Reina por un día

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Esta historia nació en las reuniones

de miembros del canal de -Sweethazelnut-

y pronto se convirtió en algo más.

Es mi primer escrito con un narrador 

en segunda persona, siento que quedó decente.

Espero lo disfruten.

—Reina por un día—

Tu uniforme está listo, luce impecable, pero aún así te sientes sucio. El suelo y las paredes han sido embellecidas según tus órdenes: nada de basura, nada de musgo creciendo en los muros de roca, y ni una sola mancha rojiza se observa en el piso de piedra del patio de armas de la fortaleza. La gente de piel cobriza viste de blanco, y tus hombres, de cabello de oro o castaño, visten sus armaduras de batalla y capas escarlata; forman dos columnas, armando una escolta de honor.

Las trompetas suenan, tu corazón late con más fuerza, sientes que el broche de tu capa te asfixia, y que tu armadura te comprime con vehemencia, pero con justa razón. El rastrillo de la puerta se levanta, la reina ha llegado. 

El soldado de yelmo dorado, aquel que está al principio de la columna izquierda, grita una orden y el sonido del filo de las espadas al desenfundarse irrumpe en toda la fortaleza. Las armas forman un pasillo de armas, el acero resplandece en destellos de plata al ser besado por el sol.

La reina es una niña, sus ocho primaveras la han transformado en la viva imagen de lo que los antiguos druidas describieron como seres de luz y magia preciosa: las hadas.

Los ojos esmeralda de la reina te observan, brillantes, llenos de agradecimiento y felicidad al verte allí, de pie, esperándola en la plataforma de coronación. Debe ser real, ella es un hada, pues ciertamente su sonrisa tiene algo que sólo se puede calificar como mágico. Le devuelves la sonrisa con una reverencia, pronto sientes el tacto húmedo de tus lágrimas recorrer tu rostro, perdiéndose en el espesor de tu barba castaña.

«—¿Cuál...?» intentas recordar esa pregunta, pero si en el momento en el que la hiciste las palabras se negaron a ser pronunciadas, menos aún querrán ser recordadas.

«—... ¡Sí! así podría tener una cama enorme para poder saltar sin caerme; ¡un campo grande, grande! donde pueda estar feliz Campana, mi vaca, así se llama, aunque antes se llamaba Campanita, pero como ya creció pues ahora se llama Campana y... ¿por dónde iba?» 

Las palabras de la niña te son más fáciles de evocar, pero estas duelen tanto o más que aquellas que te niegas a articular. Recuerdas su sonrisa, su dulce y traviesa voz, y la calidez de sus abrazos al volver a verte. Ella es lo único bueno que tenía la guerra. Y ahora ella está allí, caminando hacia ti. Sonriente. 

El vestido blanco de la niña reina se mece grácilmente con la brisa; su cabello suelto caía como cascada sobre su espalda. Sus pies descalzos sienten las piedras rugosas de la fortaleza. Lentamente avanza, con la mirada en alto, atenta a ti, eres todo lo que ella conoce en ese lugar. 

«—¿Cuál es tú...?» aquellas palabras acuden a tu mente, pero ahora eres tú quien se abstiene a rememorar. Tu conciencia evoca reminiscencias, no entiendes si estas deberían hacerte sentir angustia, culpa... o ambas; leíste alguna vez que más daño se hace en nombre del amor que del odio. Tenía razón aquel libro. Ahora el precio del recuerdo invoca una corriente helada que recorre tu espalda, tan fría que congela el alma, creando icicles de culpa, que se rompen por la presión de tu pecho, y caen y desangran tu corazón herido.

Cuentos perdidos de Nestáf  DELUXE EDITIONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora