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“Las lágrimas son las luchas estivales para el alma”

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1993

La habitación estaba impregnada de un aroma a desinfectante y flores marchitas. Las paredes, pintadas en un tono pálido de azul, parecían cerrarse sobre ello. Eva sostenía a Rigel en sus brazos, su cuerpo aún frágil se mantenía, pero los presentes en la habitación sabían que no podían pedir más si Rigel había despertado hace unas horas. Las luces fluorescentes parpadeaban intermitentemente, creando sombras danzantes en las esquinas, pero aún con los pocos rayos de sol que atravesaban los huecos que las cortinas en las ventanas dejaban.

Regulus permanecía junto a ella, sus ojos llenos de alivio. Su cabello estaba despeinado, y las ojeras alrededor de sus ojos hablaban de las noches en vela que habían pasado.

Los demás también estaban allí: Harry, Luna, Dione, quién apenas había regresado con su padre y Theodore, tenía una expresión de profundo alivio, como si hubiera estado sosteniendo la respiración durante días; y Theodore, que apenas había pronunciado palabra pero solo con sus ojos sabías el alivio que sentía.

Con una mirada significativa, Eva hizo un gesto a Regulus.

—Por favor, llévalos afuera. —susurró. —Diles que Rigel necesita descansar. Que más tarde podrán verlo. —Regulus asintió y, con una sonrisa comprensiva, condujo a los demás fuera de la habitación, no sin antes dejar un beso en la frente de su hijo y un ligero apretón en su mano, cerrando la puerta tras ellos.

Ahora, solo quedaban Eva y Rigel. Ella estaba sentada en el espacio que quedaba en la cama, acunando a su hijo en sus brazos. Las lágrimas llenaron sus ojos mientras lo miraba.

—¿Hice algo mal?—preguntó en voz baja. —¿No fui una buena madre? ¿Quién te hizo daño para que fueras capaz de... de hacer algo así y querer dejarnos?

Rigel la miró con ojos grandes y serenos. Sus dedos se cerraron alrededor del borde de la manta.

—No, mamá—susurró Rigel. —No hiciste nada mal.

—Lo siento cariño...—dijo Eva en voz baja. Su voz sonaba llorosa y Rigel pudo ver las lágrimas retenidas rodar por su mejilla, levantando su mano para acercarla al rostro de su madre. —Debería haberte protegido mejor.

—No es tu culpa, mamá. —dijo Rigel suavemente.

—Debería haber sabido que algo estaba pasando. Yo...yo lo sospechaba pero no quería creerlo y, no pensé...

Rigel miro a la castaña frente a el,y le apretó la mano interrumpiendo cuando noto que su voz se rompía aún más, Eva le devolvió el apretón y la sujetó como si fuera un salvavidas.

—Estare aquí solo unos días, sólo temporal.

—¡Ése no es el punto, Rigel!—gritó Eva en un susurró, carraspeando y tragando saliva con dificultad. Se dio cuenta de su error y se disculpó antes de seguir—Cuando Harry nos llamo a la habitación fue como si todo se moviera en cámara lenta. Sentí que no podía correr hacia ti lo suficientemente rápido. Verte sufrir, verte llorar, me duele, me hace llorar también. Te conocí cuando fuiste un bebé en brazos, me enamoré de ti, sentía que debía protegerte de todo y después te adoptamos, Harry, Luna y tú me enseñaron como ser madre. Me dieron la oportunidad de ser mejor madre de lo que la mía lo fue. Regulus, tus hermanos y tú son completamente mi vida. No sé qué haría sin ustedes. Sin ti.

Rigel sonrió entre lágrimas, llevó sus manos entrelazadas a su pecho y colocó su mano sobre su corazón.

—Sigo aquí mamá. —dijo mientras la miraba a los ojos. Ella lo miró por un momento antes de asentir con la cabeza y aceptar sus palabras. Sollozó y dejó que las lágrimas fluyeran por su rostro.

Eva se inclinó y besó su frente.

—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no compartiste tu dolor conmigo?

Rigel sonrió débilmente.

—Porque quería protegerte. No quería que sufrieras por mi culpa. Pero ahora sé que no puedo enfrentar esto solo. No pude hacerlo.

—Estaremos juntos, Rigel. Siempre. Cariño...—Rigel cerró los ojos.

—Mamá, hay cosas que aún no puedo compartir. Pero prometo que te lo diré todo cuando esté listo.

—Rigel...

—Mamá, por favor. —Eva acarició su cabello.

—Te amo, Rigel. Siempre. Y no importa lo que hayas hecho, o lo que sucedió, siempre serás mi hijo.













[ • • • ]














Dione cruzó el umbral de la habitación, sus pasos haciendo eco. Recordaba el mismo escenario pero diferente ambiente desde que había pisado San Mungo. El aire había estado cargado de desesperación, como si las paredes mismas lloraran en silencio. Rigel yacía allí, su rostro pálido y vulnerable, los hilos de su vida sostenidos por máquinas y cables. Pero en ese momento, Rigel solo estaba dormido, recuperando su color normal. Eva había dejado a Dione en la habitación, después de que Regulus entrara junto a los chicos, y ahora ella estaba sola con él.

Las lágrimas brotaron de los ojos de Dione, un torrente incontenible que había estado reprimiendo durante días. ¿Cómo había llegado a esto? ¿Cómo no había visto la fragilidad de Rigel antes? Se culpó a sí misma por no haberlo notado, por no haberle dicho antes a sus padres lo que sospechaba del comportamiento de Rigel. Pero ahora, no había momento para el arrepentimiento. Solo quedaba el presente, la oportunidad de estar junto a él.

Se acercó a la cama y se sentó en el borde, su mano temblando mientras acariciaba la frente de Rigel. Su piel estaba fría, seguía habiendo un deje cálido, pero su corazón latía con fuerza. Dione cerró los ojos y se dejó llevar por la marea de emociones que la inundaba.

—Rigel...—susurró, su voz apenas audible. —¿Por qué no nos lo dijiste? ¿Por qué preferiste guardartelo?—las palabras salieron como un suspiro.

Rigel no respondió, pero Dione sintió su respiración, regular y constante. Recordó las veces que habían discutido, siempre pequeñas disputas, nunca llegaban a más, y al segundo siguiente ya estaban bien. Él siempre había sido el soñador, el que creía en el amor verdadero y las historias épicas. Ella, en cambio, se había protegido detrás de su sarcasmo y su cinismo. Pero ahora, todo eso parecía tan trivial.

—Jamás lo dije...—continuó Dione. —Nunca te dije lo que siento. Pero aquí estoy, junto a ti, y no puedo evitarlo más. Eres mi debilidad, mi razón para sonreír incluso en los momentos más oscuros. Me enojo contigo porque me importas, porque no puedo soportar verte sufrir.

Las lágrimas seguían fluyendo, pero Dione no se detuvo. Habló de sus recuerdos juntos desde primer año, desde el primer instante que se conocieron. Recordó cómo Rigel la había desafiado a ver más allá de su fachada sarcástica, cómo había encontrado belleza en su corazón herido. Algo que ni siquiera su padre se había atrevido a hacer, el podría estar ahí, pero sus regalos nunca compensaban la falta de amor de su padre.

—No sé si me escuchas, pero necesito que sepas que te quiero. No como un juego, no como una distracción. Te quiero con cada fibra de mi ser, con cada latido de mi corazón. —sus dedos se entrelazaron con los de él, y sintió su calor, su vida.

Dione se inclinó y besó su frente, dejando un rastro de esperanza en su piel.

—Prometo estar aquí. —susurró. —No importa lo que pase, no importa cuánto tiempo nos quede. Estaré a tu lado, Rigel. Porque te quiero.

𝐋𝐈𝐓𝐓𝐋𝐄; Regulus BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora