Capítulo 01: El Encuentro con las Manobal

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El calor de la isla bonita, Iquitos, se adhería a la piel como una segunda capa. Jennie Kim se detuvo bajo la sombra de un almendro, mientras las gotas de sudor resbalaban por su cuello. El ejemplar gastado de Madame Bovary pesaba en su bolso, sus páginas probablemente onduladas por la humedad. Tres meses en la selva peruana y aún no se acostumbraba a este clima que parecía querer fundirte con el aire.En el parque central, los vendedores ambulantes pregonaban sus mercancías en una mezcla musical de español y dialectos locales. El aroma dulzón de los aguajes maduros se mezclaba con el del césped recién cortado, creando una fragancia que Jennie comenzaba a asociar con su nueva vida. Muy diferente a los aromas metálicos y artificiales de Lima, donde el humo de los vehículos teñía los amaneceres de gris.Buscó un banco libre, preferiblemente uno bajo la sombra. Sus ojos se detuvieron en un punto particular del parque, donde dos jóvenes compartían un helado de camu camu. No fue su belleza lo que capturó su atención —aunque era innegable—, sino el contraste entre ellas. La mayor tenía una presencia serena, casi zen; cada uno de sus movimientos parecía calculado, como si fuera consciente del espacio que ocupaba en el mundo. La menor, en cambio, era pura energía contenida; incluso sentada, su cuerpo vibraba con una vitalidad que resultaba contagiosa.Jennie se encontró caminando hacia ellas antes de poder pensarlo dos veces. Quizás fue la soledad acumulada de estos meses, o tal vez algo más profundo, más instintivo.—Disculpen —su voz sonó más tímida de lo que pretendía—. ¿Les importa si me siento aquí? Los otros bancos están al sol.La joven mayor levantó la vista, y Jennie sintió algo extraño en el estómago. Sus ojos tenían un brillo particular, como si guardaran un secreto divertido que estaba esperando el momento adecuado para compartir.—Por supuesto —respondió con una sonrisa que transformó por completo su rostro—. Soy Lisa, y este pequeño torbellino es mi hermana menor.—¡Pranpriya! —interrumpió la otra chica, irguiéndose con falsa indignación—. Aunque ella se empeña en llamarme Priya. Dice que mi nombre completo es demasiado formal para una salvaje como yo.La risa de Lisa fue suave, como el tintineo de campanas de viento. —¿Y tú eres...? —preguntó Priya, inclinándose hacia adelante con una curiosidad casi felina.—Jennie. Jennie Kim —respondió, acomodándose en el banco. El libro se deslizó de su bolso, cayendo al suelo con un ruido sordo.Lisa se agachó para recogerlo al mismo tiempo que Jennie, sus dedos rozándose por un instante sobre la gastada cubierta. Fue un contacto breve, apenas un segundo, pero Jennie sintió el calor subir por su brazo como una corriente eléctrica.—¿Flaubert? —Los ojos de Lisa brillaron con reconocimiento—. No esperaba encontrar a una lectora de clásicos franceses en Iquitos.—¿Conoces la obra? —Jennie no pudo ocultar su sorpresa.—Lisa conoce todos los libros aburridos —intervino Priya, rodando los ojos teatralmente—. Ya hasta parece profesora de literatura.—Literatura universal —corrigió Lisa, y había algo en la forma en que sus labios se curvaron que hizo que Jennie quisiera saber más, conocer cada detalle sobre ella.La conversación fluyó como el río Amazonas, profunda y natural. Lisa hablaba sobre sus libros favoritos, sobre cómo intentaba que sus estudiantes vieran más allá de las palabras en la página. Priya interrumpía ocasionalmente con comentarios mordaces, pero había afecto en sus burlas, una complicidad que solo los hermanos pueden desarrollar.El sol comenzó a descender, pintando el cielo de naranja y rosa. Las luces del parque se encendieron una a una, como luciérnagas mecánicas. Jennie no podía recordar la última vez que había hablado tanto con alguien. Les contó sobre Lima, sobre lo que pensaba estudiar traductora de idiomas, sobre cómo había elegido Iquitos al azar en un mapa, buscando algo que ni siquiera ella podía nombrar.—A veces necesitamos perdernos para encontrarnos —dijo Lisa en voz baja, y por un momento, sus ojos se encontraron. Había una intensidad en su mirada que hizo que Jennie olvidara respirar por un segundo.—O tal vez —intervino Priya, con una sonrisa traviesa— solo necesitamos encontrar a las personas correctas.Cuando finalmente se despidieron, intercambiaron promesas de volver a verse. Mientras Jennie caminaba hacia su pequeña casa alquilada, sentía una ligereza en el pecho que no había experimentado en meses. El aire nocturno estaba cargado de posibilidades, y por primera vez desde que llegó a Iquitos, la ciudad no se sentía como un lugar extraño.Las semanas siguientes se desarrollaron como un sueño febril, teñido por el calor tropical y la creciente intimidad. Las hermanas Manobal se convirtieron en una constante en su vida. Priya la arrastraba a aventuras impulsivas: mercados nocturnos donde el aire olía a especias y frutas maduras, paseos en bote por el río mientras el sol se ponía, convirtiendo el agua en oro líquido.Lisa, en cambio, representaba los momentos quietos. Tardes compartiendo libros y teorías, discutiendo sobre literatura mientras la lluvia golpeaba las ventanas. Había algo hipnótico en la forma en que Lisa hablaba sobre los libros que amaba, como si cada palabra fuera una revelación que necesitaba ser saboreada.Fue durante una de esas tardes cuando algo cambió. Estaban en la pequeña biblioteca personal de Lisa, rodeadas de libros y el aroma del café recién hecho. Lisa leía en voz alta un pasaje de "Cien años de soledad", y Jennie se encontró más fascinada por el movimiento de sus labios que por las palabras que pronunciaban.—¿Me estás escuchando? —preguntó Lisa, con una sonrisa que sugería que ya conocía la respuesta.—Lo siento, yo... —Jennie se interrumpió, consciente de que cualquier excusa sonaría falsa.El silencio que siguió fue denso, cargado de algo que ninguna de las dos se atrevía a nombrar. Lisa cerró el libro lentamente, sus dedos acariciando el lomo de una manera que hizo que el corazón de Jennie saltara.—A veces —dijo Lisa, su voz apenas un susurro—, las mejores historias son las que no están escritas en ningún libro.Se miraron, y en ese momento, todo pareció detenerse. El tiempo se condensó en el espacio entre sus respiraciones, en la distancia cada vez menor entre sus cuerpos. Cuando sus labios finalmente se encontraron, fue como si algo dentro de Jennie hiciera clic, como si una pieza que no sabía que faltaba hubiera encontrado su lugar.El beso fue suave, tentativo al principio, pero con una urgencia subyacente que amenazaba con consumirlas. Las manos de Lisa encontraron el camino hacia el cabello de Jennie, y el mundo exterior se desvaneció completamente.Fue el sonido de la puerta principal lo que las separó. Priya había llegado, su voz resonando en el pasillo como un recordatorio del mundo real. Jennie se alejó, sus mejillas ardiendo, el corazón latiendo tan fuerte que temía que Priya pudiera oírlo desde el otro lado de la puerta.—Jennie... —comenzó Lisa, pero la puerta se abrió antes de que pudiera terminar.—¡¿Están encerradas aquí otra vez?! —Priya entró como un torbellino de energía—. Hace un día precioso afuera, deberían...Se detuvo, sus ojos agudos captando algo en la atmósfera de la habitación. Por un momento, su sonrisa vaciló, tan brevemente que Jennie pensó que lo había imaginado. Pero había algo en la forma en que Priya las miraba ahora, una intensidad nueva que hizo que Jennie se estremeciera.—Interrumpo algo, ¿verdad? —preguntó Priya, y había un filo en su voz que Jennie nunca había escuchado antes.—Solo estábamos leyendo —respondió Lisa, pero el libro en su regazo estaba cerrado, y sus labios aún brillaban por el beso.Priya las miró a ambas por un largo momento, y Jennie sintió como si estuviera siendo evaluada, medida contra algún estándar invisible. Finalmente, sonrió, pero era una sonrisa diferente a las habituales, más contenida, más... peligrosa.—Claro, leyendo —dijo, dejándose caer en un sillón cercano—. ¿Les importa si me uno? Siempre es bueno mejorar el intelecto, ¿no crees, Jennie?La forma en que pronunció su nombre hizo que algo se removiera en el estómago de Jennie. No era la primera vez que notaba una corriente subterránea en las interacciones con Priya, pero ahora parecía más presente, más tangible.El resto de la tarde transcurrió en una extraña danza de miradas y palabras con doble sentido. Lisa leía, su voz ocasionalmente temblando cuando encontraba los ojos de Jennie. Priya escuchaba, inusualmente quieta, sus ojos oscuros moviéndose entre su hermana y Jennie como si estuviera resolviendo un puzzle particularmente intrigante.Cuando Jennie finalmente se fue esa noche, sentía como si hubiera cruzado un punto sin retorno. El beso con Lisa había sido perfecto, todo lo que había soñado y más, pero la mirada de Priya, la intensidad de su presencia, había despertado algo más, algo que no se atrevía a examinar demasiado de cerca.Mientras caminaba por las calles nocturnas de Iquitos, el aire húmedo pegándose a su piel, Jennie se dio cuenta de que estaba en problemas. Porque mientras su corazón latía por Lisa, había una parte de ella, una parte que intentaba ignorar, que se estremecía bajo la mirada de Priya.El destino, pensó con una risa amarga, tenía un sentido del humor retorcido. Había venido a Iquitos buscando un nuevo comienzo, y ahora se encontraba atrapada en un triángulo que amenazaba con destruirlo todo.

Al principio, Jennie no tenía dudas sobre sus sentimientos por Lisa. Cada instante juntas era perfecto: las risas compartidas, los silencios cómodos, esa conexión única que hacía que todo lo demás pareciera insignificante. Era el tipo de amor que otros envidiaban, uno que parecía inquebrantable. Sin embargo, como suele suceder con las cosas aparentemente perfectas, las primeras grietas comenzaron a aparecer de forma sutil, casi imperceptible.

El catalizador de todo fue Pranpriya, era el polo opuesto de su hermana: impetuosa, magnética, con una energía que atraía todas las miradas. Durante meses, Jennie había mantenido una relación cordial con ella, admirándola desde lejos con una mezcla de respeto y curiosidad contenida. Pero fue una tarde de verano cuando todo cambió irremediablemente.

Aquel día en la piscina, mientras Lisa atendía una llamada de trabajo, Jennie se encontró a solas con Priya por primera vez. El aire parecía más denso bajo el sol de la tarde, y aunque intercambiaron pocas palabras, Jennie era dolorosamente consciente de cada movimiento de su cuñada. Cuando Priya se incorporó de su tumbona, su mano rozó accidentalmente el brazo de Jennie, provocándole un escalofrío que reverberó en todo su cuerpo. Un momento fugaz que, sin embargo, alteraría todo su mundo.

A partir de entonces, Jennie comenzó a ver a Priya con otros ojos. Los gestos que antes parecían casuales adquirieron nuevos significados: las sonrisas cómplices, la manera en que Priya se acercaba cuando Lisa no estaba presente, las miradas que se demoraban más de lo necesario. No era solo que Priya la observara; la estudiaba con una intensidad que hacía que el amor seguro y tranquilo de Lisa pareciera de repente insuficiente.

La confusión se instaló en el corazón de Jennie. Cuando Lisa la besaba con dulzura o entrelazaba sus dedos con los suyos, su mente traicionera volaba hacia Priya. No era un deseo de reemplazo, sino algo más complejo: Priya despertaba en ella una faceta que desconocía, una versión más audaz y apasionada que contrastaba con la estabilidad que Lisa le ofrecía.

Los encuentros con Priya se multiplicaron, producto de las largas jornadas laborales de Lisa. Cada vez que se quedaban a solas, el aire se cargaba de una electricidad casi palpable. Priya nunca cruzaba líneas explícitas, pero sus palabras siempre llevaban un subtexto que Jennie no podía ignorar.

"No me mires así, Jennie," le dijo una vez Priya, con una sonrisa enigmática. Era una frase aparentemente inocente, pero ambas sabían que había mucho más detrás de esas palabras. Jennie había comenzado a ansiar esos momentos a solas, aunque después la culpa la consumiera.

Las noches se volvieron un tormento para Jennie. En la oscuridad, su mente la traicionaba con pensamientos sobre Priya: su risa grave, el movimiento de sus manos al hablar, el aroma de su perfume. Se odiaba por ello, pero no podía evitarlo. ¿Cómo era posible amar profundamente a alguien y sentirse tan irremediablemente atraída por otra persona?

Su relación con Lisa comenzó a resentirse. No por falta de amor, sino por el peso de los secretos que Jennie guardaba. Había algo en Priya que la atraía con la fuerza de un imán, pero que también la aterrorizaba. La idea de traicionar a Lisa era insoportable, pero la atracción hacia Priya se había vuelto igual de insostenible.

El momento decisivo llegó una noche, después de una cena familiar. Lisa había subido a hacer una llamada, dejando a Jennie y Priya solas en la terraza. El silencio entre ellas pesaba como plomo, cargado de todas las palabras no dichas.

—Jennie, mírame —susurró Priya, su voz suave pero firme. Cuando Jennie alzó la vista, supo que había llegado a un punto sin retorno.

La tensión entre ellas era casi tangible. Priya permaneció inmóvil, pero su mirada lo decía todo: entendía perfectamente lo que pasaba por la mente de Jennie, y quizás sentía lo mismo. Jennie quiso huir, pero algo más fuerte la mantenía anclada a ese momento.

—Sé lo que sientes —murmuró Priya, rompiendo el silencio—. No necesitas decirlo.

En ese instante, Jennie comprendió que ya no podía seguir negando la realidad. Los sentimientos que había intentado reprimir durante semanas eran reales y devastadores. Se enfrentaba a una elección imposible: Lisa, su puerto seguro, o Priya, la tormenta que amenazaba con arrastrarlo todo. No era una decisión que quisiera tomar, pero era una que ya no podía postergar.

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