Capítulo 31 - Festividades

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Línea para decir hola 🩷

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Capítulo 31 | Festividades

Daphne Barlow

Llamo al timbre de la casa de Reece el 28 de diciembre.

Después de haber pasado días esperando esa repentina ausencia de la que me habló, todavía no ha llegado. Al menos si no cuento las largas horas sin contestar seguidas de cortas explicaciones sobre visitas a familiares, cosa que no hago.

Lo que sí ha estado, han sido sus llamadas noches alternas. Incluyendo la llamada de ayer para preguntarme qué tal estaban las cosas por mi casa. Le escribí esa tarde para contarle sobre el incidente de la alarma de incendios por culpa de un pollo al horno que terminó en desastre y fue lo primero de lo que me habló al llamar.

Reece se rió tanto cuando se lo conté que tuve que colgarle. Luego llegó su mensaje. Ese "Descansa, pequeño torbellino" que me tuvo sonriendo mientras lo releía, una y otra vez, como si las palabras fueran a desaparecer.

Esta mañana me ha escrito para invitarme a pasar la tarde en su casa y, ¿yo? Yo no podía esperar más para verle de nuevo. La realidad es que, cuanto más tiempo paso con él, más me acostumbro a su presencia y más noto su ausencia. Por eso, cuando vengo, lo hago diez minutos antes de la hora.

Me agacho en su porche para poder apoyar la bolsa que he traído mientras espero. Mis pies están congelados, igual que mis manos, y he olvidado los guantes en casa. En busca de calor, me acuclillo en el porche.

Es así como me encuentra Reece al abrir la puerta.

—¿Estás montando una merienda tú sola en mi porche en pleno diciembre? —pregunta.

Su camiseta, negra y de manga corta, no es suficiente para que el helado viento no haga mella en él, pero apenas cambia de postura para mostrar su disconformidad.

—Entra antes de que nos congelemos —dice.

—No lo sé, estoy cómoda aquí sentada.

—No puedes levantarte con todo lo que llevas, ¿no?

Su sonrisa ladeada está ahí, presionando sobre sus labios y amenazando con hacerse más grande. Pero lo sabe. Entre la bolsa, el grueso abrigo, la inmensa bufanda, el bolso y el paraguas, levantarme no es tan fácil como agacharme.

—Venga, te ayudo.

Me ofrece su mano y no dudo dos veces antes de tomarla. Lo que no espero es la fuerza con la que me pone en pie. Es un movimiento brusco que casi me hace pisarle los pies. Si se da cuenta, no dice nada, en su lugar desliza mi mano entre las suyas para darme algo de calor.

—La próxima vez escríbeme cuando estés cerca para ayudarte a traer las cosas desde el coche. Estás helada y apenas pareces ser capaz de moverte con todas las capas que llevas encima. —Alcanza mi otra mano y las junta bajo su agarre—. ¿Qué has hecho? ¿Envolverte en todo lo que tenías en el armario?

—Ojalá. Siento que me he dejado capas. No sé si lo has notado porque pareces vivir en otro mundo yendo en manga corta, pero hay literalmente menos dos grados aquí fuera.

—La calefacción de casa está puesta.

—Estás en el porche. En manga corta.

—Y tú tienes las manos heladas y estás con más capas de las que creía posibles. —Frota mis manos una última vez antes de dar un paso dentro de su casa y abrir más la puerta para mí—. ¿Piensas entrar o prefieres ver si realmente puedes congelarte bajo toda esa ropa?

Las mentiras que nos atanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora