Tú, enemiga mía, no te alegres de mí, porque aunque caí, me levantaré; aunque more en tinieblas, Jehová será mi luz.
—Miqueas 7:8
Elda.
— Elda, de prisa. Arriba— la voz de Victoria suena lejana, al igual que el sonido de las trompetas resonando desde el patio...
Espera.
¿Trompetas?
— ¡Elda!
— ¡Ya voy!— prácticamente salgo de la cama trastabillando. El corazón me late afligido al ver a Victoria ya casi lista. ¡No puedo creer que no haya sentido al primer trompetazo! Busco mi uniforme y me lo pongo en tiempo récord. Cuando es el turno de ponerme las botas, solo hayo una—. Mendigo zapato, ¿dónde estás?
Escucho a mi compañera suspirar desde su lugar.
— ¿Vez lo que pasa por no dormir a la hora estipulada?
El escozor no tarda en invadir mis mejillas, por lo que agradezco la poca iluminación en la habitación. Encuentro mi bota de combate justo debajo de la mesita de noche y me la pongo dando unos cuantos golpes contra el piso, para que entre más rápido.
— Lo dices como si tuviera control sobre eso. El sueño parece huir en cuanto pongo la cabeza en la almohada— me defiendo, pero ella no parece muy convencida.
Ni tú te lo crees, Elda. Estoy más que segura de que ese ha sido su pensamiento.
— Está bien, señorita niego-lo-que-siento— dice a cambio, lanzandome mi chaqueta—. Fingiré que te creo solo porque ya no hay tiempo. Ahora, métele turbo a tus lindos pies que Ariel detesta los retrasos.
— Ya voy, ya voy— me seguro de que no esté olvidando nada y entonces, ambas salimos de la habitación a pasos urgidos.
Avanzamos por el largo pasillo alfombrado, junto con los demás soldados que salen de sus habitaciones.
— al menos no somos las únicas— le susurro, a lo que ella niega.
— Estamos yendo más tarde de lo habitual. Ariel no lo va a pasar desapercibido, te lo aseguro. Al menos, no conmigo.
Lo sé. Victoria forma parte de los líderes.
Las trompetas vuelven a sonar y eso es suficiente para que todos apresuremos el paso. Para cuando llegamos al patio trasero de la Fortaleza, estoy muerta de calor.
— Vaya, vaya, vaya— Chad tiene una sonrisa ladina en el rostro cuando nos ve llegar. Con su dedo se golpea el dorso de la mano izquierda—. Quince minutos tarde, señoritas.
Vic rueda los ojos a mi lado.
— Técnicamente no hemos llegado tarde— respondo—. Las filas ni siquiera están hechas.
— ¡Guerreros!— habla uno de los ángeles con las trompetas.
— ¡Todos en formación!— Atisbo a Ariel al otro extremo del patio, formando al batallón. A su lado, están los demás líderes ordenando a sus tropas. Victoria y yo avanzamos hacia la nuestra. Los ojos del pelinegro se centran en mi compañera en cuanto nos ve llegar—. Llegas tarde.
— Lo siento, no volverá a ocurrir.
Ella se posiciona al lado de él y acepta la tabla donde están todos los nombre de los soldados de la tropa. Una vez todas las filas están hechas, el silencio lo envuelve todo. Solamente la voz de los que pasan lista resuena en el amplio lugar abierto.
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