Capítulo 49.1 - La vida que construimos (I)

11.5K 1K 737
                                    

Línea para decir hola 🩷

⋅༺༻⋅

49.1 | La vida que construimos (I)

Daphne Barlow

Reece no me deja ayudar a limpiar la cocina cuando llegamos. Se convierte en el reflejo de su hermana con la excusa de que soy la invitada y apenas puedo lavar uno de los platos antes de que él me saque de la cocina. "No vas a ensuciarte ese vestido", ha dicho.

Así que ahora es su ropa la que tengo puesta en vez de la mía. Después de una ducha rápida para quitar el frío, mi vestido ha quedado estirado en la silla de su escritorio, mi bisutería sobre su mesa, mis zapatos perdidos bajo su silla. Lo que me queda es una camiseta algo larga de Reece que ha dejado sobre su cama antes de volver a la cocina. Gris y con el olor de esa colonia que usa aún presente pese todo lo que ha ido apagándose. Es un eco de ese toque intenso y cítrico que usa.

Con los pantalones no he tenido tanta suerte. No dudo que sean los más pequeños que ha encontrado, pero se sienten ridículos con todas las vueltas que he tenido que darles a la cintura para que no se me caigan a cada paso. Hago todo lo posible por no tirar de la ropa en todas las direcciones en busca de acomodarla cuando vuelvo a la cocina.

—¿Puedo ayudar en algo? —pregunto.

—No, esto ya está.

Reece cierra y guarda dos tuppers en la nevera. Me da una mirada corta antes de esconder una sonrisa divertida apartando la mirada cuando se limpia las manos en los pantalones de pijama en los que se ha cambiado mientras me duchaba. Su segunda mirada es más larga al acercarse.

—¿Grande? —pregunta.

—Cómoda —corrijo.

Su ropa queda grande y no estoy acostumbrada a llevar ropa holgada. Incluso por casa, siempre me siento más cómoda cuando queda ajustada, así que el roce de la tela contra mi piel con cada movimiento se siente mal, pero es suya, y eso es agradable de forma diferente. Cambiaría cualquier prenda de mi armario por algo suyo, y me encanta mi armario.

Me acerco a él con la intención de ayudar al entender que va a preparar la cena para nosotros.

—Eres la invitada, yo cocino —insiste un par de veces antes de terminar resignándome. Así que me limito a curiosear. Me muevo a su alrededor mientras hablamos de cosas sin importancia.

Estoy sentada en la encimera mientras me cuenta sobre su último viaje a Australia para visitar a su tía Marsha, cuando suena su móvil. Lo ha puesto a cargar nada más hemos llegado por si había cualquier emergencia y ahora le da un vistazo rápido antes de ofrecérmelo.

—Es para ti —explica.

—Dime que no has cometido el error de darle tu número a mi hermano. —Pero es el nombre de su mejor amigo el que está en la pantalla—. ¿Estás seguro de que quieres que conteste yo?

—Conociéndole no se quedará feliz hasta que hable contigo, solo estoy adelantándome. Pero ponlo en altavoz, no confío en él para tener una conversación racional contigo.

No lo cuestiono. Reece parte dos bagels en la tabla de cortar y los coloca en dos platos mientras respondo la llamada de su amigo. Eso no evita que mi atención siga al chico rubio que se mueve por la cocina con una agilidad que definitivamente yo no tengo en la mía.

—Hola, Isaac.

—Joder, Romeo, pasas tanto tiempo con Juls que empiezas a sonar como ella —responde sin perder un segundo—. ¿Qué hay, pequeña Julieta? Manteniendo a nuestro chico ocupado, por lo que veo.

Las mentiras que nos atanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora