Capitulo 1

109 3 3
                                    

Era un día bastante triste. Había estado todo el día llorando, o bueno, por lo menos la mayoría, pero esque todavía no lo superaba.

La gente suele decir que las pérdidas se superan, se olvidan, yo diría que mejor se aprende a vivir con ello, que tan sólo te acostumbras a cargar con el peso, pero es tan duro...el saber que esa persona no volverá nunca, que no volverás a ver su sonrisa, escuchar el sonido de su voz o de su sonrisa, o tan solo acurrucarte entre sus brazos. Pero aún así tú no pierdes la esperanza de volverla a encontrar y eso es lo más duro, seguir teniendo la esperanza aún sabiendo que eso nunca pasará.

Es como si el mundo hubiera cambiado y ya no fuera igual, las flores ya no son coloridas ni huelen bien, ahora tienen un tono grisáceo, la comida ya no tiene sabor, no es ni dulce ni salada, sólo es insípida, al igual que todas las bebidas.

El mundo sigue igual que antes, la que ha cambiado e sido yo, soy yo el bicho raro, la pieza que no encaja, el mundo sigue su ritmo mientras que yo me quedo atrás, me gustaría tanto poder seguirles el ritmo, me gustaría tanto no ser una molestia ni un peso muerto.

  — ¿Porque estás tan pensativa? ¿En qué piensas? — Los ojos de Marco estaban fijos en mi, eran unos ojos tan grandes y bonitos.

— No, nada tranquilo, sólo pensaba en lo mucho que la echaba de menos — Tenía los ojos llorosos con ganas de llorar de nuevo, ya casi podía notar una pequeña lágrima a punto de derramarse por mi mejilla.

— Hey tranquila Peque, no llores, estoy aquí, ven — Abrió los brazos de par en par para que fuera hacia el.
Sus brazos me rodearon los hombros con delicadeza, puse mis brazos en su cadera y el apoyo su barbilla en mi pelo — No tienes porqué llorar, se que todo esté es duro para ti, eres una gran persona y fuerte, tu madre estaría orgullosa de ti, así que no llores, a ella no le gusta verte triste, así que enseña esa preciosa sonrisa que tú tienes — Dijo mientras que me daba pequeños besos.

Me sentía tan querida, tan valorada, tan...única cuando estaba con el, mis problemas no existian, desaparecían.

— Gracias por tratarme así, sabes...ojala poder detener el tiempo para que este momento dure para siempre, gracias por estar hay siempre para mí, no se como agradecertelo —Una pequeña y cristalina lágrima se deslizó por mi mejilla.

El no dijo nada, sólo seco mis lagrimas y apoyo mi cabeza en su pecho.

La playa estaba preciosa, el mar azul marino estaba calmado y la luz de la luna se reflejaba en las olas.

Me sentía en paz, feliz. Cerré los ojos para poder apreciar aquel momento tan mágico, el sonido de las olas sobre la arena, chocando contra las rocas, las gaviotas volando, los susurros de fondo de la gente, la respiración suave y constante de Marco y sus manos grandes sobre mi cintura.

Al cabo de un rato abrí los ojos, seguía en el mismo lugar, en la misma posición, todo estaba exactamente igual, parecía que no había pasado el tiempo, pero cuando mire el reloj me sorprendí, había pasado media hora y ya era tarde.
Levanté la cabeza con cuidado para no hacerle daño en la barbilla.

— ¿Estás mejor? — Sus manos acariciaron mi pelo y sus ojos me transmitían tranquilidad y a la vez preocupación, estaba preocupado por mi.

— Si gracias, todo está bien, pero se nos ha hecho tarde, hay que irnos que mañana hay cole — Por más que me doliera me separé de el, me agaché sobre la arena y empecé a coger las cosas que habíamos traído para meterlas en la mochila.

Los granos de arena cubrían mis pies descalzos, estaba fría debido a las bajas temperaturas de la noche.

Me puse la mochila sobre la espalda y comenzamos a andar hacia el paseo marítimo. Los pies descalzos pesaban como plomo sobre los granos de arena, andar sobre la arena era como andar por una montaña cuesta arriba.

A mitad camino estaban unas pequeñas duchas para quitarse la arena de los pies, apoyamos la mochila y las chanclas sobre el suelo de madera mojada y metimos los pies bajo el grifo, el agua fría se deslizaba desde mis gemelos hasta los pies.

Ya no quedaba ningún grano de arena sobre nuestros pies, nos pusimos las chanclas y cogimos las mochilas para continuar el camino.

El camino era todo recto, el suelo era de unas largas tablas de madera ásperas que con el roce de la arena y el agua sobre los pies hacía daño.

Nada más salir del camino buscamos un banco y nos sentamos en el, saque unas toallas para que nos secaramos bien los pies y nos pusiéramos las zapatillas sin mojarlas.

Durante todo ese tiempo no hablo, me pareció raro, pero no le iba a decir nada, a lo mejor sólo estaba cansado, porque la verdad había sido un fin de semana largo y cansado para el, hacia tan solo unas horas el había tenido una competición, así que no le moleste, seguí callada y él siguió callado.

Los minutos pasaron y ya estábamos a mitad de camino a casa, el todavía no había dicho nada, le cogí de la mano, entrelace mis dedos con los suyos, tenía la mano caliente. Me encantaba el roce de su piel con la mía, me hacía sentir viva.

La calle estaba en completo silencio, no se escuchaba absolutamente nada, ningún coche o niño jugando con su pelota. No había nadie, estaba desierta, lo cual me parecía raro, pero no le di mucha importancia, supuse que era por la hora, ya que era tarde y al día siguiente había cole.

A los minutos llegue a casa, subí corriendo las escaleras, abrí la puerta lo más rápido que pude y sin saludar a mi padre ni nada me deje caer en la cama, estaba exhausta.

Un secreto bajo el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora