C A P Í T U L O 2🗡️

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Está el reino de las tinieblas y el reino de la luz. Son dos reinos peleando por tu alma, pero no se pelea con cualquier arma.
—Onell Díaz.

Elda.

Tanteo la espada de madera en mi mano y hago unos cuantos movimientos para entrar en calor. Me pregunto si cada una tiene un peso diferente o es solo producto de mis nervios el que me cueste manejarla ahora. Lo bueno del asunto es que estoy sola, Ariel aún no regresa del compartimento de armas y lo agradezco.

Es más fácil concentrarme cuando él no está mirando.

Hago todo lo que he aprendido con Chad. Visualizo a mi oponente y repito los golpes que aún me cuestan más. No me detengo ni aún cuando mis brazos empiezan a tensarse por el ejercicio. En el campo de batalla no hay tregua para tomar un respiro y es mejor que esté preparada para eso. Poco a poco, el calor del ejercicio trae de vuelta los recuerdos de mi vida antes de la Fortaleza. Todo se repite en mi cabeza como una película: mis tiempos fuera de Cristo. El día que lo acepté en mi corazón. Las luchas contra la tentación. Las pesadillas. El ataque de esa sombra y Miguel descendiendo envuelto en un resplandor.

Clama a mí y yo te responderé—citó el ángel—. Tú hiciste eso esta noche y él Señor te ha respondido. Estás viendo cosas grandes y ocultas que tú antes no conocías. Ahora levántate, porque esta guerra apenas comienza.

Cíñete con la armadura de Dios...

Golpe al aire con la espada.

Toma el escudo de la fe...

Otro golpe.

Y vence en el campo de batalla.

Suelto la última estocada con fuerza, moviendo todo mi cuerpo y la espada de Ariel recibe el golpe de la mía. Su repentina presencia me toma por sorpresa, pero aún así permanecemos en la misma posición, mientras mi pecho sube y baja con irregularidad. Es impresionante que esté en el espíritu, pero aún así sigo experimentando el cansancio y la fatiga.

Al final, retrocedo.

— ¿Hace cuánto estás aquí?

— No mucho— responde y baja su espada—, solo lo suficiente para saber que estás avanzando muy bien. Eso me agrada.

— Gracias.

— Chad dijo que eras buena con la espada, pero no creí que tanto.

Pestañeo, esperanzada.

— ¿En serio?

— Por supuesto.

— Bien, entonces empecemos—aparto los mechones de mi rostro y opto una postura erguida, sintiendo la emoción correr por mis venas—. Ya estoy lista para el entrenamiento.

La sonrisa de Ariel se ensancha con aprobación.

—Muy bien— lo veo maniobrar la espada con una perfección que me tensa un poco. Es cierto que he mejorado, pero Ariel sigue teniendo demasiada ventaja contra mí.

Él parece notar mi titubeo, porque dice:

—Solo es un entrenamiento, Elda. Estoy aquí para ayudarte a mejorar, no para destacar.

— Está bien— me relajo.

Él da un paso atrás.

—Bien, ataca.

Eso hago.

                                  🗡️

Miguel.

Observo el combate del joven dueto en la colina. Ambos se desempeñan bien; especialmente Elda. Observo a detalle cada uno de sus movimientos, hay seguridad y convicción en ellos. Eso me agrada.

He visto su avance muy de cerca. Ya no es el corderito lleno de dudas y pensamientos negativos sobre ella misma, que llegó a la Fortaleza aquella noche, no. Ahora, poco a poco se ha ido convirtiendo en quien verdaderamente es. Sé que aún le resta un largo camino, pero también es evidente que ha ido derribando una por una sus fortalezas.

— Ellos son bastante compatibles— al igual que yo, Uriel los observa con atención—. Ahora todo tiene sentido.

— ¿El qué?

— El que el muchacho siguiera aquí luego de su victoria en la batalla de la prueba. El Señor lo permitió porque ella llegaría después— hace una pausa, y luego sonríe—. Es increíble como no lo supuse antes.

— Esa es la belleza en los propósitos de Dios— respondo—. Al principio nada parece tener sentido, pero al final todo termina encajando en el rompecabezas de Sus planes.

— Todo lo que Él hace es extraordinario. Como con ellos— miro a las tropas entrenando en el campo abierto—. Es gratificante ver a tantos jóvenes esforzándose por nuestro Dios.

Sonrío.

— En medio de una generación corrompida,  el Señor levanta su ejército de luz.

— ¿Le confieso algo?— suspira—. Tiempo atrás me intrigaba este amor que nuestro Dios posee por los humanos. Los creó con demasiada dedicación, les dió dónde habitar
e incluso les dió el regalo de vivir en armonía con la creación para siempre; pero ellos no dudaron en darle la espalda y simpatizar con las tinieblas. Y aún así, el Señor se sacrificó para que ellos pudieran volver.

— La culpa no es solamente de ellos, Uriel. Luzbel fue el más glorioso de nosotros, no lo olvides. Dicha gloria se corrompió pero no perdió influencia. Recuerda que incluso nuestros hermanos cayeron bajo su engaño.

— Ahora lo sé — acepta—. El pecado era más fuerte que ellos.

— El hombre no podía vencerlo por sí solo, es por eso que Jesús intervino.

— He logrado alcanzar esa comprensión para mi tranquilidad. Tenemos un Dios que ama de manera incomprensible e inagotable, eso es todo.

— El único Dios, Uriel— palmeo su hombro, cuando paso por su lado hacia el escritorio rectangular donde se encuentra lo que tengo para darle—. Y el Señor ama de la única manera en la que el verdadero amor es: infinito. Así como Él.

— Este tipo de conversaciones son las que más disfruto al venir aquí— comenta, aunque su ceño se frunce levemente—, pero algo me dice que no me llamaste solo para tener una buena charla.

— Es verdad— acepto—. De hecho la razón por la que estás aquí tiene un nombre y apellido— alzo la mano y el ventanal se transforma en una pantalla, en la cual aparece ella sentada en su cama con la biblia en su regazo—. Su nombre es Alice Campbell. Y tú serás su guardián.

— ¿Yo? Pero aún no he salido de formación.

— Eso no será problema. Además, recuerda que el Señor es quien siempre pelea— aprieto su hombro—. Lo harás bien, hermano.

Él asiente, sonrío cuando la seguridad alumbra su mirada.

— No defraudaré a nuestro Dios.

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⏰ Última actualización: 6 days ago ⏰

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