PRÓLOGO 🗡️

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Salmo 94:17
Si el Señor no me hubiera ayudado, pronto me habría quedado en el silencio de la tumba.


El imperio del pecado.


Viví bajo ese dominio durante mucho tiempo, pero cuando estás bajo la niebla con la cual el enemigo mantiene dormido al mundo, no lo sabes. Y si algo he aprendido en el Señor, es que Luzbel es un maestro del engaño. Nos presenta el pecado como algo atractivo a la carne, satisfactorio y placentero, pero detrás de la cortina hay un espectro que se regocija y burla de nosotros cuando caemos en la tentación. Oh, la tentación. Intenté resistirme a ella en varias ocasiones, cuando supe que ese no era el estilo de vida que quería para mí, pero fue imposible. Yo era una esclava y ella era mi dueña. Por más que luchara contra eso el final siempre sería el mismo. Consumado.

Había caído en una clase de círculo vicioso: pecaba, sentía culpa, prometía no volver a hacerlo, pasaba el tiempo y entonces ella regresaba y yo volvía a caer. Poco a poco, me fui desgastando por dentro, me sentía débil y enferma. Pero entonces, Él apareció.

Mi espíritu marchito y sediento por fin había encontrado el oasis. El humo se disipó; la cortina se abrió y la verdad me hizo libre... Jesús

Aceptar a Cristo en mi corazón me dió la paz que estuve buscando por mucho tiempo. La luz volvió a brillar en mi interior y el gozo de su amor me restauró. Pero olvidé un detalle importante: mis batallas aún no habían terminado. Sino al contrario, fueron aumentando; porque cuando aceptas a Jesucristo en tu vida, el diablo va detrás de ti. Eres un alma que el infierno pierde y eso lo enfurece.

Y entonces, vienen los ataques.

La atmósfera cambió radicalmente, mi cuerpo era más sensible ante la llegada de ese espíritu inmundo que me acechaba para hacerme caer a lo vil. La diferencia era que ya no peleaba yo, sino el Espíritu que moraba en mí. Mi vida había dado un giro drástico, mis gustos cambiaron desde la música hasta mi forma de pensar. Me sentía más viva, más amada, más completa. Más fuerte.  Dios fue ese rayo de esperanza que alcanzó a esta pobre criatura pecadora y cansada. Pero justo ahí, cuando todo parece estar en calma, el enemigo suelta sus golpes sorpresa.

Y esa noche ocurrió.

Todos los otros ataques habían sido por medio de sueños o pensamientos, pero esa noche fue distinto. Yo flaquee. Había pasado toda la tarde en la playa con mis amigos y el viaje de regreso había sido largo y cansado. Para cuando llegué a casa, mis párpados amenazaban con cerrarse a causa del sueño pesado, por lo que solamente dejé caer mi bolso al suelo y me lancé contra el colchón mullido. Olvidé orar. Y si soy sincera, no le había dado la importancia merecida a la oración como la se la doy ahora, luego de esa noche. Quedé desprotegida, justo en la posición perfecta para que el mal arremetiera contra mí.

Y lo hizo. ¡Vaya que sí! Y de forma literal.

Seguía dormida pero aún así pude percibir la debilidad repentina que aplastó mi cuerpo de un momento a otro. Seguido de eso, fui invadida por un hormigueo intenso. Y entonces, lo sentí. El aire se me cortó de manera abrupta al tiempo que un par de manos esqueléticas apretaban mi cuello sin compasión. El recuerdo aún provoca un leve escalofrío en mi espina dorsal.

No tenía rostro, pero si un par de ojos rojos con odio inyectado en esas pupilas dilatadas.

Sus palabras permanecen en mi mente como una cancioncita tétrica: «¡Tú nos perteneces!» en ese momento creí morir a manos de esa criatura horripilante. Pero aún en medio del pánico, logré suplicar por ayuda.

Llamé a Jesús.

Y su respuesta no tardó en llegar.

Un destello de luz inundó mi habitación acompañado de un estruendo. Miguel apareció en todo su esplendor llamando la atención de la sombra, y pude liberarme. La pelea fue semejante a como si estuviera viendo una escena de ciencia ficción a unos pasos de mí.

Luz y oscuridad luchaban frente a mis ojos. Sopesar eso casi me voló la cabeza. Al final, la sombra fue derrotada por el ángel, quien se retorcía bajo su pie. Los ojos de la criatura me perforaron cuando lograron encontrarme.

— No te librarás— siseó con los dientes apretados.

Miguel presionó su pie contra él.

— Largo de aquí, espectro. Ve y vuelve al lugar de donde saliste— le ordenó.

Y en un parpadeo, la sombra desapareció.

— ¿... Qué fue eso?— logré decir, luego de varios segundos.

La luz que envolvía al ángel se apagó significativamente y fue entonces que pude apreciarlo mejor. Estaba enfundado en una armadura plateada con dos alas enormes que caían desde sus hombros hasta el talón de sus pies, semejante a una capa blanca de lino. No me pasó por alto la espada enfundada en su cintura. Era alto y su rostro, hermoso. Tenía apariencia de hombre, pero a simple vista podría saberse que no era humano. La pureza sobresalía en todo su ser. Un ser puro, incorruptible.

Un celestial.

¡Y estaba a unos cuantos pasos de mí! Yo, Elda Cooper, estaba viendo a un ángel.

Y me pregunté si todo eso era real o solamente un sueño, uno bastante raro del cual no dudaría en contarle a Josh al siguiente día. Pero entonces, él habló y supe que todo era tan real como el miedo que me carcomía.

— ¿Eso? Fue lo que pasa cuando le das vía libre al enemigo— respondió—. Un ataque.

— ¿Era un demonio?— quise saber, aunque tuve miedo de la respuesta.

— No. Un espíritu inmundo más bien, pero sigue siendo igual de maligno.

Llevé mi mano al cuello.

— Él quería matarme.

— Aún quieren— me corrigió—. Y vendrán más como él.

— ¿Qué?— el pánico pronto se abrió camino en mi sistema. Los espíritus se habían mostrado frente a mis ojos tal cual eran y  no creía soportar otra experiencia como esa.

— Tranquila, deja el temor— me aconsejó con voz apacible—. No estás sola. Dios pelea tus batallas.

— Y eso es un consuelo.

— Lo es. Pero aún así, debes venir conmigo.

— ¿Disculpa?

— Como dije, vendrán más y no debes estar aquí para cuando eso pase. Dejaste una vía de acceso para el enemigo esta noche y él lo va a aprovechar a toda costa. Debes venir conmigo ahora.

— Pero... ¿Cómo? Mis padres están aquí, ellos corren peligro.

— Tus padres están a salvo. Vienen por ti, no por ellos— extendió su mano—. Es hora de irnos, Elda. No hay tiempo que perder.

Vió la duda en mi rostro, por lo que agregó:

— El Señor te ha llamado, Elda. Irás conmigo a un lugar donde aprenderás a formarte para lo que fuiste creada: una guerrera de Jehová.

En ese momento no presté demasiada atención a sus palabras. ¿Por falta de conocimiento o por el aturdimiento? No lo sé, puede que un poco de ambos. El punto es que, desde esa noche ya nada volvió a ser igual. El telón se abrió frente a mis ojos y me permitió ver la realidad de la cual estuve privada por tanto tiempo. O más bien, la cual no había desmenuzado a fondo. Pero ya no era más así. El ángel me llevó en el espíritu esa noche a un lugar totalmente descomunal e inefable.

Lugar donde los elegidos son entrenados por ángeles para convertirse en guerreros del Santo y así combatir las huestes infernales con la ayuda de Su Espíritu:

La Fortaleza Blanca.

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