca, adorna una sudadera roja del equipo de rugby. Acuclillado frente a mí, James Zager me da una de sus sonrisas más cautas y suaves junto al libro de química.

—He oído lo que ha pasado en la cafetería —explica en bajo—. Estaba ayudando a arreglar los vestuarios a la hora del almuerzo, no he podido venir antes.

James se pone en pie primero, tirando de mi brazo para ayudarme a hacer lo mismo con el cuidado de siempre. Sobre él, la chaqueta del equipo me devuelve un claro vistazo de la inicial que pinté sobre su hombro una de tantas veces en las que nos quedamos charlando en las escaleras entre clases.

—¿A qué ha venido la pelea? —pregunta.

—Dalia ha empezado los rumores sobre mí, no me lo he tomado bien.

—No puedes ir peleándote con todas las personas que empiezan rumores sobre ti, no terminarías nunca. —Levanta una mano hacia mi mejilla y sus dedos rozan el punto cerca de mi pómulo donde he estado sosteniendo una bolsa de hielo hace unos minutos. Dalia golpea bien, y yo la he cabreado. Más suave, pregunta—: ¿Por qué no lo has hablado conmigo?

—Porque no era algo con lo que podrías haberme ayudado. No se trata de los rumores, sino de que los haya empezado una amiga mía. Era algo personal.

James no lo aprueba, pero tampoco pone en palabras la tontería que ha sido. En su lugar desvía su atención hacia el libro, lo cierra con cuidado y lo mete en el primer hueco que encuentra antes de apoyarse contra la estantería con aire desenfadado.

—Supongo que has oído los rumores —digo.

—Sí.

—Y quieres una explicación.

Las mentiras que nos atanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora